El segundo y último capítulo de Los vulnerables, de la serie televisiva policíaca Tras la huella, dejó un sabor amargo entre los televidentes y una experiencia de la que todos debemos aprender para evitar la corrupción de menores y todas las complicaciones que estos asuntos conllevan.

No pretendo con este comentario narrar cada uno de los pasajes del material audiovisual, llevado a la pantalla durante la programación de verano; sino que nos demos cuenta de la torpeza y de las posiciones malsanas que asumen personas por Don Dinero.

Quién iba a pensar –y es una de las intrigas bien llevadas en el guión televisivo– que un padrasto, a cargo de la pequeña por razones de trabajo de la madre, fuera quien impulsara a una proxeneta a la acción engañosa y brutal de propiciarle a un enfermo sexual el satisfacer sus deseos de tener relaciones con una menor por 600 pesos cubanos convertibles.

La Constitución de la República de Cuba en el artículo 86 plantea: “El Estado, la sociedad y las familias brindan especial protección a las niñas, niños y adolescentes y garantizan su desarrollo armónico e integral, para lo cual tienen en cuenta su interés superior en las decisiones y actos que les conciernan”.

A renglón seguido añade: “Las niñas, niños y adolescentes son considerados plenos sujetos de derechos y gozan de aquellos reconocidos en esta Constitución, además de los propios de su especial condición de persona en desarrollo. Son protegidos contra todo tipo de violencia”.

Este episodio de Tras la huella constituye una enseñanza sobre el trabajo que despliegan los órganos del Ministerio del Interior hasta llegar al total esclarecimiento de los hechos, donde interviene siempre la valiosa cooperación del pueblo y la inteligencia de un personal con un alto nivel de adiestramiento. Sobre todo, lo más importante es sacar, como conclusiones, la necesidad de prevenir para evitar hechos de esta naturaleza o de cualquier otra que entristecen a familias enteras y elevan el nivel de la población penal.