CAMAGÜEY.- Hace 126 años, las huestes libertadoras quedaron huérfanas con la muerte de uno de los hombres fundamentales en la guerra contra la colonia española: nuestro Héroe Nacional José Martí Pérez. Era el alma de la Revolución la que había caído, en Dos Ríos, bajo los rafagazos de una emboscada. Sin embargo, la obra del Apóstol lo devuelve otra vez a su pueblo. La lectura de cualquier ensayo, crónica o frase lo trae junto a nosotros a diario. Poemas, como sus reconocidos Versos Sencillos, son vitales para sentir las bondades de su presencia.

Fue en octubre de 1891, en la Ciudad de Nueva York, cuando aconteció la publicación de los primeros ejemplares del reconocido poemario. Leer sus líneas es una manera de reencontrarse con la estampa culta, ingeniosa, humana y modernista del más universal de los cubanos. Sobre todo, el profundo amor a su Patria: “Oculto en mi pecho bravo la pena que me lo hiere: el hijo de un pueblo esclavo vive por él, calla y muere”.

En las tonadas de la célebre Guantanamera, de Joseíto Fernández, quedaron musicalizados algunos de esos versos que identifican al pueblo de Cuba, gracias a la inspiración del más universal de sus hijos. “Tiene el leopardo un abrigo / En su monte seco y pardo: / Yo tengo más que el leopardo, / Porque tengo un buen amigo”, así cristalizó el sentimiento y la gratitud hacia un amigo.

Aquellas cuartetas, compuestas por 46 versos remontan a los campos cubanos que El Maestro añoraba limpios del dominio extranjero. También trasluce en ellos sus experiencias personales. Nos cuentan que “Cuando el peso de la cruz/ El hombre morir resuelve, / Sale a hacer el bien, lo hace / Y vuelve / Como de un baño de luz”. Parece como una profesía de su propia existencia, de sus sacrificios infinitos por la soberanía de su nación.

Las creaciones fueron escuchadas por primera vez el 13 de diciembre de 1980, durante una tertulia en tributo al poeta cubano Francisco Chacón. Ante varios de sus amigos, leyó los poemas signados por su alma. Y la aprobación de los presentes fue el mejor augurio de esos textos que han quedado enraizados en la idiosincrasia de los cubanos.

“Fue aquel invierno de angustia en que por ignorancia, o por fe fanática, o por miedo, o por cortesía, se reunieron en Washington, bajo el águila temible, los pueblos hispanoamericanos”, expresó así José Martí, en el prólogo del libro, los motivos que lo inspiraron a fraguarlos. América Latina siempre lo acompañó en toda su obra.

En carta enviada a la madre, nuestro Héroe Nacional dejaría impresa la significación personal que para él tenían esas poesías: “lea este libro de versos, es pequeño, es mi vida”. Su carácter autobiográfico hace más fuerte el apego hacia él:

“Repican con los tacones / El tablado zalamera, / Como si la tabla fuera / Tablado de Corazones.”, vivifica a la bailarina española, Carolina Otero. Nos describe un pasaje de su niñez, donde grafica su experiencia ante el maltrato de los esclavos: “Un niño lo vio: tembló / De pasión por los que gimen: / Y, al pie del muerto, juró / Lavar con su vida el crimen!”.

Martí dedicó su trabajo a dos de sus grandes amigos, Manuel Mercado, de México, y a Enrique Estrázulas, de Uruguay. Y en su habitual diálogo con el lector, desde el prólogo queda convencido de que sus compañeros estaban conscientes que los versos se les habían salido de su corazón. El poemario Ismaelillo y los Versos Sencillos, que en octubre de el presente año cumplirá los 130 años de publicado, fueron las únicas que El Maestro pudo ver realizadas. Los cubanos, estudiosos de su legado han hecho de la comprensión de su quehacer un momento para mostrarle la merecida devoción a ese hombre sencillo que murió de cara al sol, de idealizarlo y mantenerlo a su lado para entender mejor la vida.