LA HABANA.- Un grupo gansteril pagado por el presidente Carlos Prío Socarrás segó la vida del dirigente obrero Aracelio Iglesias Díaz en la tarde del 17 de octubre de 1948, poco después de finalizar una reunión del sindicato de los obreros portuarios de La Habana que el líder encabezaba.

Como en casi todos los actos deleznables, los pistoleros atacaron al dirigente obrero por la espalda, en la cual se le incrustaron cuatro proyectiles. Aunque fue llevado todavía con vida al hospital, falleció poco después.

Carlos Prío continuaba así el camino de entreguismo a la política del imperio y a los intereses de la oligarquía nacional, que había dominado desde el nacimiento de la república en 1902. Subordinación que se profundizaba con el avance de las firmas estadounidenses cada vez más presentes a título de propietarias de latifundios y lucrativos negocios.

A tono con sus antecesores, el derrocado tirano Gerardo Machado y Ramón Grau San Martín, Prío continuaba la línea criminal de  perseguir sin piedad al  movimiento obrero dirigido por los comunistas, el cual no cejaba en los combates a pesar de la pérdida de connotados líderes, torturados y abatidos por sicarios.

Iglesias, de humilde cuna,  nació el  22 de junio de 1901, en la localidad pinareña de Consolación del Sur. Huérfano de los padres, todavía adolescente partió hacia la capital a probar mejor suerte.

En la ultramarina Regla comenzó a trabajar de bracero de los muelles con solo 15 años, a pesar de que era esta una de las faenas más duras que pudiera desempeñar hombre curtido alguno.

Ese medio lo puso en contacto con una realidad brutal: las injusticias y la explotación sin derechos laborales justos a que eran
sometidos los obreros portuarios. Nació temprano su rebeldía, que después se fue transformando en conciencia política y combativa. Se afilió pronto al Partido Comunista.

Aracelio fue uno de los dirigentes que en el puerto organizó la movilización que en 1933 arremetió y derribó a Machado el 12 de agosto. Al ganar intensidad su actividad revolucionaria lo encarcelaron, pero al recobrar la libertad continuó su lucha en los muelles, sobre todo en las demandas contra los designios de los empresarios foráneos.

Ocurría con frecuencia que a pesar de introducir nuevas tecnologías en la operación portuaria que debían redundar en mejoras de las condiciones de trabajo, esto no era así. Los dueños encontraban la manera de expoliar a sus trabajadores y reducirles sus derechos.

Con condiciones excelentes para la dirección, sus compañeros de gremio primero lo eligieron como financiero del Sindicato de Estibadores y Jornaleros del Puerto de La Habana y más adelante lo invistieron en el cargo de Secretario General.

Su prestigio de hombre probo y combativo hizo que al fundarse la Confederación de Trabajadores de Cuba (CTC), este formara parte del Comité Ejecutivo. Más tarde fue elegido secretario general de la Federación Obrera Marítima Local del propio centro donde laboraba en los predios marítimos.

También su entrega a las luchas obreras se acrecentaba y hacia 1938 fue electo Secretario de Finanzas del Sindicato de Estibadores y
Jornaleros, y luego Secretario General. En  1939, durante el Congreso constitutivo de la Central de Trabajadores de Cuba (CTC), estuvo entre los miembros del Comité Ejecutivo de la organización. En 1946 ocupó la Secretaría de la Federación Obrera Marítima Local del Puerto de La Habana.

Junto a los reclamos por reivindicaciones obreras no descuidaba su  militancia en el Partido Comunista, estableciendo nexos estrechos con Lázaro Peña y otros dirigentes.

Era un reconocido y destacado dirigente obrero que, como si fuera poco, había tenido que luchar toda la vida contra la  discriminación racial.

La tenacidad del dirigente, quien no se detenía ante amenazas y conjuros, lo hizo ganar algunas conquistas a favor de los obreros que
lógicamente, perjudicaron a los dueños de navieras y los intereses estadounidenses en la rada.

Para sus enemigos, llegó el momento de planear su asesinato, no solo con la anuencia, sino también con la participación del propio flamante presidente de la República, estrenado en el cargo el 10 de octubre de ese año, pocos días antes del horrendo crimen.

Con el respaldo del Gobierno, los pistoleros ejecutantes pudieron eludir entonces el castigo que merecían de parte de la justicia.

Pero al menos la vida dio una oportunidad increíble: muchos años después, Rafael Soler Puig, alias El Muerto, el cabecilla del atentado, se puso fatal y pudo ser capturado como integrante de la brigada mercenaria que invadió Playa Girón, y fue juzgado y condenado.

La justicia parcial y tardía pudo llegar a cumplirse en este caso y eso alivia moralmente. De todas formas, un hombre de la talla de Aracelio Iglesias había entrado en la historia por sus valores extraordinarios y su entrega al combate, junto a sus hermanos.