CAMAGÜEY.- Ser originario de Camagüey implica, desde el mismo nacimiento, una doble postura ante la vida: como camagüeyano y como agramontino. El segundo gentilicio, heredado de El Mayor, Ignacio Agramonte Loynaz, no es más que una muestra de cuánto puede calar la hondura de un hombre en el espíritu de un pueblo. Su imagen inmaculada se desborda más allá del campo de batalla y se ha convertido en un referente para todas las generaciones de cubanos, ya en su traje de militar o en los atavíos de un ciudadano común.

Durante la celebración de la II Jornada del evento Leer la Historia, convocado por la Unión de Historiadores de Cuba, en esta comarca de pastores y sombreros, estudiosos iluminaron al público con sus conocimientos sobre la conducta intachable que Agramonte dejó como un legado a sus coterráneos. Entre palabras construyeron a ese “ejemplo de civismo y de grandeza moral”, que percibió Manuel Sanguily en aquel hombre que desde niño comenzó a edificar su elevada conciencia.

“En Agramonte influyó, sin dudas, la profesión más practicada en su familia: el derecho. En su árbol genealógico habían unos siete abogados relacionados con la Real Audiencia. Son detalles importantes que desde el punto de vista de la ley, del cumplimiento del deber, contribuirán a su madurez”, dice el historiador Fernando Crespo Baró, quien afirma cuánta sustancia le sumaron a su carácter y formación las lecturas de “obras serias”.

Las letras de grandes autores de la filosofía como Rousseau, Montesquieu y de Hobbs, se hallaban entre los títulos embargados al notable mambí por la corona española. Más que lecturas pueriles, todo indica que el joven Agramonte “prefería leer títulos más complicados. Existe una colección que probablemente leyó, llamada Cuadernos La Caridad de la Pasión, que incluye nombres como La Envidia, La Calumnia y La Murmuración”. Cada página era una fuente de conducta y ética para los ideales, en gestación, del prócer independentista.

Después de culminar sus estudios como abogado en Barcelona, el Diamante con Alma de Beso, como lo calificó José Martí, regresó a su Patria. No obstante, según Crespo Baró, la personalidad de Ignacio había cambiado para ese entonces: “Allí a Barcelona llegaron las ideas del anarquismo, ideas socialistas utópicas y logra conformar un corpus de ideas jurídicas que desplegará luego al matricular en la Real y Pontificia Universidad de La Habana y más tarde, en sus labores profesionales.

Cuando ocurrió el estallido de la Guerra del ‘68, Agramonte, fiel a los principios de justicia e independentismo, se incorporó a las tropas insurrectas. No tardó en erigirse como una de las figuras principales de la región y como uno de sus representantes, acudió a la Asamblea de Guáimaro el 10 de Abril de 1869, para buscar la unidad entre los cubanos. “Él no podía respetar las leyes de España y va a la manigua no solo con el objetivo de enfrentar las instituciones españolas, sino con el propósito de crearlas para los cubanos”, dice el historiador guaimareño, Desiderio Borroto Fernández.

El movimiento telúrico causado por las ideas soberanas, va a promover nuevos valores culturales que se arraigarán en la República recién fundada. “En ese contexto, para El Mayor, como para muchos cubanos, el civismo era el resultado de la educación, la urbanidad, el respeto ajeno … y esos son algunos de los elementos que los combatientes llevaban como bandera para transformar el país”. Los honores, no eran prioridad para Ignacio. No representaban el verdadero cauce de su existencia. Vivió por y para la libertad.

“Por la descripción que hace Martí, de la entrada de Agramonte a Guáimaro, se interpreta su comportamiento en el cónclave. “Al describir la llegada, inferimos que el patriota camagüeyano acudió a fundar una Revolución,a defender las concepciones democráticas. Mientras otros oficiales asistieron con ropajes lujosos al sitio, el grupo de hombres, liderados por él, se presentaron con el típico traje campesino cubano”. La sencillez, sobriedad y el desecho de cualquier rezago de hedonismos, resultaron otras de las pautas morales que trasladaron hasta la simbólica reunión.

Según nuestro Héroe Nacional, El Mayor “era tan hombre que no llamaba la atención a los demás delante de otras personas”. El oficial mambí trataba a su tropa con el cuidado de un padre a sus hijos. La educación de sus soldados, desde el propio campamento, los hizo casi insuperables en el campo de batalla. De ahí la temeridad de las columnas españolas cuando sentían el clarín de la disciplinada caballería de Agramonte. Esa que protagonizó el rescate del brigadier Sanguily y más tarde, aún después de la muerte de su líder, ganó los asombros de un elevado conocedor del arte de la guerra como el generalísimo, Máximo Gómez Báez.

Sobre su proyección como jefe militar, Ricardo Muñoz Gutiérrez, presidente de la Unhic en Camagüey abunda: “Algunas fuerzas mambisas después del ataque a una ciudad, procedían al saqueo. Él prohíbe ese comportamiento varias veces en el desarrollo de la contienda. Expresaba que esa acción afectaba la moral de los militares e indicaba que esas órdenes se leyeran dos veces por semana a los combatientes. Creó las academias militares, por las mañanas y por la tarde, si no había operaciones bélicas, y por la noche, para los oficiales. Criticó los castigos físicos, ponderó el uso de las armas como única manera de alcanzar la independencia, se opuso al abuso de poder y llamó a enfrentarlo”.

El apellido Agramonte, significa orgullo para los camagüeyanos. Posee el enigmático misterio de su accionar hecho espíritu e inspiración para las diferentes generaciones. Cuentan que por las fechas en que se renombraron algunas calles, durante la República Neocolonial, todos querían que la suya llevara el nombre del excelso insurrecto. Para Agramonte, el primer deber era servir a la Patria con el ejemplo más elevado de pureza, por eso, a 180 años del aniversario de su natalicio, lo veneramos desandando sus memorias como el mejor tributo al legado espiritual que fue su vida.