Locura. Locura es que Ernesto, el pediatra que se estrenaba como papá, confiara solo a Aurora el cuidado de bebé Marcos. Locura es que Dayana abandone a Karla una y otra vez. Locura es que Liliana haya perdido la cuenta de las noches en que no ha besado a Maikol y a Marco Antonio antes de irse a dormir.
Locura es que Leibis haya estudiado para sacar de la agonía a quien lo precise, y ella misma elija agonizar mientras ve los avances de la pequeña Katherine a través de una pantalla. Locura es que Omar y María Emilia clasifiquen como vulnerables y vulneren esa clasificación por no contener el desenfreno del deber.
Locura es que Misleidy ignore la historia clínica de Rafael y reprima el impulso de quedarse a cuidarlo, ahora, cuando más falta le hace a un padre la presencia de una hija.
Hay tantas historias y locuras entre quienes enfrentan la COVID-19 en Cuba y en Camagüey. Hay locuras simples, esas que un título valida. Pero hay otras crónicas. Solo así puede hallarse alguna lógica en la decisión de transportar enfermos, o desinfectar paredes y pisos o lavar y cocinar con toda la carga positiva que merecen esos diagnósticos.
Locura es que nuestros científicos y expertos se decidieran por una pelea a vida. No uno, sino cuatro candidatos vacunales los ha desvelado por ya casi un año. No uno, sino cuatro candidatos vacunales cuyas fases de evaluación van certificando el éxito de tanto desvelo y talento nacional.
Son estampas que se multiplican, casi a la par del recorrido exponencial que ha descrito la curva en las últimas semanas. Porque nosotros hemos podido elegir, tal vez, exponernos al riesgo; ellos no han tenido tal chance. Siguen allí, sorteando el riesgo y el cansancio, el miedo, pero no la vocación ni el deber.
Aunque en la mesa los platos y los planes aún contradigan una verdad, somos suelo fértil para el heroísmo. Nos germina no solo en Zona Roja o centro de aislamiento. Crece vigoroso en cada consultorio del barrio o policlínico, en cada muchacho que, careta mediante, nos activa la pesquisa diaria.
Son incontables las marcas que en este febrero podemos “ inventariar”. Están las de los valientes que cada día deben vestir de aséptico verde, y concluido el turno desprenderse con extremo rigor la impureza que puede ir caminándoles. Están las de los que improvisan una carpa para acercar las viandas a quienes quedan atrapados en zona de cuarentena. Están las de los mensajeros que tocan una puerta sospechosa y sonríen con la mirada, aunque el corazón se desgarre adentro por el susto. Están las de un país que por momentos desfallece, pero que vuelve a la carga con pulmones más resistentes.
Este es, quizás, el febrero más amoroso que viviremos. A menos de un mes del 11 de marzo, fecha de los primeros confirmados aquí con el nuevo coronavirus, nuestros soldados de las marcas probarán que a veces no hace falta estar —o acaso sí— para demostrar los afectos. En febrero 14 también amarán intensamente a los suyos desafiando los sudores, los miedos, las ausencias que impone el heroísmo. Sí hay heroísmo. Quién duda.