CAMAGÜEY.- En estos tiempos virales, donde casi todo se comparte y casi nada se escucha, la cultura corre el riesgo de confundirse con el eco. Todo parece “viral”: una coreografía, una frase, una noticia de dudoso origen. Pero lo viral no siempre es lo vital. Y lo vital, casi nunca, se propaga de prisa. Lo vital es lo que permanece.
Vivimos rodeados de imágenes que se disuelven, de frases que se repiten sin reposo. Lo que antes era gesto o palabra pensada hoy puede quedar reducido a una publicación que dura segundos. Para un mundo saturado por eso, proponemos otra lógica: la de la siembra.
La cultura, en cambio, tiene otro ritmo: el del crecimiento, el del cuidado, el de lo que se siembra y tarda. La cultura no busca contagiar, sino cultivar. Y cultivar requiere tiempo, atención y sentido. Como todo lo vivo, la cultura insiste: germina donde menos se espera, resiste, se filtra entre las grietas del cemento.
En Cuba, donde la precariedad y la resistencia conviven día a día, cultivar memoria y cultura es un acto ético profundo. Este texto parte de Camagüey: de sus grietas simbólicas, de sus voces que germinan contra el ruido.
En el entorno digital, la información corre más rápido que el pensamiento. Un meme puede viajar miles de veces antes de que alguien cuestione su veracidad.
Las redes funcionan como terreno fértil o pantano, dependiendo de lo que sembremos. Si solo repetimos lo efímero, contribuimos al ruido. Si buscamos lo que deja raíz, sembramos memoria compartida.
Aquí, en Camagüey, la cultura persiste entre apagones, conexiones precarias y laptops que luchan por no rendirse. Se sigue haciendo de voz a voz, de patio a patio, de aula a aula. He visto cómo estudiantes descubren un poeta a través de un “reel”, cómo una canción vieja revive gracias a alguien que la reinterpreta con amor. He visto a artistas cultivar sentido en patios, aulas, calles.
La cultura no solo vive en las instituciones: vive en cómo hablamos, cómo cocinamos, cómo resistimos. Un grupo que rescata una conga antigua, una profesora que enseña con décimas, una diseñadora que recicla telas: todo eso es cultura activa. Defender lo local no es nostalgia: es estrategia de supervivencia simbólica. No se trata de volver atrás, sino de no perder la brújula. En una cultura sin memoria no hay herencia. Y una nación sin símbolos comunes es solo un archipiélago de intereses.
La cultura, como la vida, se sostiene en quienes deciden seguir sembrando. Sembrar, incluso en terreno adverso, es un acto de esperanza.
La cultura cubana siempre ha sido un cauce con muchas aguas, pero todas ellas corrían en una dirección común. Había una corriente que nos unía: una idea de nación, de dignidad, de raíz compartida. A veces, en la prisa por parecernos al mundo, olvidamos lo que el mundo admiraba de nosotros. No se trata de oponerse a lo nuevo, sino de pedir pensamiento sobre lo que adoptamos. Hoy ese cauce se bifurca, y tal vez sea momento de volver a pensar qué río queremos seguir siendo.
Se advierte que la exposición constante no equivale a memoria. Las redes ofrecen visibilidad, no historia. Por eso insistir en la memoria es también un acto de resistencia ética: cuidar lo que somos para evitar que se disuelva en lo inmediato. También se apunta que el entusiasmo puede ser motor… o trampa. En Cuba lo sabemos bien: muchas veces es lo único que sostiene el trabajo cultural. Pero ese mismo entusiasmo puede ocultar precariedad, silenciar el cansancio, justificar el exceso. Desde la periferia digital —con conexiones inestables y tecnología limitada— cada publicación que hacemos puede ser un gesto consciente: sembrar pensamiento, no solo consumir ruido.
¿Qué hacer? Los tiempos virales nos desafían a tres tareas esenciales: curar el contenido, como quien limpia el terreno antes de sembrar; crear redes auténticas, humanas, que trasciendan lo digital; y hacer pausa, porque en el silencio el pensamiento madura.
La burocracia, la falta de recursos, el cansancio cotidiano pueden abrumar. Pero cada vez que un maestro logra que un estudiante se conmueva con un poema, cada vez que una actriz sube al escenario bajo una linterna, cada vez que un periodista publica algo honesto, algo se repara.
La cultura es más que una profesión: es una forma de resistir la disolución. No exigimos a la esperanza que sea eufórica: basta con que sea constante. Reconocer el cansancio sin culpa, descansar: también son actos culturales. Y buscar comunidad, diálogo, colaboración: eso nos salva.
En tiempos virales, pensar desde Cuba es reivindicar el valor de la siembra. Es afirmar que lo instantáneo no puede reemplazar lo profundo, que lo efímero no extinguirá lo auténtico. Adelante es un medio con historia, que vive del compromiso con la memoria y con el pueblo.
Todas estas ideas conectadas nacen de la propuesta del Centro de Superación para el Arte y la Cultura de Camagüey para el espacio de reflexión “Entre las artes”, que tuvo lugar en el Café Literario La Comarca, dentro del marco de la Jornada de la Cultura Cubana, que no ha sido otra cosa que un verdadero reto de superación para mí misma.
Desde que me llamaron, empecé a darle vueltas al tema, a ideas sueltas, a situaciones, a escenas, a mis propias lecturas… y todo ese proceso terminó convirtiéndose en un ejercicio de autoconocimiento y de conciencia: sobre mi profesión, sobre mí misma y sobre el lugar que uno ocupa en el mundo.
Titulé la ponencia “Pensar la cultura en tiempos virales. Una ética de la siembra”, y tuve el privilegio de coincidir con el dramaturgo Leonardo Leyva, quien presentó “El peso de una isla: identidad, pensamiento y cubanidad”. Agradezco profundamente su agudeza, su sensibilidad y la riqueza del intercambio que se generó.
Por tanto, este texto es mi invitación: que cada quien, desde su espacio, siembre palabra con paciencia, memoria con atención. Que construyamos juntos algo que, aunque no estalle hoy, florecerá mañana.