CAMAGÜEY.- La puerta del conocimiento casi siempre está ahí, al alcance de nuestra mano. Pero si llegar a él resultara tan fácil quizá la vida fuera más que idílica, fuera menos colorida. Así, en la aventura de su conquista tropezamos con la combinación de las fórmulas químicas, la memorización de la Historia, la profundización de nuestra lengua materna… tantas materias que nos quitan horas de descanso y tiempo libre. Tantas dudas acumuladas que el educador disipa y como una llave maestra nos introduce en el campo del entendimiento.
En mi caso, cada vez que calculaba una función matemática iniciaba un acto, en la cuerda floja, que jamás terminaba con aplausos. Bastaba con menos de la mitad del ejercicio para caer desbocado en aquella carpa de esfuerzos en vano. Yo siempre quise ser un joven “problemático” como algunos de mis compañeros de aula, esos que de una sentada se leían el inciso, lo interpretaban y enseguida hallaban la solución. Sin embargo, la luz de mi profesora me mostró el camino, la confianza y con exigencia, finalicé el espectáculo, sin perder el equilibrio, y los problemas intimidaron menos.
Cuando escucho la frase de José de la Luz y Caballero: “Instruir puede cualquiera, educar solo quien sea un evangelio vivo”, recuerdo a los maestros primarios que nos ofrecen los alimentos básicos: el abecedario, a sumar, a restar, a dividir, a leer… los pasos iniciales que debemos tener en cuenta antes de abandonar el “nido” y partir hacia un destino afín a nuestra voz interior. Cómo olvidar a aquellos que nos enseñan en los círculos infantiles a ponerle un nombre a los colores, a pronunciar las vocales y a jugar, como simiente fundamental para las relaciones en sociedad.
Entre los diversos calificativos que los poetas dedican a los maestros, se encuentra el de héroe. Héroe, porque salva a la humanidad de la ignorancia, de la adversidad, del atraso y porque comparte su sabiduría en bien del crecimiento espiritual de sus estudiantes. El buen educador ama su vocación y aunque no lo respeten las necesidades, muestra su mejor sonrisa. Dentro de sí, un mundo puede estarse derrumbando, pero el deber, ese que ocupa a los mismos superhéroes de las historietas, también los compromete a ellos. Escogen el aula para transformarse, con su noble oficio, en los mejores protectores del planeta.
Para mí es imborrable el recuerdo de una profesora de secundaria que, siempre que sus alumnos se quejaban de alguna dificultad, les replicaba: “Por si no sabían, en Vietnam muchos niños recibían sus lecciones en túneles, por las guerras en los años ‘60 y ‘70, y ustedes son privilegiados…”, ilustraba con pelos y señales nuestras fortalezas educativas. Maduraba nuestras jóvenes conciencias con el consejo oportuno. Ella, como el gran claustro de maestros cubanos, son los encargados de poner en manos de las nuevas generaciones la llave del conocimiento, para abrir puertas y asegurar el futuro de Cuba.
Es el Día de los educadores en #Cuba, el día que debiera ser todos los días, para quienes nos dedican, más que sus horas, el sentido de sus vidas. #SomosCuba pic.twitter.com/fEbeH1eZ2b
— Miguel Díaz-Canel Bermúdez (@DiazCanelB) December 22, 2018
Educación en #Cuba: Seis décadas después https://t.co/l0K1vlELVm @reflexionfidel
— Cubadebate (@cubadebate) December 22, 2018