CAMAGÜEY.- En dos minutos la sala de la casa de Alexis Moisés Alfonso se llenó. Bastó que Jessica saliera a su portal en la calle 20 del reparto la Guernica y gritara: “Ya va a empezar”. A 3 717 kilómetros de distancia, en la fría tarde de Lima, Juan Miguel Echevarría terminaba sus ejercicios de calentamiento y comenzaba el coqueteo con las cámaras, que lo buscaban una y otra vez.

Su prima-hermana Yamileidis González fue la primera en sentarse frente a la pantalla sudando de los nervios, mientras los amigos y vecinos le repetían: “aquí no hay susto, él es de pelea”. Con el primer salto de Juan Miguel se esfumaron los espectros del foul: un limpio 8.09 metros. Los temores regresaron en la segunda ronda, cuando el jamaicano Tajay Gayle se puso al frente con 8.17 m., y se agudizaron con la falta y los 8.06 m. del nuestro en los intentos dos y tres.

“Está teniendo problemas con la coordinación en la carrera de impulso, pero no se preocupen; él supera eso”, explicaba desde una butaca Luis Martínez, el entrenador que descubrió a Echevarría, el que lo tenía que sacar de la cama para que fuera a entrenar y competir los fines de semana a la pista del estadio Rafael Fortún. Y tenía razón el hombre que sueña con ver a su alumno en el pedestal más alto de los Juegos Olímpicos.

En el cuarto turno El Extraterrestre, aún si lograr mejorías en la carrera, levitó en un extraño movimiento que todos imitaron en los asientos de esa sala camagüeyana. En los segundos que sirvieron para que todos se levantaran de la arena para volver a saltar, esta vez de alegría, el generador de la transmisión televisiva mostró la gráfica con unos 8.27 metros que parecían el Everest para el resto de los competidores.

“Por gusto, ahí no llega nadie hoy”, soltó con guapería alguna garganta, mientras el telerreceptor mostraba al técnico Daniel Osorio en las gradas del Estadio Atlético con un gesto de victoria y lanzando una palabra de reivindicación, de esas que Cervantes no aprobaría.

Foto: Ladyrene Pérez/CubadebateFoto: Ladyrene Pérez/Cubadebate

Pero no sería hasta el último salto de Gayle que aquella casa, aquel barrio de gente humilde y valiente, explotaran de placer por su embajador ante el mundo, y no pocos salieron a festejar a la calle bajo un torrencial aguacero el peleado oro panamericano. Minutos después Juan Miguel reconocía en una entrevista que sintió el empuje de su gente, de Cuba, un impulso en el que, según nos contó llorando Yamileidis, también estuvo “la fuerza divina de su madre, que lo protege siempre”.