CAMAGÜEY.- Quince días después de que se apagara la llama olímpica, y a las puertas de los Juegos Paralímpicos, las madrugadas en las que viajamos a la capital japonesa siguen recordándose como un bálsamo.
El Buque Insignia completó el botín en Tokio 2020, otra parada gloriosa en la travesía olímpica de Cuba. El título de Andy Cruz en los -63 kilogramos y el metal bronceado de Lázaro Álvarez en los -57 kilogramos colocaron a la Mayor de las Antillas en el puesto 14 del medallero general por países con siete oros, tres platas y cinco bronces.
Con la delegación más pequeña desde Tokio 1964, la actuación nacional resultó la mejor de las últimas cuatro citas estivales, incluso en el total de preseas, rompiendo exitosamente los pronósticos, que eran de cinco coronas y quedar en el top 20. También constituye la tercera comitiva en toda la historia de los Juegos Olímpicos que con menos de 70 deportistas logra siete medallas de oro.
No obstante, volvió a perderse la supremacía de Latinoamérica, como hace cinco años en Río de Janeiro, pues Brasil ancló en la décimosegunda plaza con 7-6-8. Mientras, en el continente americano quedamos cuartos, por detrás de estadounidenses, canadienses y brasileños.
Aunque es hora de festejar estos méritos, no sería productivo embriagarnos y olvidar que en el actual ciclo perdimos el primer lugar en los Centroamericanos de Barranquilla ante México y caímos al sexto en los Panamericanos de Lima.
A los títulos de Luis Alberto Orta, Mijaín López, Serguey Torres y Fernando Dayán Jorge, Roniel Iglesias, Arlen López, Julio César La Cruz y Andy Cruz; los subtítulos de Idalys Ortiz, Juan Miguel Echevarría y Leuris Pupo; y los terceros lugares de Rafael Alba, Reinieris Salas, Maikel Massó, Yaimé Pérez y Lázaro Álvarez, se unieron una docena de diplomas olímpicos y la entrega de nuestros atletas para volver a colocar a la Patria entre los más rápidos, más altos, más fuertes.
Al lema olímpico los hombres y mujeres de esta tierra le han agregado conceptos de sacrificio, amor y compromiso con su gente, que en esta circunstancia necesitaba más que nunca de sus alegrías. En medio de una crisis que los golpeó como a sus compatriotas, las madrugadas en las que viajamos a la capital japonesa significaron un bálsamo.
La extrema politización del desempeño de los cubanos, incluso antes de partir a la tierra del sol naciente, precisa recordar que solo conseguimos 12 medallas antes del triunfo de la Revolución y 223 tras el empeño de Fidel de crear un instituto para que el deporte, la educación física y la recreación fueran derecho del pueblo.
Gracias a ese sistema que da oportunidad a todos de crecer mediante la práctica deportiva ya contamos con 84 campeones olímpicos, una quimera para la mayoría de las naciones del mundo. Por eso no podemos permitir que desaparezca tanta gloria por quedar anclados a la burocracia, conceptos caducos y estatismo.
Los éxitos de los 22 competidores y más de 45 entrenadores cubanos que estuvieron en estas olimpiadas bajo otras banderas son para celebrar y analizar. Además de formarles alas a los nuestros, también debemos enseñarlos a volar y ayudar a cumplir sus más encumbrados sueños.
Con el boxeo —que ya suma 78 preseas— a la cabeza de la delegación criolla, demostramos que cuando se le pone corazón a un propósito, la victoria está más cerca.
Varios de quienes representaron a la bandera de la estrella solitaria pasaron días tristes en el último año. Algunos incluso padecieron los efectos de la COVID-19 o perdieron familiares y amigos. A cada uno le preocupaba la seguridad de sus hogares, pero ello se convirtió en más combustible para realizar sus mayores esfuerzos mientras todo un pueblo los acompañaba y los sabía campeones antes de competir.