CAMAGÜEY.- Hace unos días cumplí cincuenta años de la entrada a la redacción del periódico Adelante, de fiesta cada doce de enero. Aunque mi estancia en ese medio de prensa comprende desde el año 1970 hasta 1993, todavía no he podido desprender el pie izquierdo del valioso colectivo, al cual acudo habitualmente, como participante en disímiles eventos culturales, científicos y de superación profesional, o quizás solo una visita ocasional.

Además ahí  tengo plasmado un gen, con nombre Bárbara, que aprendió a caminar en los pasillos de la redacción, y ahora mis compañeros de siempre la reciben como editora de la publicación digital de ese periódico.

Al pensar en la veintena de años de convivencia en el limitado local de la calle Príncipe y los amplios salones del poligráfico de la Avenida Jayamá, con sus transformaciones y diferentes rutinas, me hice una pregunta:¿Qué habrá quedado de aquellos tiempos en el actual edificio profuso de nuevas tecnologías de la informatización?

Junto a “Baby” recorrí varias oficinas, con el siempre estimado y cariñoso – sin menospreciar jocosidades- intercambio de saludos. Nunca hemos sido tan serios, sin distinción de edades.

Fallidas las búsquedas hasta que, de pronto, en el Archivo nos encontramos frente a un artefacto museable de tiempos remotos: el ventilador de alto porte, que entonaba con su murmullo junto al ruidoso teletipo de Prensa Latina, en la redacción de la calle Príncipe.

"Y todavía funciona Pipo", dice mi compinche rastreadora de recuerdos, mientras procedía a conectar el cable, que no ha dejado de tener sus empates…

Atinado, entonces, parafrasear al célebre microrrelato de Augusto Monterroso: “Cuando recordé mis cincuenta, un dinosaurio todavía estaba allí”.

En realidad, más que lo material, en este cumpleaños 62 de Adelante, quiero reiterar que siempre he defendido en cualquier escenario que el colectivo es una escuela con la sutil asignatura del ejemplo personal que forja responsabilidad y la ética.

Para mí, la gente del periódico ha sido una familia. Llegué a la redacción con apenas el conocimiento de mecanografía, cumplido el Servicio Militar Obligatorio, algo parecido al décimo grado de escolaridad y en la búsqueda de nuevos horizontes. En el bregar diario tras la noticia, con el consejo de los más adiestrados y profesores universitarios, alcancé el diploma de licenciado en periodismo.

Siempre tuve cercana una mano solidaria, por esa razón, agradezco eternamente la atención a mi familia cuando partí a misiones internacionalistas: Gilberto, mi hijo mayor, solo tenía unos meses de nacido cuando fui a Angola, y de quienes se abrazaba cuando regresé era del chofer y del administrador… Con la niña, que nació antes de partir a Etiopía, sucedió algo similar. Sus grandes aventuras en las vacaciones de verano eran en Adelante, y a veces disfrutaban como nadie el cierre de la edición de la jornada.

Hace un par de años una joven estudiante me preguntó:

Una certeza a lo largo de los años…

—Si tuviera que dedicar nuevamente toda mi vida al periodismo lo haría sin pensarlo dos veces. Así lo aprendí en Adelante.