CAMAGÜEY.- El inicio del curso escolar siempre levanta expectativas en toda Cuba. Se vive como una fiesta. Y ese espíritu de jolgorio no es proclama vacía ni mero lema de pancarta, sino una realidad consecuente con los postulados que defendemos desde el Triunfo de la Revolución, el 1ro. de enero de 1959.

Dijo nuestro Héroe Nacional, José Martí, que “el pueblo más feliz es el que tenga mejor educados a sus hijos en la instrucción del pensamiento, y en la dirección de los sentimientos”. Después de 60 años de experiencias edificando el socialismo, podemos afirmar que el Apóstol no se equivocó. Apenas arrancó el motor del cambio, impulsado por los barbudos, el cerco a la ignorancia fue haciéndose cada vez más estrecho.

Antes de lograr que las calles se cubrieran de uniformes multicolores, sin distinguir el sexo o la raza, hubo que atravesar montes, llanuras y riachuelos, armados con libros, faroles y el deseo de iluminar mentes. Las palabras maestro, escuela, libros… adquirieron un especial significado en los parajes lejanos e intransitables; en los caseríos que parecían condenados al abandono por la eternidad; en el bohío del campesino que nunca había sostenido un lápiz entre los dedos. En las tierras de toda esa gente olvidada, surgió una vía hacia el conocimiento.

Pero mientras unos combatían el rezago intelectual, otros intentaban detener sus buenas obras. Así, que las vidas de alfabetizadores como Conrado Benítez y Manuel Ascunce Domenech, fueron tomadas para que sirvieran de escarmiento. Sin embargo, las antorchas de la Revolución cubana se han caracterizado por ser obstinadas y no ceder a las crueldades. Por no responder con fuego al fuego, sino con más del amor que aprendimos del autor de los Versos Sencillos. Por no olvidar los sueños de transformar al país en una verdadera escuela, para forjar espíritus.

El comienzo de un año lectivo se traduce en un nuevo cultivo de futuros hombres de bien. Diría que se alinea al concepto del más universal de los cubanos sobre la educación: “se siembra una semilla y abren muchas ramas”. Entre ese follaje nacen los dulces frutos con rostros de arquitectos, médicos, profesores, ingenieros, periodistas… de gente capaz, pese a las limitaciones económicas, que apuestan por el desarrollo de su Patria.

Ya desde las aulas los alumnos reciben las primeras lecciones de la presente etapa. Pueden decir, al recostar la cabeza en la almohada, he aprendido algo útil. Pueden sentirse dichosos de escuchar las hazañas de Ignacio Agramonte, de resolver los enigmas de las Matemáticas, de profundizar en los saberes sobre su lengua materna. Pueden confiar en su nación, que deposita el máximo esfuerzo y recursos en la superación de la sociedad. Solo en el actual curso inician sus estudios 1 millón 700 000 estudiantes, en el archipiélago cubano, según datos del Ministerio de Educación.

¿Qué sentido tiene festejar cada año el incipiente curso escolar? Pues representa una de las esencias que caracterizan a esta Revolución, como humanista y soberana en todas sus dimensiones. La determinación de no dejarse vencer por las “lógicas” del tiempo, sino de construirse con la voluntad de sus hijos. “Un pueblo instruido será siempre fuerte y libre”, expresó El Maestro y admiramos, sin la existencia de las “puras coincidencias”, las semejanzas con nuestra realidad.