MINAS, CAMAGÜEY.- “La Fe” habla por Omar. Su saludo son dos campos rojo y verde de ajíes cachucha que están en plena producción. Junto a su casa, bonita y confortable, un policultivo de plátano, aguacate y café demuestra al visitante que este campesino mineño, de la comunidad El 90 en el consejo popular Senado, no desaprovecha ni tiempo ni palmo de tierra en la finca.
Lleva ya dos décadas consagrado al trabajo agrícola, luego de que se distanciara de los trajines fabriles azucareros, donde puso en práctica por 23 años el título de técnico en sistema eléctrico industrial. A “La Fe” que heredó de su padre se entregó por completo y como resultado de tanto desvelo obtuvo la condición de agroecológica y en 2015 se convirtió en el primer campesino en Cuba en merecer la categoría de Cuarta Corona, máximo galardón que concede el Grupo Nacional de la Agricultura Urbana, Suburbana y Familiar por el desarrollo técnico y los resultados productivos y económicos.
Mas no es la “coronación” el mayor de sus orgullos, sino el haber logrado que sus hijos y otros parientes cercanos se sumaran a los afanes rurales. Dentro de la cooperativa de créditos y servicios Sergio González han formado una “cooperativa” familiar de tres fincas. De todas es Omar Fernández Adán el horcón principal, el impulsor.
“Mis hijos crecieron y se incorporaron a estos trajines, incluso el mayor, que se graduó en la universidad de Estudios Socioculturales y volvió. Hoy todos estamos pegados al surco”, cuenta con la feliz certeza de que la continuidad está garantizada.
“En ‘La Loma’ tenemos seis hectáreas destinadas a cultivar hortalizas: tomate, berenjena, pepino y col, entre otros, y ahora también el frijol caupí. En la otra dedicamos entre 43 y 50 hectáreas a la siembra de granos en condiciones de secano. Aun así cada año entregamos unas 50 toneladas de frijol y 70 de maíz”, volúmenes que suman el 73 % de todos los granos que se entregan en ese municipio.
“Estamos enfrascados en incrementar plátano, yuca, boniato y calabaza para aportar más. Esta situación demanda de un extra de los campesinos ante la imposibilidad de importar alimentos al país”.
En la agricultura no se debe improvisar, asegura este hombre con genes montunos. “Todo está escrito, el campesino tiene que adaptar lo que aparece en la bibliografía al lugar donde vive y a sus condiciones de trabajo. Uno debe tener una guía para saber el número de semillas por área, el ciclo productivo, las plagas que pueden afectar al cultivo”. En ese afán de búsqueda y superación constante ha creado el hábito de dedicar 30 minutos al día a la literatura, a prepararse y más cuando quiere introducir nuevos cultivos.
Aunque como el suyo, muchos buenos ejemplos demuestran que se puede hacer más en las condiciones actuales, hay otros, tanto del sector estatal como en el campesinado que se mantienen a la zaga, todavía con áreas improductivas.
A sus más de sesenta años, reflexiona sobre la urgencia de potenciar el intercambio de experiencias entre campesinos, en los municipios o en la provincia, para demostrar lo que se puede hacer. “Hay jóvenes que han obtenido tierras pero no provienen del campo y necesitan ayuda. Esa puede ser una vía. Falta que los técnicos de la agricultura se acerquen más a nosotros. Y falta llegar más a la base para compartir con el guajiro el trago de café y sus preocupaciones. Nadie puede olvidar que, aunque resulta insuficiente, nosotros entregamos más del 70 % de la comida que se produce en Cuba. Vivimos tiempos difíciles, de carencias, y necesitamos más acompañamiento.
“Se puede hacer más con lo que tenemos. En la agroecología, por ejemplo, muchas potencialidades se desaprovechan. Pueden escasear recursos materiales, pero no el trabajo y las ganas que se le ponga a lo que se hace. Otra cosa que me preocupa es que décadas atrás, cuando una familia se instalaba en el campo, lo primero que hacía era sembrar árboles frutales y viandas y criar algunos animalitos para la comida de la casa. Eso se ha perdido un poco. Me parece absurdo ver a un campesino caerle atrás a una mano de plátano en una placita o que no tenga carne ni huevo para comer. Quien vive en el monte tiene que criar y cosechar al menos para su familia”.
Omar fue uno de los 53 camagüeyanos elegidos como delegados al XII Congreso de la Asociación Nacional de Agricultores Pequeños, el cual estaba previsto del 15 al 17 de mayo, pero que la COVID-19 postergó. “Para nosotros el congreso más importante en estos momentos es multiplicar la siembra y las producciones. El campesinado, desde la Sierra Maestra, ha estado al lado de la Revolución, comprometido con el pueblo. Ahora no será diferente”.