CAMAGÜEY.- Aquel día, las radioemisoras de la ciudad de Camagüey interrumpieron sus transmisiones habituales para lanzar flashes informativos de última hora: un misterioso disco volador evolucionaba a gran altura sobre la ciudad. De inmediato, cientos de personas se lanzaron a las calles, plazas, parques, azoteas, tejados... intentando des-cubrir la nave, que “lanzaría un buen ataque atómico por lo menos”, al decir de la prensa norteamericana, que nos “machacaba” con aquello de la invasión de marcianos.
La presencia del platillo nos privilegiaba con la inscripción en el registro de las visitas espaciales, y por tanto, en ese capítulo de los estudios científicos. iTremendo nivel!
Comprobada la presencia de aquel punto brillante sobre la ciudad, que según se veía avanzaba o retrocedía, o despedía rayos luminosos, la prensa siguió paso a paso las incidencias sobre el recorrido de los supuestos marcianos, manteniendo en vilo a la población.
En las calles, algunos ciudadanos propusieron rogativas colectivas para conjugar el mal; otros dijeron que tal vez se tratara de alguna propaganda política, y los más se alegraban de aquella visita para ver si las cosas mejoraban, porque todo iba para peor.
El “platillo volador” estuvo sobre Camagüey dos o tres horas, sin que al cabo hiciera nada que valiera la pena. Poco a poco la gente se cansó de estirar el cuello para mirar al cielo. Regresaron a sus quehaceres, hasta que, al atardecer, algunos lo vieron alejarse y perderse en el infinito, dejando a todos plantados.
Al día siguiente, la Estación Meteorológica del aeropuerto Ignacio Agramonte, rectorada entonces por la Pan American Airlines, envió una nota a la prensa: “...la Estación Meteorológica lanzó como es habitual un globo sonda para el estudio de las capas superiores de la atmósfera. Parece que en su ascenso, el globo halló una bolsa de aire caliente que le mantuvo casi estático sobre la ciudad por algunas horas, a una altura calculada en los cinco mil pies.
Al anochecer, la sonda cayó en la finca Santa Rosa, en el barrio Vertientes”. Y hasta aquí la única historia que casi nos hace anfitriones de un platillo volador, la que se fue a bolina como el globo meteorológico de aquel 31 de enero de 1950.