CAMAGÜEY.- Quién sabe si la motivación de Juan Manuel Viamontes Avellán para decidirse por la carrera de pilotear aviones de combate fuera apreciar, desde edades tempranas de su infancia, el cruce de naves comerciales por encima del reparto José Martí, donde vivió, que se dirigían al aeropuerto internacional Ignacio Agramonte, situado a unos siete kilómetros.
El 9 de noviembre de 1973 –hace ya medio siglo– la vida le jugó una mala pasada. Un imprevisto desperfecto técnico en el MIG 17 AF en que volaba sobre Camagüey, como parte de la maniobra militar XV Aniversario de la Batalla de Guisa, lo obligó, por decisión de la torre de control, a regresar al aeropuerto.
Mas, salían llamas del avión, cargado de explosivos, y la orden recibida por Viamontes fue catapultarse y buscar un espacio poco habitado para no provocar una catástrofe.
El lugar escogido fue a pocas cuadras de donde transcurrió su infancia. La baja altura no hizo posible la operación de catapulta y aunque salió de la aeronave antes de que esta se estrellara, murió un rato después en el hospital provincial Manuel Ascunce Domenech a consecuencia de las múltiples lesiones politraumáticas. Tenía solo 28 años.
Más que abundar sobre aquel fatídico hecho, al que la prensa escrita, radial y televisiva dedicó espacios informativos, la mejor manera de honrarlo hoy es abundando en facetas de su vida, parte de ella recogidas en cartas enviadas a su mamá, Ana Avellán Rivero, a su hermana, a su viuda Evelia Balbuena, y en testimonios de compañeros de armas.
NOVIAZGO, MATRIMONIO, HIJAS…
Con fluidez narra Evelia pasajes que la vincularon, con solo 18 años a Viamontes, quien le llevaba solo un año y ella llamaba Noly. El distanciamiento, al estar ella becada en Topes de Collantes, en el macizo montañoso del Escambray, estudiando para ser maestra Makarenko, y él en la base aérea de San Julián, antes de viajar en 1968 a la otrora Unión Soviética, no opacó el amor entre ambos.
Foto: Cortesía de la viuda de Viamontes.
Graduada, Evelia trabajó dos años en Nuevitas, mientras Juan Manuel retornó a Cuba, ya como piloto, el 6 de noviembre de 1970. Dos meses y ocho días después, contrajeron nupcias y fruto de esa unión, nacieron Tamara y Yania, la primera el 28 de octubre de ese año y la segunda el 26 de marzo de 1973. Apenas pudieron disfrutar del calor de padre.
“Él sentía adoración por ser piloto, cumplía todas las orientaciones, no tomaba bebidas alcohólicas, fumaba con moderación. Tuvimos una relación muy bonita y bien llevada. Lo destacaron en Villa Clara, una vez graduado, y siempre que era posible viajaba todos los fines de semana”, explicó Eve, como él solía achicarle el nombre de la esposa.
Desde la Unión Soviética recibía periódicamente cartas de Manoly, nombre con el que firmaba las misivas a ella y al resto de la allegada y cohesionada familia.
El afán de no alentar preocupación entre sus seres queridos siempre busco tiempo, del escaso espacio libre, para escribir a la madre, indistintamente la trataba de mamita o mima, a la hermana y a la amada esposa.
Carta a su madre. Fotocopia: Cortesía de la viuda
El 10 de julio de 1969 decía a la madre: “Te diré que estoy bien, he bajado un kilogramo, pero debe ser por los vuelos. Tenemos mucha actividad. Algunos domingos hacemos trabajos productivos y del dinero que se gana se le envía a Vietnam en medicamentos, ropa, etc”.
Con fecha 3 de diciembre de ese mismo año: “Mamita… estoy sacando buenas notas. Me tiré del último piso, pero por ahora no hay problemas. Solo faltan 9 o 10 meses, cuando más, para estar junto a ustedes de nuevo. Termino para poder escribir a Eve. Te quiero y ansío locamente estar junto a ustedes. Manoly”.
El 20 de junio de 1970: “Con respecto a si estoy bien o no, aquí nos cuidan mejor que a ellos. Por eso no te preocupes, estoy un poquito más gordo… he crecido, mido seis pies; para que puedan apreciarlo te envío una foto que no salió muy bien”.
En un jocoso mensaje a la hermana: “Te darás cuenta que esta es la contesta a la carta de 18/5/69 y no me explico por qué ustedes no reciben mis cartas. Debe ser que en el correo no quieren que ustedes sepan de mí. Investiga a ver si hay una muchacha bonita allí que sea la del problema, o también puede ser un hombre. Cuando yo esté allí averiguaré”. Y agrega con orgullo: “Bueno, sabes que me alegra mucho que seas joven comunista, si se es revolucionario a lo menos que se debe aspirar, es a ser vanguardia. Recibe muchos besos y todo mi cariño”.
En la inmensidad de su ejemplo personal, sin pensar en ocupar un lugar en la historia, fue un ferviente admirador de las enseñanzas de Fidel, quien en una ocasión se reunió en el aeropuerto de Camagüey con el escuadrón que integraba Viamontes. Evelia recuerda que cuando le entregó la foto donde aparece el Comandante en Jefe hablándoles, que ella conserva como una reliquia, estaba muy contento. “Es un ejemplo para mí –le dijo– por su postura, disciplina y la capacidad de cumplir las tareas”.
De izquierda a derecha, Viamontes es el cuarto. El Coronel Vilardel, jefe de su escuadrón, es el primero. Foto: Cortesía de la viuda.
LA DIGNA MANIOBRA DE UN HUMANISTA
El Coronel jubilado Henry Pérez Martínez, piloto de combate, admira la acción de Viamontes: “Hizo lo correcto, lo más digno de un revolucionario, maniobró la aeronave hasta alcanzar, casi rozando el techo de una casa, un pequeño terreno, hombre y máquina fundidos para siempre, pero nadie más sufrió, no hubo que lamentar destrucciones ni muertes de personas inocentes. Toda una generación de camagüeyanos lo presenció. Perduró su ejemplo.
“Murió como mueren los héroes, sin saber siquiera que él era un héroe. Fíjese hasta qué punto éramos conscientes de esta posibilidad, que para todos era una decisión de rutina, dura, cruel, pero de rutina, algo para lo cual estábamos preparados.
“Viamontes pertenecía a una generación formada años después de la nuestra, pero la enseñanza era válida para todos los que, hasta hace poco, ajustamos el traje de pilotos. Muchos de esos hechos heroicos, gestados por personas sencillas, crecieron tanto dentro como fuera de Cuba”.
A cincuenta años de la tragedia el Coronel (r) Jorge Vilardell González, piloto-maestro de la aviación de caza, quien fuera jefe del escuadrón al que pertenecía Viamontes, mencionó cada detalle de aquel día, cuando volaba muy cerca de él.
“Cumplió con tremenda capacidad de maniobra para guiar con maestría y pericia el MIG cargado de municiones a un lugar que no entrañara riesgo para la población, principio que rige la conducta de los pilotos cubanos ante un inminente accidente”.
Así con esas virtudes humanistas y convicciones, típicas del hombre nuevo que soñó Fidel y encarnó el Che, habrá que tener presente a Viamontes, bajo la máxima martiana: “… nos honramos a nosotros mismos honrando a un valiente”.
El funeral del piloto Juan Manuel Viamontes fue uno de los más grandes que se recuerda en la ciudad de Camagüey.