CAMAGÜEY.- Una imagen común en los parques, en las pizzerías, en cafeterías y en cualquier otro lugar donde pasaban el rato los jóvenes antes de la pandemia de COVID-19: tres o cuatro enajenados del mundo con los ojos fijos en los celulares. Los dispositivos, que convergen en el centro de la mesa, casi se tocan.
Es muy probable que los adolescentes, conectados a pantallas de un tipo u otro, lean más palabras que nunca. Pero a menudo leen borradores, extractos, fragmentos de artículos, mensajes, piezas de información de todas partes y de ninguna. Posiblemente estén le-yendo de todo menos libros.
¿Qué sucede a medida que crecen? Cuando tienen 12 o 13 años, a menudo dejan de leer en serio. Gran parte de su vida social entonces se lleva a cabo en los móviles, donde no tienen que enfrentarse entre sí.
Un resumen reciente de estudios citados por varias universidades del mundo indica que es menos probable que los adolescentes lean “por diversión” a los 17 años que a los 13. La categoría de leer “por diversión” es en sí misma un poco deprimente, ya que divide la lectura en deber y gratificación, como si los dos fueran necesariamente opuestos. Leer se ha convertido en una tarea, como lavar la ropa o preparar la comida para un hermano menor; o en una actividad más, similar a nadar o ir de compras; una acción como cualquier otra, y no algo que dure el resto de sus vidas.
En suma, la lectura ha perdido su estatus privilegiado; pocos niños se avergüenzan de no hacerlo mucho. La noción de que siempre se debe tener un libro no prospera en muchos jóvenes. A menudo, te miran sin comprender cuando les preguntas qué están leyendo por su cuenta.
Argumentar que la lectura constituye una de las grandes ventajas de la vida, que los niños atados a la pantalla corren el peligro de perderse una experiencia tremenda, se ha vuelto incómodo, recto y emocionalmente difícil. En épocas anteriores éramos más los convencidos del valor cada vez mayor de la literatura, pero eso fue cambiando, hasta llegar a la idea de que esta crea solo deleite. Si el resto de nosotros renunciamos al acto inigualable de sumergirnos en un texto sin luchar, lo lamentaremos.
Los lectores activos saben que la literatura puede ser transformadora. Lo que han aprehendido sobre ella y sus efectos es espiritualmente inconmensurable. Pero, ¿cómo se crea ese gusto en primer lugar?
Mucho tienen que ver las familias y la escuela: las primeras lecturas al dormir en la infancia, los juegos de roles en el círculo infantil y la biblioteca de las primarias... los deberes de las clases, ese equilibrio mágico entre placer y necesidad a la hora de abrir un libro.
En los tiempos pandémicos muchas librerías han cerrado. Las ferias, desde mucho antes llegaban con menos ejemplares a las provincias; en la actualidad esperan jornadas mejores para hacer del país el epicentro del culto a la buena literatura cubana y universal. Ahora que se han vuelto de moda las APK para leer en teléfonos móviles hacen falta más versiones en estos formatos de clásicos de Luis Rogelio Nogueras, Alejo Carpentier, Fina García Marruz, Roberto Fernández Retamar, Cintio Vitier…
Por el momento las editoriales no han parado su producción para cuando podamos comprar nuevos títulos en papel, y los Centros Provinciales del Libro y la Literatura han colmado espacios virtuales un poco para hablar el lenguaje de los jóvenes y otro tanto para servirse del lugar desde donde se puede conversar con seguridad en medio de la COVID-19.
Hay más de un ejemplo de iniciativas como el de las bibliotecarias del municipio camagüeyano de Sierra de Cubitas, que cuando llegan a una casa para hacer la pesquisa dejan un título para el deleite de la comunidad y así cuidan la salud espiritual, además de la física, y llenan su necesidad de ver libros en manos ávidas.¿Son suficientes sus esfuerzos? ¿Son los muchachos consumidores de estos mensajes? Ahí está el reto de todos. De los profesionales de la palabra impresa, de los maestros, de las familias. La cuarta pantalla no constituye el enemigo, solo hay que saber usarla también para enamorar con las letras.