CAMAGÜEY.- Cuando se visita el Centro de Ingeniería Clínica y Electromedicina se descubre a un colectivo en un alto por ciento joven, con tanta responsabilidad como modestia. Quienes tienen el compromiso de instalar, reparar y dar mantenimiento a los equipos médicos de la provincia, no exigen reconocimientos. Más bien le huyen a la cámara, a la prensa... se entregan porque les gusta su profesión y son conscientes de que de ellos también depende la vida de los pacientes. No tienen horario, ni fechas. Inventan con las pocas piezas de repuesto y herramientas con que cuentan, mas nunca dicen “no”.
“La pandemia nos subió la parada en todos los sentidos, tuvimos que redoblar esfuerzos, trabajar hasta los domingos porque a 10 líneas de equipos (más de 3 000) hubo que revisarlos uno por uno, saber su estado, ponerlos de alta…”, comentó Yasnier González Martínez, especialista de Vigilancia Tecnológica y presidente de la Asociación Nacional de Innovadores y Racionalizadores (ANIR) del centro.
“Los especialistas de ventilación trabajaron incansablemente para que todos los respiradores estuvieran ‘al cien’”, agregó, y destacó el quehacer de Marcos Antonio Lechuga Cento, “el que más les sabe, uno de los mejores en Cuba”, quien hoy forma parte de la Brigada Henry Reeve.
Miguel pone a punto una de las máquinas de anestesia que podrían servir como respiradores en caso necesario.Asimismo se refirió a Miguel Alejandro Palma Solís, jefe de Ingeniería Clínica, que agrupa a los departamentos de Soporte de Vida, Imagenología y Electromedicina Médica: “Se va todos los días muy tarde y aunque por su cargo no le corresponde arreglar nada, no deja de hacerlo”. Con “Migue”, como todos le dicen, estuvimos conversando sobre el ajetreo de los últimos días: “Este departamento siempre tiene algo que hacer por la explotación de los equipos, que se pasan hasta dos o tres meses sin parar según lo necesite el enfermo, porque su vida depende de ellos. Eso lleva un alto nivel de responsabilidad y compromiso.
“Nos entregamos 24 por 24 porque el tiempo que estamos en casa permanecemos localizables y disponibles y solo somos cuatro especialistas para toda la provincia, uno de ellos ahora en la Henry Reeve, el de más experiencia y consagración”, manifestó, y otra vez Marcos Antonio protagoniza el diálogo sin estar. “Ante la COVID-19 tuvimos que hacer en poco tiempo una revisión técnica total en el territorio y certificar, incluso, las máquinas de anestesia que pueden usarse como respiradores si sucediera el peor escenario. Pero me siento orgulloso de dirigir a un colectivo (en el que algunos fueron mis profesores), de personas consagradas, con sentido de pertenencia y que no dudan en dar el paso al frente en el momento necesario”.
UNA ANIR MÁS QUE ACTIVA
Donde escasean las piezas de repuesto, los aniristas tienen que hacer de las suyas, sobre todo cuando no se cuenta con todas las herramientas y a cada rato se rompe un c ontrato porque Estados Unidos se adueñó de una empresa suministradora. A más de 325 000 CUC ascendió el aporte de 15 innovaciones ejecutadas en el 2019, que pasaron su fase de prueba y funcionan satisfactoriamente. La de mayor cuantía por la complejidad del equipo, con un costo en el mercado internacional de unos 70 000 dólares, fue el de Rayos X estacionario convencional del servicio de Imagenología del hospital provincial docente Manuel Ascunce Domenech, que recibió Mención en el Fórum Regional de Electromedicina y se presentó a nivel nacional.
Para Dainer resulta esencial la unidad dentro del colectivo.Cuenta Dainer Caldés Almanza, uno de sus cinco autores, que lo dejaron listo y calibrado en una semana. “Ya lo habían desinstalado y solo quedaban unas pocas piezas. Empleando otras de aparatos de baja, incluso de diferentes marcas, lo echamos a andar. Permite hacer la uretocistografía con mejores condiciones y más comodidades. Siempre me gusta recordar que fue de las primeras cosas que hice cuando llegué aquí, pero ya los muchachos tenían la idea de sacarlo”. Un trabajo Relevante en el Fórum Nacional lo desarrollaron Rubén García González y Fernando Martín Zayas en la autoclave marca Tuttnauer, del hospital materno Ana Betancourt. “Como esta existen dos en el país, explicó Rubén. Son programadas por un controlador lógico programable (PLC) que duró muy poco y nos encargamos de hacer un nuevo circuito con piezas de equipos de baja. Hoy trabaja igual que antes, aunque con tecnología más atrasada: esteriliza la leche a 108 grados”.
—En sus 32 años de trabajo aquí, ¿cuánto ha cambiado la tecnología?
—¡Uuuff, muuucho! Cuando yo entré, la tecnología era de accionamiento y ahora, de PLC; otras funcionaban a válvula y hoy se usan las placas eléctricas… Lo malo del desarrollo es que aplica para quienes tienen las piezas de repuesto, porque los aparatos modernos no admiten la reparación igual que los de antes. Muchos vienen sin manual por la vía de las donaciones, y hasta la información nos la bloquean. Los técnicos nos rompemos la cabeza y en ocasiones ni tenemos las herramientas que hacen falta.
—¿Cómo asimiló el cambio?
—Estudiando, entré como técnico y ya soy licenciado. Cuando usted tiene interés, aprende. Para mí reparar equipos médicos para salvar vidas es importante, además de que me gusta. Certezas así se escuchan con frecuencia cuando se visita el Centro de Ingeniería Química y Electromedicina, un colectivo sin horarios ni fechas, ni antes ni después de la COVID-19.