CAMAGÜEY.- Desde que arrancó la primera máquina de vapor en Inglaterra allá por el 1760 se acabó —imagino yo— el relativo silencio que hasta esos momentos disfrutaba el universo, solo alterado por los dislates de la naturaleza, los ritos locales  de los nativos, los golpes de las macanas, los chillidos de los animales y el renquear de las ruedas de madera.

Nada comparable con estos tiempos de la llamada modernidad, sobre todo en Cuba después que en el 1906 circuló el primer automóvil por las calles habaneras y donde, desde entonces, el ruido ha dejado el espacio al estruendo no solo de las máquinas de combustión interna, eléctricas, instrumentos sonoros de todo tipo, sino que a ello se suma el irrespeto de muchas personas a la tranquilidad, el sosiego y la preservación de la salud de sus conciudadanos, lo cual  hace insoportable la convivencia tanto en las grandes ciudades como en los vecindarios más modestos.

Sobre el tema, por su trascendente importancia, se ocuparon los diputados cubanos en el transcurso de la labor de las comisiones de trabajo permanentes que antecedieron a las sesiones de la Asamblea Nacional del Poder Popular para proclamar la nueva Constitución de la República de Cuba, los cuales constataron las numerosas violaciones que se producen de las regulaciones establecidas por las distintas autoridades jurídicas encargadas de exigir la ejecución del Código de Vialidad y Tránsito, tanto por peatones como por los choferes, para evitar los daños materiales y humanos que esta epidemia produce.

De los organismos responsabilizados con el control del ruido en nuestro país, el Ministerio de Salud Pública y sus dependencias especializadas y la dirección de Vialidad y Tránsito, el Ministerio de Transporte, conjuntamente con la Policía Nacional Revolucionaria son los principales ejecutores de las disposiciones legales que regulan el ruido de todo tipo.

Sin embargo, de lo dicho al hecho parece que va un largo trecho. En el cumplimiento de las regulaciones establecidas acerca del excesivo ruido hay demasiadas brechas si nos atenemos a las numerosas quejas de la población y al continuo reclamo de atención que al asunto dedican los medios de difusión del país, que no se cansan de abordar desde todos los puntos de vista el tema que tanto nos “preocupa”, pero parece que nos ocupa insuficientemente.

Por el amplio diapasón de su universo, prefiero ocuparme de un solo aspecto del excesivo ruido que padecemos todos menos el que lo produce, y está enmarcado en la violación de los medios automotores, sobre todo, los motores de cualquier cilindraje que no observan las regulaciones vigentes para transitar por las vías.

Se sabe que el Código Nacional de Vialidad y Tránsito prohíbe la circulación de los vehículos que no estén habilitados para amortiguar hasta los niveles permitidos el ruido de sus escapes, pero todavía sueño con ver a una sola autoridad de las responsabilizadas con tales disposiciones que pida cuenta a un conductor acerca de la violación que está cometiendo.

Dicha falta de sensibilidad, hasta con ellos mismos — supongo que también deben sufrirlas—, permite que no ya el ruido, sino el estruendo de infinidad de ciclomotores que circulan por la vía nos hagan la estancia en este mundo verdaderamente insoportable, solo porque alguien por negligencia no cumple con las responsabilidades que les fueron dadas para impedirlo.

En la “viña” hay de todo: los inconscientes, los que se sienten superiores por el estruendo que los acompaña, los que quieren llamar la atención sobre su vehículo para sentirse admirados, y simplemente los que pretenden hacerle la vida un “yogur” a sus semejantes, propósito que logran gracias a la impunidad que hasta ahora disfrutan y que, esperamos,  algún día termine.