VERTIENTES, CAMAGÜEY.- Habla poco de sí misma. La historia de su vida, contada por ella, gira más en torno a los hermanos que ya no están, sus padres, la hija que siempre la acompaña, y Jorge, el nieto alejado ahora por las obligaciones del Servicio Militar.

María Luisa Delgado prescinde de las autorreferencias, prefiere recordar la vida feliz que, pese a la humildad, vivió junto a su madre y su padre allá en unos terrenos ubicados entre San Luis y Pinar del Río.

“Allá nací y me crié, mi madre —¡ay, mi madre!, exclama y la mirada parece trasladarse de sitio y época— nos levantaba muy tempranito a mí y a uno de mis hermanos para que ayudáramos a papá en la finca. Yo tenía siete años. Él ordeñaba y yo colaba la leche, así que desde chiquitica fui aprendiendo las labores del campo".

A juzgar por la nitidez con que María Luisa recuerda cada detalle, parecen poco creíbles los 89 julios a los que llegó este 2018. La certeza de que permanecen intactos en su memoria esos días tal como sucedieron, es doblemente comprobada cuando describe sus pies descalzos por las guardarrayas, las telitas que su mamá iba reuniendo para coserles las sencillas prendas que vestían, y el centavo que la figura paterna de aquel hogar cobraba por cada litro de leche.

Luego vinieron tiempos aún más difíciles para la familia, dos hermanos perdieron la vida en lamentables accidentes que ya María Luisa no quiere recordar. “No solo era la tristeza propia lo que nos consumía, era terrible ver la desesperación de nuestros padres”. Pero todo eso y mucho más que no contamos aquí pasó esta buena mujer que hubiese querido, dice, ser una profesional.

Aunque no pudo alcanzar ese, su sueño, difícil de satisfacer para una fémina antes de 1959, exhibe orgullosa en casa el título que la acredita como bachiller. Eso solo fue posible después del triunfo revolucionario, aclara luego de comentar que seguramente su historia es aburrida, pero ella le cuenta esto a los jóvenes “para que vean cómo vivíamos”.

Es María Luisa, sin dudas, una persona de excelente capacidad comunicativa a la que no es preciso hacerle preguntas, ella va hilando su vida —relato con la claridad que le regalan sus casi nueve décadas.

Evidentemente, ella no necesita un título universitario, ya tiene el más importante de todos: el de la experiencia que acumulan los cabellos blancos; y por si fuera poco, ahora atesora la dicha de compartir con buenos amigos en la casa de abuelos Batalla de Las Guásimas.