CAMAGÜEY.- Desde la entrada de la casa se escuchaban las risas. Las puertas abiertas a medias descubrían a niños que, lejos de sentirse tristes por la prohibición de salir, disfrutaban la dicha de la mutua compañía. Mientras unos extrañan a sus amiguitos, los doce hijos de Maritza tienen dentro de su hogar cuanto necesitan.

Como en la mayoría de las residencias cubanas, en la casa de niños sin amparo familiar ubicada en la Plaza de La Habana, de la ciudad de Camagüey, también el COVID-19 cambió rutinas. A la hora que Pedro normalmente estaría sentado en su aula de séptimo, hoy juega fútbol en el patio con Monchi y Felipe. En la pantalla de la computadora de Lisdalmis ya no se resuelven ejercicios matemáticos, ahora el protagonismo es de las películas y las series.

Y para que todo se mantenga así y sus pequeños continúen seguros, Maritza Díaz Díaz, la directora del hogar, se preocupa por cada detalle. Cree que en las 24 horas que pasa a su lado se puede hacer un poquito más para borrar cualquier recuerdo malo, para cuidarlos mucho.

Según cuenta, la primera medida tomada al saber la situación del país y las consecuencias del virus fue aplicar el método de aislamiento. “Separamos las camas, los asientos frente al televisor y hasta las mesas para comer. Se extremó la limpieza y los paños con cloro sobre las superficies se volvieron habituales. También redujimos personal. De 21 trabajadores solo nos quedamos seis. Las dos cocineras y yo no salimos de la casa”, agregó.

Dice Lisdalmis, una de las tres chicas que vive allí, que desde temprano en la mañana la seño les toma la temperatura y les pregunta uno a uno cómo amanecieron. “Siento que me miman mucho, más que antes, lo necesario por esa enfermedad que según nos explican es tan contagiosa y peligrosa”.

“En esta cuarentena me he dado cuenta de lo importantes que son mis hermanos. No quiero que les pase nada malo y por eso mami no tiene que decirme ‘Pedro, lávate las manos con agua, jabón y cloro’ o ‘Pedro, no te toques los ojos’. Creo que si te importa mucho una persona, cuidarte y cuidarla es lo menos que puedes hacer”, confesó, sabio, el adolescente de 13 años.

Detrás de tantos juegos hay mucha seriedad. Desde el 30 de marzo iniciaron las teleclases y aunque los cuartos cuentan con televisores, a la hora que los maestros aparecen en las pantallas todos bajan a la sala.

“Los muchachos siempre están bajo nuestra supervisión, sin embargo, ya es costumbre que se avisen entre ellos cuando les toca el repaso, incluso los más grandes observan el televisor con los pequeños para ayudarlos con el contenido que no entiendan. Al terminar se dirigen a la mesa grande del comedor, hacen las tareas y cumplen al pie de la letra lo orientado por los teleprofesores”, refiere Lianet Díaz, asistente para el trabajo educativo del centro.

Precisamente viendo la Mesa Redonda y el Noticiero supieron del homenaje a los médicos. Desde ese momento salen de su casa los aplausos más fuertes porque agradecen de corazón todo lo que hacen estos “héroes blancos” por la salud de los niños del mundo. Y a pesar de que con seis años Abraham sabe que “allá lejos” no se escucha el sonido de sus manos, llega el primero a la puerta a las nueve de la noche.

Hacer a los niños felices, aun en tiempos del coronavirus, no resulta tan difícil cuando sobra amor. No importa si en la casa son uno, tres o doce, lo que en realidad ocupa es su protección por encima de todo. Que sepan que a su lado hay personas desveladas por su bienestar, les llena, de a poquitos, el alma.