CAMAGÜEY- Estados Unidos cierra el mes de abril con la triste noticia de superar los 60 000 fallecidos por el nuevo coronavirus y una cifra superior al millón de contagiados.

Antes de que la enfermedad se generalizara y adquiriera un alcance global -presente hoy en 183 países- Donald Trump subestimó el alcance que podía tener en su nación.

Dolorosamente se ha visto que la COVID-19 se expandió por los 50 estados de la Unión más rápido de lo que calculó, desoyendo la opinión de expertos como el Doctor Anthony Fauci, reconocido especialista en enfermedades trasmisibles de la Casa Blanca.

La errática actuación del magnate supera con creces cualquier “metedura de pata” de sus antecesores en la oficina oval.

La ignorancia lo llevó a creer que un medicamento usado en un momento determinado con el cólera, lupus o artritis era el ideal para enfrentar la enfermedad.

Eso no bastó. Otro “explote” se le produjo con el capitán del portaaviones Roosevelt, movilizado en la región para intimidar a Venezuela. El oficial que comunicó la existencia de tripulantes enfermos a bordo, como se dice en buen cubano “salió por el techo”, lo que desencadenó la sustitución de oficiales de alto rango y el nombramiento de otros.

Una reciente encuesta destacó que el 52% de las personas que respondieron el cuestionario en Estados Unidos dudaron de la capacidad del mandatario para encarar la pandemia, mientras que casi seis de diez expusieron que la salida no puede ser que rompan el aislamiento social.

El director general de la Organización Mundial de la Salud, institución también atacada por Trump a raíz del manejo de la crisis, declaró que es inaudito dar riendas sueltas a la idea de que los ciudadanos abandonen sus hogares y restablezcan una vida normal, peligroso en su opinión por la recaída que puede producirse en un momento pico de la pandemia.

Sin embargo, parece que aún muchos de los estadounidenses no han meditado bien la gravedad del asunto. En uno de los más inauditos escándalos, varios medios de prensa refirieron esta semana intoxicaciones y envenenamientos a causa de uno de los “remedios” sugeridos por el Presidente: inyecciones o ingesta de desinfectante… de no ser por la crueldad del asunto, parecería broma.

En pocas semanas, el país registró más de 40 000 muertes, unas 2 000 más que las víctimas estadounidenses en la guerra de Corea de 1950-1953; unos días después superó los 58 220 fallecidos en Vietnam que dejó un saldo, además, de jóvenes norteamericanos mutilados y con desequilibrios mentales.

Claro, no eran los hijos de los ricos los que participaron en esos conflictos bélicos. Es una lección que deben de aprender los habitantes de Estados Unidos y de otras naciones, de que la filosofía capitalista no es de solidaridad ni humanismo, sino de sálvese quien pueda.

Ojalá aprendan a tiempo, además, que ese capitalismo que tanto pondera el mercado y aboga por mantener economías y no vidas, no ha ofrecido las mejores recetas tampoco para enfrentar la COVID-19, y esta, a diferencia de sus guerras por el mundo, no distingue clases ni razas.