CAMAGÜEY.- En la escuela profesional de arte Luis Casas Romero, la mañana comienza con sonidos que no se parecen a los de otra institución: escalas que se repiten, dedos pequeños buscando precisión sobre el teclado, arcos tanteando la cuerda correcta, pasos de danza midiendo el tiempo con el cuerpo. En medio de este universo, la Matemática tiene un lugar que a simple vista parece discreto, pero que sostiene la creación.
Ahí se encuentra Edilbert Pentón Carmenates, un profesor de 55 años de edad. Nació en Remedios, la villa donde las parrandas marcan el ritmo del año, pero desde los ochenta su familia echó raíces en Camagüey. Aquí estudió, aquí enseña, aquí ha dedicado su vida a acompañar a adolescentes a entender que la Matemática es una llave.
A la escuela llega listo para transformar números en música y movimiento. Porque detrás de cada escala hay proporciones; en cada arpegio, patrones; en cada paso contado, una secuencia numérica que da estructura al arte. Está decidido a convertir la asignatura en una aliada del talento artístico, al punto de lograr que sus estudiantes destaquen en concursos nacionales.
Escucharlo me devolvió también a mis compañeros de concursos, a los medallistas que aprendieron a amar los problemas difíciles, a celebrar un hallazgo, a darle la vuelta a una idea hasta que brilla. En él reconocí ese espíritu.
—¿Decidió usted estudiar Matemática?
—Siempre fue una decisión propia. Desde niño me gustó. Estudié en el Instituto Superior Pedagógico José Martí en Camagüey, me gradué en 1993 y desde entonces ejerzo como profesor, mayormente en secundaria básica. Trabajé en varias secundarias de Najasa, Jimaguayú y Camagüey. También estuve en el centro de referencia provincial Ana Betancourt de Mora. Desde 2017 estoy aquí.
—¿Cómo es el reto de enseñar a niños que piensan con el cuerpo y el oído?
—Es un placer. La clave está en acercar la Matemática desde la música y la danza. Que los alumnos la vean como soporte para aprender su profesión. Ejemplificamos con personalidades que unieron ambas áreas. Partimos de Pitágoras, que dedicó parte de su vida a la música. En sus colegios lo primero que se enseñaba era música porque liberaba el alma. Fibonacci utilizó secuencias presentes en obras de arte, como La Mona Lisa o El hombre de Vitruvio. En la danza está toda la geometría espacial y plana. Hemos utilizado los espacios, sobre todo en ballet, danza y folclor. El mayor problema hoy en secundaria básica es el dominio de la geometría. Por tanto, la Matemática se convierte en soporte de su formación artística.
—¿Le ha pasado que un niño halle una solución “artística” a un problema?
—Sí, cómo no. En danza pido que construyan un triángulo con tres puntos alineados y enseguida me responden: “Profe, así no se forma un triángulo”. Lo descubren por sí mismos: sumas de lados, ángulos, posiciones. Esa evidencia práctica queda grabada en la memoria mucho más que una lección abstracta.
—¿Podría dar otro ejemplo de un problema creativo que les plantea?
—Claro. Propuse uno con las palabras mantequilla, queso, tostada. Debían elegir la cuarta correcta entre leche, yogur, cereal y jugo. La respuesta era yogur por el orden alfabético. La idea es que aprendan a razonar, no solo a calcular.
—¿Influye el entorno cultural de Camagüey en su visión de la enseñanza y el aprendizaje?
—Me considero camagüeyano, aunque nací en Villa Clara. Crecí entre estas dos raíces. Creo que todo profesional, especialmente un educador, debe ser amante de la cultura. Para guiar a los estudiantes, primero uno debe aprender a aprender y cultivarse constantemente, mucho más en estos tiempos de tecnología e inteligencia artificial. El maestro debe actualizarse para poder acompañar.
“Un día, en una evaluación de una clase, pregunté: qué es cultura. Me empezaron a hablar de música, de danza... Y les dije: no, cultura es todo. La palabra viene de cultivar pensamientos, ideas, normas de conducta, todo…”
—Si tuviera que escoger un concepto que un músico debería dominar, y otro que un bailarín debería comprender a fondo, ¿cuáles serían y por qué?
—Para un músico, la armonía: la afinación, los tonos y la estructura de las escalas están directamente ligados a la Matemática. Para un bailarín, la geometría del cuerpo: cómo se mueve en el espacio, cómo se posiciona, cómo utiliza ángulos y planos. La geometría no se queda en el papel; se hace visible y tangible en su propio cuerpo.
El día de la entrevista contó a Adelante que dedicó parte de la madrugada a calificar las pruebas de los 68 concursantes del certamen municipal. Esa disciplina y entrega cotidiana es la que permite que sus estudiantes obtengan de las mejores notas del país, incluso mientras llevan rutinas intensas de arte.
—La enseñanza artística se considera costosa. ¿Cómo se traduce esa inversión en disciplina y sensibilidad?
—Toda enseñanza es costosa. En la artística, además de libros y maestros, están instrumentos, partituras, espacios, bibliotecas. Pero el placer está en ver que los niños tienen aptitudes y talento, y que podemos desarrollarlos. Cuando aprenden Matemática desde su arte, incluso si no concursarán toda su vida, ganan disciplina, curiosidad y sapiencia.
—¿Cómo introduce el rigor de la asignatura en medio de ensayos, montajes y entrenamientos físicos?
—Eso parte de la planificación de la clase. Desde que entré, me pregunté: ¿cómo enamoro a mis niños para que sientan por la Matemática lo mismo que por su arte? A partir de ese acercamiento lo logré. Al inicio, el trabajo de concurso era cero. Todo se centraba en el instrumento. Poco a poco avanzamos. El año pasado tuvimos la mejor nota de Matemática del país: una niña de octavo grado de esta escuela.
“En noveno grado hay un pase de nivel; hemos tratado de no tocar a esos niños, pero algunos dicen: “Profe, yo hago el pase de nivel, pero también voy al concurso”. Para mí es otro reto: planificar su preparación sin que les robe tiempo a su especialidad. Somos muy celosos: si un niño de concurso tiene problemas con la especialidad, no concursa.”
Como él, quedan profesores que sostienen los pedazos más frágiles: la atención al talento, el sueño olímpico, el gusto por el rigor. Edilbert asesoró el diseño de la olimpiada mexicana, pero su rutina es sencilla: llega en bicicleta a la escuelita donde el grupo de alumnos se puso de acuerdo para ejercitar. Sin tecnología de punta ni más recursos que su método, su paciencia y una tiza, entrena.
—También prepara estudiantes de otras escuelas. ¿Cuál es su estrategia?
—Cada año hay que cambiarla. Llevamos 33 años en Educación y más de 20 preparando concursos. Camagüey ha sido puntual en desarrollar concursos de Matemática. Desde hace tres o cuatro años logramos las mejores notas del país en noveno y octavo grado. En séptimo cuesta más, porque comienzan de cero. La estrategia es un cinco por ciento mío y un noventa y cinco de los niños. La enseñanza primaria nos nutre. Seleccionamos a los estudiantes según el desempeño, trabajamos semanalmente y de forma progresiva.
“Actualmente preparamos en la secundaria básica Enrique José Varona, los miércoles de 8:00 a.m. a 10:30 a.m. Este mes comienza el concentrado. Camagüey llevará 31 estudiantes al concurso provincial. Tenemos tres grupos de WhatsApp de séptimo, octavo y noveno, y hay padres que quieren estar para saber qué les ponemos. Los niños resuelven problemas y me los mandan. El tiempo me es muy poco para tantas cosas.”
—Hace poco, varios niños ganaron. Es dichoso. Recoge lo que siembra.
—Matemática concursa durante todo el año: concursos locales, nacionales e internacionales como la Olimpiada iraní y la Olimpiada de mayo. Recientemente surgió una idea maravillosa: el Concurso Nacional por la Cultura Matemática, convocado por la Sociedad Cubana de Matemática y Computación, que no era de resolver problemas sino de mostrar, mediante manifestaciones artísticas, cómo ve el niño la Matemática y la Informática. Mis alumnos nacieron con la tecnología debajo del brazo y por eso les insisto en llevarla al cerebro. Concursaron con poesías, canciones y narraciones. Fueron 17 niños de Música.
Por si fuera poco, sobre sus hombros también está la preparación de maestros en la Escuela Pedagógica de Camagüey. Tiene un grupo de cuarto año. Además, imparte Geometría a alumnos universitarios.
—¿Qué lugar ocupa la familia en su labor docente?
—Fundamental. Mi familia es pequeña, soy hijo único. Sin el apoyo de mi esposa y mis dos hijos, no habría logrado nada de esto. Preparar concursos y acompañar a los estudiantes requiere muchísimo tiempo, más allá de las horas de trabajo habituales. A veces calificar pruebas a las dos de la mañana es necesario, porque los niños están ansiosos de saber los resultados.
—¿Cómo imagina el futuro de la intersección entre arte y matemática en la educación cubana?
—Primero hay que hacerla presente. Todo tiene que fusionar. Recuerdo que en primer año de la universidad un profesor me dijo que un buen maestro se recuerda siempre. Esa idea ha guiado mi docencia. Busco que mis clases se acerquen a eso, que mis alumnos me recuerden no como quien enseñó a sumar o restar, sino como quien enseñó a pensar, a organizar ideas y a enfrentar retos. Que aprender puede ser un emocionante viaje hacia lo desconocido.