CAMAGÜEY.- El paso del tiempo se siente diferente en la vida de los hijos. Es una verdad de Perogrullo, pero quiero ponerla en el contexto. Mientras que antes los juegos eran simples, hoy en día se ven envueltos en una complejidad de tendencias que me generan tanto curiosidad como preocupación. Entre estas, el “mewing” y la sensación de “cringe”, encuentran camino en el vocabulario de los niños.

A veces creo que mi pequeña ha decidido que su misión es enseñarme otro idioma, uno lleno de gestos y palabras que solo los niños de su edad manejan con tanta naturalidad. Ella, mi motivadora, mi arcoíris diario, se ha vuelto mi maestra en esta nueva lengua, que combina ocurrencias, expresiones y palabras con acentos ingleses reinventados.

Este domingo nos preparamos para el regreso a la escuela, después de días difíciles y largos. En el proceso, ella insiste en enseñarme vocabulario: “mewing”. Me muestra, levantando el mentón, un poquito como modelo, con el índice sobre él, las cejas en modo “sube y baja” y una muequita en la boca.

Hacer “mewing” es su manera de decir que algo le salió de maravilla, de esos pequeños triunfos cotidianos que se celebran en grande. Y a mí me encanta verla, porque es un momento en el que claramente se enorgullece de sí misma, y en secreto, me doy un aplauso interno también.

Eso es como lo entiende mi hija, pero el “mewing” como ejercicio de moda en redes sociales implica más. Si una persona se lleva un dedo a los labios haciendo el gesto de guardar silencio y, a continuación, señala su barbilla, nos está indicando que no la molestemos: está practicando su rutina de “mewing”.

¿Qué hay detrás del “mewing” que ella, mi hija, no puede entender? ¿Un rostro más atractivo con este famoso ejercicio? El “mewing” es una técnica que ha cobrado gran popularidad entre los jóvenes en redes sociales. Suena tentador y muchos lo ven como una forma de mejorar su apariencia, pero hay que ser cautelosos.

No salió de la nada, sino del ortodoncista británico John Mew. Propuso un método basado en la idea de que la postura oral puede influir en el desarrollo facial. Pero como mismo pasa con el yoga, que casi todo el mundo tiene un máster, pues proliferan los profes entusiastas que “enseñan” a definir la línea de la mandíbula, reducir la papada y mejorar la respiración.

Los videos virales en plataformas como YouTube muestran cómo realizar el “mewing” mientras posamos para una selfie, con la esperanza de conseguir un rostro más definido. Sin embargo, la evidencia científica que respalde muchas de sus promesas es limitada. Además, se han desmentido varias afirmaciones sobre su eficacia para alinear los dientes o tratar problemas de salud como la apnea del sueño.

Como madre, me preocupa que mi hija y sus amigos se sientan presionados por estos ideales de belleza que circulan en línea. Es esencial que comprendan que la búsqueda de la perfección estética puede llevar a la frustración y a una visión distorsionada de sí mismos.

Pero cuidado, que no todo es alegría y celebración. Existe también el temido “cringe”, que según me explica ella, es eso que hacen los adultos cuando intentan sonar divertidos o demasiado infantiles. Por ejemplo, Dora la Exploradora cuando dice “¿dónde está el puente?”, con un tono que, en sus palabras, “cree que los niños son bobos.” Y ahora debo cuidarme: no puedo hacer “cringe” a su manera de entenderlo, lo cual ya he aprendido que significa no pasarme de graciosa, ni imitar sus palabras en exceso, y desde luego, nada de tono de bebé.

Por otro lado, fuera del diccionario de mi hija, el término “cringe” se ha vuelto común entre los adolescentes, refiriéndose a situaciones que provocan vergüenza ajena. Cuando alguien dice “me da cringe”, está expresando esa sensación de incomodidad al ver algo que considera ridículo o inapropiado. Esta palabra, que proviene del inglés y significa “encogerse”, refleja la forma en que los jóvenes navegan por sus interacciones sociales.

¿Sabe ya una niña de diez años identificar la sensación de vergüenza ajena? Me preocupa que el uso de términos como “cringe” en lugar de expresiones más tradicionales en español, como “grima” o “pena ajena”, sea una señal de la pobreza de vocabulario que los jóvenes enfrentan hoy en día. Aunque es importante que estemos al tanto de sus gustos y la cultura que consumen, no debemos perder de vista el valor del lenguaje y la comunicación clara.

Mañana, en la escuela seguro encontrará una nueva oleada de términos y modas entre sus compañeros, después de tantos días sin clases. Consciente de que probablemente se han visto influenciados por las redes sociales, me preocupa que ella se sienta presionada a encajar en esos estándares.

Por eso, es esencial que mantengamos una comunicación abierta; quiero que confíe en mí y me cuente sobre las tendencias que le llaman la atención. Al mismo tiempo, deseo mostrarle los verdaderos rostros detrás de esas modas, ayudándola a entender que la autenticidad y la autoestima son mucho más valiosas que cualquier ideal efímero.