I

CAMAGÜEY.- Miro a través del espejo de mi infancia. Veo la imagen de pobreza que me rodeaba. Vine al mundo en una fecha patriótica asociada a José Martí, el 24 de febrero de 1946, en el reparto Las Mercedes, un barrio de humildes hombres y mujeres de Camagüey.

La casa que habitaba, junto a mis padres y una hermana, era modestísima, de madera, con algunas tablas separadas por las que a trasluz se veía el entorno: la bodega de Junquera, la vivienda de la numerosa familia del barbero Compa y la nave de los ómnibus que cubrían viaje: Camagüey-Santa Cruz del Sur.

Me parece ver la llegada a la casa de mi abuela Silva, de mi tío Jorge, y de otros familiares, quienes vivían en los terrenos de la antigua fábrica de hielo El Fénix. Los dueños conminaron a quienes vivían allí a abandonar el lugar, a cambio de un “dinerito” y de llevarse consigo los materiales que conformaban el inmueble. Un desalojo, en plena ciudad de Camagüey en la década del 50.

Una madrugada en lo más alto de un poste apareció flotando con el viento una bandera rojinegra del 26 de Julio. El autor de aquella osadía revolucionaria solo se conoció después del triunfo de la Revolución: Rafael López Sarduy, hermano de Osvaldo, de Ylson y de Jorge, jóvenes muy queridos en el barrio.

En otra ocasión, en la oscuridad de la noche se sintió el ruido de un vehículo. Por una de aquellas hendijas vimos un jeep con guardias de la dictadura, con el típico uniforme amarillo, dándoles culatazos a dos hombres que andaban por la calle A.

Imposible de olvidar las maestras de la escuela primaria 41 Tula Aguilera: Iluminada de Zayas, Josefina, Minerva y otras que contribuyeron a formar hombres y mujeres de bien; ni a los de la 6, José de La Luz y Caballero, de la calle San Esteban, como Angela Pérez o el exigente y recto director Milián.

                                                                                                      II

Desde mi casa disfruté del amanecer del 1ro. de enero de 1959. También ver salir de donde vivía, no muy lejos de allí, a Oscarito, vestido de uniforme verde olivo y con un brazalete del 26.

Comenzaba una nueva era. No en la que se crió mi madre, quien a los nueve años se vio obligada a encaramarse sobre una caja de refrescos para fregar en la casa de la familia Perales, en La Vigía. Ni la de mi padre, convertido en limpiabotas, vendedor de periódicos, mensajero de carnicería, cuanto aparecía… hasta ocupar con los años una plaza de ayudante en los talleres ferroviarios de Camagüey, donde se consolidó como revolucionario consecuente y conspirador antibatistiano, junto a hombres de la talla de Cándido González Morales, Jesús Suárez Gayol, Raúl García Peláez y Jorge Enrique Mendoza Reboredo.

De esa sabia bebí y monté el carro de la Revolución, primero admirando a Fidel Castro, a quien vi de cerca el 4 de enero de 1959, en la Avenida Finlay en la Caravana de La Victoria. Me hice miliciano, cubrí guardias en lugares estratégicos, aprendí a delimitar entre quienes amaban la Revolución y quienes no.

Y completé los sueños de hacerme revolucionario aquel 28 de septiembre de 1960, cuando Fidel llamó a crear los Comités de Defensa de la Revolución (CDR).

En pocas semanas el barrio de Las Mercedes se movilizó para agrupar a todos los revolucionarios en aquella organización. Recuerdo a uno de los activos de aquella faena, a Oliverio Martín.

El momento exigía no perder pie ni pisada a los enemigos de la Revolución. ¡Cómo olvidar aquella noche en que recorría la manzana circundante con la Escuela Profesional de Comercio! Me hacía acompañar de una persona mayor que triplicaba mi edad. “Cógele la chapa a ese carro, ahorita revienta la bomba”, me exigió con firmeza y una lógica suposición. Era una época en que la contrarrevolución interna, estimulada por los agoreros del imperialismo, creía que con sabotajes y bombas iban a derrocar a la Revolución.

En el interior de la escuela superior donde se cursaban estudios para el bachillerato (hoy Academia de Artes Vicentina de La Torre) se escuchó una explosión. Al asomarnos y ver dispersarse en el aire la hierba del césped, ubicado muy próximo a la antigua imprenta Lavernia, en la esquina de Capdevila.

Dentro de los líderes naturales de los jóvenes, Félix Valdés Machado, trepó al capó de un auto y condenó la acción subversiva ante la presencia de los estudiantes revolucionarios.

Fueron tiempos convulsos y de efervescencia revolucionaria. En ese mismo plantel, por fortuna no pasó de la amenaza el encontronazo entre estudiantes de la escuela privada Los Maristas y los que apoyaban a la Revolución.

                                                                                                     III

Bajo esas circunstancias nacieron los CDR. Con la poca experiencia que tenía, me acerqué al grupo fundador, a Israel Ruiz, Efraín Avilés, Manuel Guzmán y Benjamín Esquivel, asentado en el museo Ignacio Agramonte, donde establecieron la jefatura de la organización de masas que se expandiría por la otrora gran provincia.

Cumplí disímiles tareas. Dejé de estudiar por el día para hacerlo por la noche. En ese fogueo pasamos para la calle Avellaneda No. 266, donde se estableció definitivamente la dirección provincial de los CDR, de la cual fui representante ante la Junta Provincial de Abastecimiento.

La idea de divulgar cuando hacían los CDR fue de Luis Eduardo Naranjo, un santacruceño de la comunidad Cándido González, convertido por vocación en un propagandista de primera línea. Así comenzaron los nexos con los medios de prensa. Radio Cadena Agramonte nos abrió las puertas y un avezado grupo de periodistas, encabezados por Rolando Enrique Ramírez Hernández, tendió sus manos, gesto que agradecimos para toda la vida. Creamos un espacio informativo de los CDR en CMJK, transformado luego en informativo musical.

Foto: ArchivoFoto: Archivo

Los CDR consolidaron mi formación revolucionaria. Me dieron la oportunidad, sin desvincularme de mi labor de reportero del periódico Adelante, de ser por varios mandatos delegado de la circunscripción 55 del Poder Popular, ascender a un escaño del parlamento en la quinta legislatura, y licenciarme como periodista en la Universidad de Oriente por cursos dirigidos para trabajadores, sin dejar de cumplir otras tareas.

Con otras misiones, al calor de cada una de las épocas que ha transitado la Revolución, hoy siguen siendo forja de patriotas comprometidos.