La obra de la maestra camagüeyana Dalia Aguilar recibirá un homenaje permanente: desde 2026, la principal cita de la danza del movimiento de aficionados en la provincia llevará su nombre. El reconocimiento institucional confirma la huella profunda que dejó en la formación artística, en la cultura comunitaria y en generaciones que crecieron bajo su guía.

CAMAGÜEY.- Un año después de su partida, cuando noviembre vuelve a doler con la luz tenue de los recuerdos, Dariol Marrero todavía se descubre buscando a su madre en los gestos más simples: en un girasol que se abre, en una flor de mariposa o en una orquídea, en una canción de casino. “Toda la vida viví con mi mamá”. En esa frase cabe una existencia completa. No hay dramatismo, solo verdad: crecieron juntas, trabajaron juntas, soñaron juntas.

La vida profesional de Dalia Aguilar (31 de diciembre de 1939 – 24 de noviembre de 2024) empezó lejos de los centros visibles donde suelen nacer los grandes nombres: en los municipios. Cuando se graduó en La Habana, en 1962, fue enviada a Nuevitas, territorio donde se sembró su vocación por la enseñanza artística. Allí conoció las necesidades culturales de base, las carencias, las posibilidades, la entrega silenciosa. Más tarde pasó a Florida, donde continuó formando grupos y creando espacios para la danza dentro de la vida comunitaria. Solo después llegó a Camagüey, donde su nombre comenzó a trazar un camino que ya no se detendría.

Nunca perdió esa raíz, incluso en sus años más altos —cuando ya era directora, creadora, referente— seguía hablando con el mismo acento de una camagüeyana típica: el “adónde vai”, el “dime vo”, el “de dónde vení” que la hija recuerda como una música doméstica. Jamás se desprendió de la humildad. “Mi mamá era una persona muy buena, muy noble, que dedicó su vida a ayudar”, evoca como si al pronunciarlo volviera a verla.

La risa también la acompaña. En la fotografía que ilustra estas líneas —una imagen de días felices— su expresión parece aún en movimiento. Hay en su postura una mezcla de desenfado y elegancia natural: el cabello suelto como un remolino, la sonrisa franca, el cuerpo relajado como quien está a gusto en la vida. Y es que la gran maestra era también la mujer alegre de las fiestas, de las cervezas frías y el ron sabroso; la de la ropa que —como por arte— siempre le quedaba bien. La que resolvía lo imposible con un chiste o un refrán. La que veía pasar a un muchacho con un corte de pelo raro y jaraneaba: “Ay, mi madre, lo que va a coger es la chequera”. La que llamaba a su hija “Yiya” y recibía ese mismo eco de cariño. La que decía, con la tranquilidad de quien sabe abrir caminos: “No te preocupes, que eso aparece”.

Dentro de su casa era madre y padre; fuera, era maestra y guía. Nada la detuvo: ni la escasez, ni los detractores, ni las dificultades de sostener el movimiento de artistas aficionados durante décadas. Desde el Palacio de los Pioneros acompañó a generaciones enteras a los Festivales Nacionales.

Creó el grupo de danza del Minint, que llegó al Teatro Lázaro Peña en 1978. Llevó experiencias cubanas al antiguo campo socialista —Unión Soviética, Bulgaria, Hungría— y trajo de regreso aprendizajes que enriquecieron la danza camagüeyana. Con el grupo Tínima, del Instituto de Ciencias Médicas, recorrió escenarios de Francia, España y los Pirineos. Más tarde, con el conjunto portador Caidije, llevó las tradiciones haitiano-cubanas hasta Venezuela.

Su vida fue un mapa vivo del movimiento artístico cubano. Su aporte no se limitó a los escenarios. Como miembro clave en la confección del Atlas de la Cultura Popular y Tradicional de Cuba, contribuyó a la salvaguarda de conocimientos, prácticas y expresiones identitarias que hoy forman parte de la memoria cultural del país. Y como asesora del San Juan Camagüeyano, demostró un compromiso incansable con la preservación de la herencia festiva y patrimonial de esta ciudad.

No es casual entonces que acumulara todos los reconocimientos del Ministerio de Cultura y de su provincia: los premios nacionales Olga Alonso y de Cultura Comunitaria, la Distinción por la Cultura Nacional, la Medalla Raúl Gómez García, la condición de Hija Ilustre de Camagüey, la Distinción Espejo de Paciencia. Tampoco es casual que fuera la primera directora del Conjunto Folclórico de Camagüey, y que inaugurara la Escuela de Instructores de Arte “Nicolás Guillén”, donde se formaron generaciones de la Brigada José Martí.

“Mi mamá era una mujer única”, insiste Dariol. En esa certeza encuentra consuelo durante este tiempo difícil, de tristezas silenciosas y desánimos repentinos. Pero también ha sido un año para descubrir que la obra de Dalia no terminó: vive en quienes aprendieron con ella, en las manos amigas que la acompañaron durante la enfermedad, en la cultura que fortaleció y en la hija que hoy sostiene su legado dentro del sistema de Casas de Cultura.

Por eso, desde 2026, nos cuenta Dariol, el evento más importante de la danza del movimiento de aficionados en Camagüey llevará su nombre: Fiesta Provincial de la Danza Dalia in Memoriam.

Será la manera institucional de perpetuar lo que su vida enseñó: que el arte es servicio, que la belleza se construye con humildad y que una mujer puede, desde la nobleza, cambiar un territorio entero.

Un año después, Dalia sigue aquí.

En la danza que ella defendió.

En la hija que continúa su camino.

En cada girasol que se abre, igual que ella, hacia la luz.