CAMAGÜEY.-La gravedad del pintor y pedagogo cubano Lorenzo Linares Duque mantenía en vilo a colegas, discípulos y admiradores de su obra, quienes lamentan hoy su muerte en esta ciudad, a la edad de 71 años.

Linares nació el 13 de agosto de 1952 en la ciudad de Camagüey, pero la infancia transcurrió en el ámbito rural, en una finca en el pueblo de La Vallita, localizado en el municipio de Florida.

En varias entrevistas contó que su primer acercamiento a algo artístico fue a través de un taller de Nazario Salazar, cuando estudiaba en la secundaria básica Esteban Borrero.

Linares egresó de la Escuela Provincial de Artes de Camagüey como instructor en la especialidad de dibujo y pintura, en 1973; y a los cuatro años, de la Escuela Nacional de Arte Cubanacán de La Habana.

Es de la generación de cubanos formados en la antigua Unión Soviética, específicamente en el Instituto Estatal de Arte de Kiev, Ucrania. Allí comenzó su serie del rodeo. Regresó en 1984 con el título de Master of Fine Arts.

Aquellos bocetos de caballos y otros animales desembocaron tiempo después en las famosas lides de gallos. Temas apasionantes para él también fueron el paisaje y la figura humana.

El Consejo Provincial de las Artes Plásticas de Camagüey confirmó hoy la triste noticia en su perfil institucional en redes sociales, desde donde mantuvo al tanto del deterioro debido a un shock séptico.

Adelante acompaña este dolor ante la pérdida de un maestro de la grandeza y de la humildad. Expuso en el espacio galerístico del periódico. Recordamos su muestra personal Hacia el límite, a inicios del 2008. Retomamos aquella entrevista como gratitud y tributo a su memoria.

 

UN GUAJIRO CON MANO VIRTUOSA

Hacia el límite quiere llevarnos un paladín de nuestra Natura, cubano tan rellollo como los paisajes que ama y pinta. Cuando La Vallita, donde vivió, mira a través de los cuadros, no lo desconoce, sencillamente, porque Lorenzo Linares sigue siendo un guajiro con mano virtuosa.

Nos agita con el vértigo de sus famosas lides de gallos, como el cinematográfico tríptico La vida y la muerte; pero también desde las vistas de los campos invita a meditar acerca de los conflictos humanos. Lo autóctono, lo típico, en fin, lo cubano defendido a ultranza en siete obras de gran formato, prestigian la galería Nicolás Guillén del semanario Adelante hasta finales de mes, con exquisitas e irrepetibles escenas que compiten con el bullicio de la ciudad.

“Pensé estudiar una carrera técnica muy ligada a la pintura, lo que hoy conocemos como ingeniería civil y con el tiempo me fui dando cuenta de que mi vocación grande era la pintura. Primeramente me gané una beca directa en Cubanacán, pero no tenía tanta madurez y quizás por algunos prejuicios me decidí por la escuela de construcción. Cuando me presenté de nuevo habían habilitado las escuelas provinciales de arte y en el 70 empecé en la de Camagüey. Tengo gratos recuerdos de aquellos tres años.

“Luego hice las pruebas de ingreso para la Escuela Nacional de Arte (ENA) donde la impresión fue muy grande. Tenía ese contacto con mis compañeros que hoy son pintores nacionales como Nelson Domínguez, Chocolate, Cosme Proenza. Aquí no teníamos ese nivel de información, de búsqueda, de estudio, ni un mejor trabajo con modelos”.

Cuénteme de la experiencia en Ucrania.

— Habíamos hecho las pruebas con los soviéticos que trabajaban en Cuba e ingresamos en el ISA. Se hizo una propuesta para sustituir esos técnicos extranjeros y escogieron a un grupo. Fuimos a diferentes lugares, por ejemplo, Montoto estudió en Moscú, yo en Kiev, Aisar y Lescay en la antigua Leningrado, hoy San Petesburgo. Fue una experiencia maravillosa”.

Según Montoto la ENA potenciaba mucho la imaginación y descuidaba la técnica. Allá era todo lo contrario. ¿Le chocó el realismo soviético?

—No fue una sorpresa porque siempre aspiré a una técnica. Había leído algunas cosas y había visto en los grandes como Picasso que fueron grandes técnicos. Pensé que la técnica daba herramientas para poder llevar a efecto lo imaginativo. Los seis años se me fueron volando por tanta sobrecarga y ejercitación, aunque todos los ejercicios eran científicos en esas instituciones con experiencia centenaria. La dosificación de los programas era perfecta para el aprendizaje.

”Recuerdo una anécdota. A veces cuando estaba en el albergue, en el momento del receso en que llegaba alguna amistad, sentía la necesidad de que se sentaran y posaran. Hacía hasta dos y tres retratos en el día. Y llegué a Cuba con esa necesidad que me dio la escuela. Toda la improvisación y el trabajo de libre creación si tienen una buena base pueden ser interesantes, impresionantes.”

¿Tiene algún antecedente de pintores en la familia?

—De pintar con todas las de la ley, no, pero mi madre tenía mucha vocación y uno se da cuenta en los bordados y en los dibujos que hacía. Otra hermana mía mayor llegó a hacer imágenes bien interesantes. La vida me privilegió y pude desarrollarme.

¿Cuáles son los recuerdos más entrañables que tiene de La Vallita?

—Todo. Quiero mucho la casa donde vivo ahora pero aspiro a ver en el patio lo verde cuando me levanto y eso me viene de allá. Entrañable también era la vida que llevó mi padre con los caballos como montero en el traslado de ganado y cuando se juntaban los peones con los herreros que traían de Camagüey durante un fin de semana. Eso me movió a hacer la tesis de grado en la Unión Soviética sobre el rodeo cubano. Me ayudó un profesor que me dijo: una de las cosas que debes pensar es en qué fue tu pasado. Y fue toda esa vida campestre, esa vegetación al aire libre. Los caballos son un tema pendiente.

¿De allí viene el tema de los gallos?

—También. Recuerdo las visitas a mi tío Dimas Linares, ya fallecido. Tenía criaderos con el Estado y con todas las técnicas. Esos gallos crecían bien lindos, especiales. En las primeras, el color me llamó mucho la atención y de ahí fui encontrando características como la de no dejarse arrebatar en su patio toda la familia; la valentía y además, el doble sentido del hombre que los entrena para matarlos y enriquecerse. Muchas personas me preguntan que si soy gallero o si me gusta. Yo trato de dar ese trasfondo a la belleza de esos animales y la fidelidad a su terruño, a su espacio al ser capaces de pelear hasta el final, hasta que liquida al otro.

¿Por qué Linares es tan realista?

—Estoy haciendo unos estudios para que la realidad sea un poco menos evidente y más subjetiva. Pero empecé así como respeto a todo lo anterior, a la escuela cubana y la ucraniana y me ha ido bien porque he podido expresarme y ha impactado. Estoy buscando variantes pero no serán cambios abruptos; que nadie tema porque detrás de una nueva figuración sigue estando la mano de antes.

Hace unos años los paisajistas fueron mal vistos frente a la moda de lo experimental.

—Sin temor a equivocarme esos fueron mis mejores tiempos y en los que mejor dormí. Siempre vi muy falsa esa arremetida de los detractores contra el arte realista. Pienso que no se trata de hacerle la guerra a un sistema de ideas de milenios que tanto ha dicho. No es tan fácil borrarlo.

¿Propone una visión fotográfica?

—Dentro de nuestro entrenamiento teníamos que ir al paisaje a trabajarlo directamente, que es como mejor se cogen las cosas y donde hay que agilizar la mano. Hoy no es lo mismo. Cuando quiero trabajar algo voy y saco información que de hecho no es ligera porque tienes que buscar la composición, hacer un estudio bien profundo de ese contenido, pero hago mis variantes.

¿Prefiere trabajar el óleo sobre el lienzo?

—Sí. He querido quedarme con el óleo porque es una técnica que domino y conozco. Empecé a trabajar algunas cosas con acrílico y aunque no profundicé en ella la dejé a un lado, pero la respeto. Pienso comenzar con otros soportes como la cartulina, el cartón y con materiales más factibles como el carbón para la técnica del dibujo. Son las cosas que vienen de inmediato.

¿Reconoce la influencia de otros pintores?

—Tengo mucha de los clásicos. De hecho, para mi tesis del rodeo hice un estudio de la obra de Goya sobre la tauromaquia. También, mucha veneración y admiración por Leonardo, Miguel Ángel, Rembrandt, Rubens, y de los rusos del paisajismo chiki: Serof y Mirlof, desconocidos aquí prácticamente. He bebido de muchas fuentes.

¿Tiene preferencia por otras artes?

—El cine me interesa mucho, el teatro, la literatura. Cuando tengo posibilidad llevo un libro al lado. Ahora que se desatan guerras donde matan a los hombres como si fueran hormigas, son tiempos para echarles un vistazo a las buenas escrituras.

¿Pinta todos los días?

—Cuando puedo pinto todos los días. Si son agitados me tomo uno de descanso para recuperar fuerzas y estar listo de nuevo.

¿En qué piensa cuando está creando?

—En lo que estoy haciendo. Pongo música instrumental, generalmente clásica, para crear un ambiente a las ideas que van saliendo. La pintura lleva mucho trabajo, dedicación y concentración.

¿Cuál obra le satisface más?

—Todas, desde las primeras en las que daba mis pasos, que me costaban algún tiempo realizarlas y con ellas aprendí. No se olvidan.

¿Piensa en su obra como testimonio de este tiempo?

—Sí, pero no como mirada fotográfica sino la crítica que refleja lo bueno que hace el hombre por la humanidad y la naturaleza, frente a sus agresiones. Debo trabajar intensamente y apretar duro la mano para hacer lo que quiero.

A muchos jóvenes inspira este pintor de marcado oficio, que tanto recuerda con su pincel el realismo pictórico surgido en Francia a mediados del siglo XIX, que sólo validaba la belleza suministrada por la realidad y el artista debía descubrirla.