CAMAGÜEY.- “En enero, residiendo en el Dátil, jurisdicción de Bayamo, hablaba con mi amigo inolvidable José Vázquez (…) de la Revolución de Cuba (…)”, escribía en la primera página de su diario el generalísimo, Máximo Gómez Báez. Y más que conversar de la libertad de su nación adoptiva, tomó partido en aquellas guerras que decidieron el destino de los cubanos donde su visión como militar fue determinante.
Conservaba en la memoria los paisajes y a la gente de su natal República Dominicana, pero en la Mayor de las Antillas construyó los recuerdos de la libertad. “Dominicano de nacimiento, cubano de corazón (…) amante del baile, la buena música, la poesía y de todo su entorno natal banilejo, decidió enrolarse en un proceso de liberación que lo llevó a convertirse, según sus propias palabras, en “revolucionario radical”. (…) luchaba no por sostener los intereses de un caudillo militar en busca del poder político, sino por un ideal consistente en cambiar “cosas y hombres viejos, por cosas y hombres nuevos”.
Gómez sirvió a España en su país natal. Y como sintiendo en sus venas la suerte del rebelde aborígen, Hatuey, vino a Cuba a apoyar la lucha contra las cadenas que la misma metrópoli española le impuso a su pueblo. Su experiencia con las huestes coloniales, de las más poderosas de aquella época, las convirtió en un arma invaluable para los mambises.
Los de la nación ibérica supieron a todas luces que “el viejo”, como los insurrectos le llamaban con cariño, era también el artífice de la continuidad de las contiendas de sus rivales. Así lo revelaba en sus páginas la revista Blanco y Negro, el 27 de marzo de 1897: “De vez en cuando tenemos noticias de él. Cada quince días le damos por muerto, unas veces por los achaques de su vejez, otras a consecuencia de sus heridas en la espalda y otras por una hinchazón gravísima e inoportuna. Si creyéramos a pies juntillas lo que suele escribirse de él en el campo insurrecto y en el campo leal, el “chino viejo” resultaría con siete vidas como los gatos. Una suposición no muy descaminada, porque más de siete, de diez y de cien vidas tiene Máximo Gómez, pero sobre su conciencia “.
Así como la inagotable obra de nuestro Héroe Nacional, José Martí, resultaría una ardua labor el resumir en breves líneas el peso del Generalísimo en las contiendas independentistas. Desde el alzamiento, solo con machetes, en Baire hasta su oposición a la Enmienda Platt, en los últimos años de su vida, lo confirmaron como uno de los más fieles defensores de la soberanía de este país.
Fruto de su ingenio las tropas cubanas, mal armadas y sin preparación militar, asestaron a la colonia importantes golpes como la toma del poblado de Tiguabos y otros combates: Monte Rus y Monte Líbano, en la Guerra de los Diez Años. Sin embargo, luego de la Tregua Fecunda, y el reinicio de las acciones, en el ‘95, el formidable líder junto a Maceo, protagonizaron la invasión de Oriente a Occidente. Su astucia se evidenció en el desarrollo de las campañas como la de la Lanzadera, en 1896 y la de la Reforma, entre 1897 y 1898.
El Lazo de la Invasión, fue otro de los proyectos que el estratega realizó con éxito. Los españoles planificaban la destrucción del ejército mambí en la comunidad Coliseo, con una fuerza de 25 000 soldados, pero la visión de Gómez cambió el destino. Gracias a varios engaños, los colonizadores, quienes se encontraban apostados a 130 km de La Habana, persiguieron a los cubanos que simulaban una huida. Durante esa “retirada” obtuvieron pertrechos de guerra en un almacén de las huestes contrarias, quemaron campos de caña y destruyeron estaciones ferroviarias. Cuando los españoles se acercaron a Cienfuegos, donde creían dar caza a los insurrectos, las tropas mambisas trazaron un círculo en el mapa y regresaron a la capital. Esta vez no habían tropas que les entorpeciera el paso.
Camagüey fue una de las localidades que vivió de cerca las genialidades de Gómez. Tras la muerte de El Mayor, Ignacio Agramonte Loynaz, el 11 de mayo de 1873, él ocupó el mando del territorio. Y sobre nuestras llanuras libró, sellados con los laureles del triunfo, encuentros como La Sacra, El Naranjo, Palo Seco, Mojacasabe, la toma de Nuevitas, Santa Cruz, Cascorro y la renombrada Batalla de Las Guásimas. Una de sus más gratos elogios lo dedicó a la caballería de esta región al expresar que Agramonte había dejado “un violín con muy buenas cuerdas, y muy bien templado, y yo no he hecho más que pasarle la ballestilla”.
El Generalísimo llevaba a Cuba en lo más profundo de su alma, como se lleva a la patria amada. En carta a Gonzalo de Quesada comentó: “(...) yo sé donde el jején puso el huevo en Cuba. Sé donde está la novilla más gorda y la mejor aguada. Sé a qué hora el español se encandila, y a qué hora es más pesado su sueño (…)”. Y este héroe, quien murió un 17 de junio de 1905, escribió una curiosa frase a inicio de su Diario de Campaña que lo caracteriza por completo: “para los hombres como yo, es bueno dejar a los hechos hablar por ellos”,