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CAMAGÜEY.- En la red puedes encontrar por estos días tendencias diversas de la información. Lo mismo un plan de desescalada hacia una nueva normalidad, que una transición sin plan. Lo mismo un estudio que indica el aumento de la jornada laboral para los que teletrabajan, que el tonto comunicado de quien no tiene nada que estudiar ni mejor que hacer. Lo mismo un texto preciso sobre los significados diversos que se le atribuyen al uso de la mascarilla en tiempos de pandemia, que la cobertura a la distribución gratuita de nasobucos y víveres con el rostro del Chapo Guzmán en la ciudad mexicana de Guadalajara. Lo mismo unas declaraciones de expertos de la ONU sobre el impacto económico del nuevo coronavirus en la seguridad alimentaria de algunas naciones, que una declaración burda de otro experto en desunir y ostentar mediante la burla barata y el caos.

Es un fenómeno que pudiera bautizarse como coronainformación. Y está bien. Con todo hemos de lidiar, y de todo hemos de aprender.

La mayoría de los medios ha preferido un perfil apocalíptico y el pan suyo de cada día se “amasa” con los diversos pronósticos sobre el fin del mundo. Tampoco pregono la necesidad de un exceso de optimismo porque sería como enderezar la punta de la lanza en dirección nuestra; y ya el filo del virus nos arde lo suficiente. Pero pocos, poquísimos, hablan de la fe. Pocos medios dedican espacio y dineros a alimentar la esperanza, a sosegar, a unir en propósitos y lúcidos desenfrenos.

Anadolu Agency nos descubre a Simone Rodrigues, una brasileña del norte de Sao Paulo que combate el aislamiento proyectando, desde su cuarto, mensajes de ánimo a sus vecinos a través de las paredes de un edificio contiguo.

El periódico La Vanguardia anuncia que las opiniones de sus lectores sobre la pandemia del nuevo coronavirus se han ido moviendo de la negatividad mayoritaria al optimismo solidario. De acuerdo con reporte sobre una encuesta que lanzaron, en los últimos días predomina entre los usuarios la visión de la crisis como “una oportunidad de cambio”.

BBC compila imágenes y datos de 5 cosas positivas que han surgido de la crisis por la pandemia. Menos contaminación del aire por la caída de los niveles de dióxido de nitrógeno; canales transparentes en la famosa Venecia; la conexión desde balcones y ventanas: cantos cerrados, aplausos que ensordecen; el auge de la creatividad que lo mismo logra, desde el ciberespacio, el éxito de una expo o un concierto, que “recetas básicas” de un chef con estrella Michelin, que un “vuelo” nocturno desde el Observatorio de Sidney; el florecimiento de numerosos grupos de apoyo alrededor del mundo para socorrer a los más vulnerables.

Lógicamente BBC ejemplifica estos “actos de bondad” (así le llaman en el texto) con neoyorquinos, otros cientos en Reino Unido o en Canadá. Y qué bueno por nuestra especie. Mas lógicamente BBC no conoce de otros cientos actos de bondad que nos nacen de punta a punta de este caimán nuestro, y en esa especialísima Isla de la Juventud.

 Hay mucho por descubrir y por contar, ciertamente.

Por eso desde un periódico provinciano de Cuba queremos emular un noticiario de la italiana Región de Piamonte. Hace unos días el periodista y escritor Enrique Ubieta contó, vía Facebook, que en una de sus emisiones el espacio televisivo había exhibido la tradición hermosa del Árbol de la Vida que llevaron los cubanos.

 “En realidad, el llamado Árbol de la Vida es una tradición que traen los médicos cubanos que estuvieron en Sierra Leona combatiendo el ébola. No sé con exactitud su origen —habrá que averiguarlo, quizás con Delgado, el actual director de la UCCM que era entonces el Jefe de la Brigada en aquel país— pero es algo que allí hacían.

“Los sierraleoneses ponían lazos de diferentes colores por cada vida salvada y lazos negros por cada muerte. Como aquí hay muchos médicos que estuvieron allá, se lo propusimos a los italianos y aceptaron, pero con dos modificaciones: no se podrán lazos si alguien muere y todas las vidas salvadas se representarán con lazos blancos”, contó desde allá a Adelante.

Descubrí por 5 de septiembre que al menos Cienfuegos nos acompaña en la intención “antiacademia”. Acá también andamos tergiversando significados. En periodismo resulta un acto perverso; pero en la materia que es la vida sería como una conferencia imperdible de energía y paz, de emociones bien colocadas.

Según Infobae y otros medios digitales la costumbre de colgar cintas blancas en las puertas de las casas inició cuando la pandemia de la gripe española, en 1918, para comunicar que allí se encontraba un contagiado y evitar la propagación.

A ciencia cierta no se sabe cómo el imaginario popular echó garra a este método, pero a la distancia de un siglo y con otra peste acechando la gente se aferra a la cinta blanca para alejar el hedor de un virus. Nunca habrá errata en las ganas de preservarnos y seguir unidos; nunca habrá vileza en los caminos que elijamos para seguir creyendo y caminando con humildad y nobleza.

También Cubadebate invitó a inventarnos otros idiomas que “griten” y “aplaudan” el agradecimiento. A “algo blanco en la puerta de casa, en tu balcón, en un muro cualquiera”, incitó.

Junto a la serie de las mascarillas, mi abuela emprendió, con la misma devoción, la de los lazos. Desde hace algunas semanas cuelga en nuestra puerta. Manía incurable la suya esa de salvarnos y alimentarnos auténtica la fe.

Y no veo contradicción. Ya sea para alejar lo malo o atraer lo bueno o para simbolizar una victoria italo-cubana, el blanco de una cinta, de un trozo de sábana, o de un pañuelo subliman lo puro, que aún en crisis y pandemias, nos mantienen humanos.