CAMAGÜEY.- Ciento setenta y cuatro años cumple nuestro coliseo de la calle Padre Valencia el próximo 2 de febrero. Desde 1839 los hacendados y patriarcas de Puerto Príncipe abrigaban la idea de edificar un gran teatro mediante una sociedad anónima; la construcción del “Tacón”, en La Habana, en 1838, los motivaba. El propósito pudo llevarse a efecto diez años después, gracias al crecimiento económico de Camagüey, con su predominio ganadero y sus ya numerosos ingenios.

El “Principal”, escribió un cronista de la época, fue edificado teniendo en cuenta

“el gusto de los camagüeyanos por la música (para que no deserten en gran número de su suelo solo para ir a la ópera de La Habana)”. Cierto, pero a la vez falso, esta afición era privativa de un círculo selecto, un grupo que era capaz de desafiar a Pancho Marty, el negrero, voraz empresario del “Tacón” para contratarle compañías operísticas italianas de las llegadas a La Habana y lo desafiaban en el periódico El Fanal (5 de febrero de 1860), “eche sus cuentas como más le acomode y en un lenguaje liso y claro díganos qué exige de nuestra parte para complacernos y será satisfecho”.

En la Sala Capitular de Puerto Príncipe, el 26 de septiembre de 1847, se reunieron 24 acaudalados para deliberar en torno a la construcción del ansiado teatro. El día 3 de octubre aumentó el número de accionistas. La empresa sería dirigida por una junta en el seno de los socios, compuesta por un presidente, un inspector de obra, un contador tesorero, un secretario e igual número de suplentes. Fue designado como presidente, Carlos Varona de la Torre.

Los encargados de adquirir el solar eligieron uno de excelente ubicación, una amplia casona situada en la calle Jesús, María y José (Padre Valencia), a escasa distancia del viejo teatro de Puerto Príncipe, en la calle San Ramón (Enrique José Varona); la dirección de la edificación, así como la confección de los planos, fueron encomendadas al oficial superior de ingenieros, comandante Juan Jerez Arreaga, el que se situó a pie de obra, junto a los operarios. Recibió como pago 2 000 pesos en acciones, y se designó como maestro principal de albañilería a José de Medina; de la carpintería se encargó Francisco Aguiar; y de los trabajos de herrería, José Corralá.

El teatro tenía una capacidad de cuatro pisos: platea, palcos principales, tertulia y cazuela; dicha distribución podía albergar, cómodamente sentados, a 1 500 espectadores. La fachada era de arquería con columnas de base ática, en las que descansaban cuatro estatuas, representativas de Cervantes, Calderón, Lope de Vega y Fernández de Moratín, obras del escultor habanero Miguel Martínez. Todo indica que la obra del artista dejaba que desear, porque se discrepó en la prensa sobre el parecido de las efigies.

La pintura interior y su decoración fueron confiados al célebre escenógrafo italiano, residente en la Isla, Daniel Dall’Aglio, figura cimera de este arte en Cuba, y a Joaquín Albe, otro consagrado. En el techo de la platea pendía una lucerna de 81 tubos.

En el escenario, una maquinaria para los “trucos”, tan utilizados en esos años: truenos, lluvia... bajo la responsabilidad de Juan Alercio, un maestro en estos artificios.

Las acciones para su edificación fueron de 50 000 pesos, pero dicha suma fue rebasada, pues se calcula que su costo total debe haber superado los 60 000 pesos.

Se inauguró el 2 de febrero de 1850, Día de la Candelaria, según la tradición, la fundación de Santa María del Puerto del Príncipe. La función estaba anunciada para las 7:30 p.m. y fue preciso devolver a muchos el dinero de la entrada y cerrar las puertas por la cantidad de público que se congregó. Más de 1 500 espectadores admiraron la Compañía de Ópera de José Miró, maestro de piano y canto español, que fue contratado en La Habana. En el elenco figuraba Úrsula Deville, su esposa, soprano, y los destacados artistas líricos italianos Gasque y Gasparoni. Los precios fijados para la apertura fueron de 60 pesos los palcos, con derecho a 10 funciones; se ofrecieron 26 representaciones y la compañía percibió cerca de 15 000 pesos.

El “Principal” se estrenó con la Norma, de Bellini, que junto a la Sonámbula (Bellini) y Lucía (Donizetti), completaron el primer mes de abono. El periódico El Fanal sirvió de marco a una enojosa polémica con respecto a la compañía. La Deville fue el blanco de duras críticas, y los señores Gasque y Gasparoni no quedaron exentos de ellas.

El conjunto de Miró no era lo que esperaban los camagüeyanos, quienes deseaban deleitarse con una compañía operística italiana, pero las agrupaciones de ópera eran un monopolio de Pancho Marty en La Habana.

En el pasado siglo, el lunes 17 de mayo de 1920, a las dos de la madrugada, se declaró un incendio que destruyó en pocas horas el interior del vetusto teatro. Solo quedarían intactos sus gruesos muros exteriores. En 1925, Manuel Ramón Fernández Barreto adquirió la propiedad del solar, y junto a otros socios reconstruyó el “Principal”, que se inauguró el jueves 18 de marzo de 1926.

El 25 de julio de 1977, víspera de la celebración en Camagüey de la efeméride por el 26 de Julio, el teatro abrió nuevamente sus puertas, después de una remodelación capital, a la que mucho contribuyó el pueblo con el aporte de horas voluntarias de arduo trabajo.