Mientras seguimos atentos a las noticias del oriente cubano, con vidas perdidas tras el paso del huracán Oscar y zonas aún incomunicadas, me pregunto si, además de los rescatistas que luchan contra las inundaciones y el desastre, no somos también rescatistas del cuidado emocional dentro de nuestros propios hogares.

Hemos pasado meses resistiendo los apagones, los días sin electricidad y el peso de la incertidumbre. Más allá de sobrevivir las condiciones materiales, en casa intentamos cuidar nuestro bienestar emocional, protegiéndonos unos a otros, especialmente a los niños, de las frustraciones que amenazan con colarse en los momentos más vulnerables.

Algunos desde fuera o desde otras partes del país dicen que estamos romantizando los apagones. Pero, ¿acaso encontrar estos pequeños momentos de consuelo es una forma de evasión? Creo que es todo lo contrario. Cuidar de las emociones en tiempos tan complejos no es ignorar la realidad, sino resistirla de otra manera. Rescatar la esperanza, la calma, lo bello, es también un acto de resistencia.

La capacidad de notar la luna llena o el florecer de una planta en medio del caos no es ingenuidad ni evasión, es una afirmación de vida. No necesitamos sumarnos al odio o a las críticas para ser fieles a lo que estamos viviendo. Yo elijo una contranarrativa, una que no niega la adversidad, pero tampoco permite que nos consuma por completo.

Además de la tragedia inmediata de las vidas perdidas, se suma el desafío de cómo lidiar emocionalmente con esta acumulación de eventos: los apagones, las dificultades diarias, y ahora la devastación de un huracán. En medio de todo esto, la desconexión entre diferentes realidades dentro del país —las provincias y la capital, los que viven fuera y los que están dentro— a veces se siente más fuerte. Pero todos estamos lidiando con nuestras propias formas de resistencia.

No puedo ignorar que hoy, en otras partes del país, la vida ha terminado para algunos. Al menos seis familias en Guantánamo quedan incompletas para siempre. Ojalá no sean mayores los daños ni las pérdidas. Todavía hay lugares incomunicados, inundados, donde quizás haya personas que ya no tienen lágrimas que broten, en medio del agua y la pérdida de lo poco que tenían en sus hogares.

A ellos, a nuestros muertos en vida y a nuestros muertos sin retorno, dedico las flores de mi casa.