CAMAGÜEY.- En la galería Fidelio Ponce de León, un rostro partido en dos colores —rojo y blanco— sostiene con sus brazos a otros rostros que emergen como hijos o prolongaciones de sí mismo. Una aureola doble, minuciosamente labrada en líneas y texturas, envuelve la escena en un aura que oscila entre lo sagrado y lo humano. Es una de las nueve piezas que aún permanecen en María, la exposición más reciente de Oscar Rodríguez Lasseria, después de que cuarenta obras partieran rumbo a Estados Unidos para nutrir su próxima muestra personal.

 Como cada septiembre, Lasseria vuelve a su público. Este mes es, para él, un ritual íntimo y social. “La motivación está dada un poco por mi cumpleaños, aunque ya me olvidé de ellos… lo que pasa es que coincide con el encuentro con la Virgen de la Caridad del Cobre que para los cubanos tiene una importancia vital. Para mí es una festividad humana”, confiesa. En sus palabras se entrelazan lo espiritual y lo cotidiano: la promesa cumplida a la Virgen, la galería que fundó en 2014 con ayuda de jóvenes arquitectos y de la Oficina del Historiador de la Ciudad de Camagüey, y el impulso de seguir pintando año tras año.

 En María, los peces, los rostros femeninos y símbolos de religiosidad se funden con un lenguaje estético personalísimo. Texturas, relieves y trazos finísimos configuran un universo donde la línea adquiere protagonismo. “No es tejido, es pura técnica —aclara—. Uso materiales contemporáneos, colas sintéticas que me permiten dibujar sobre la tela. Después que se forma el rollo digo: ¿y ahora qué hago aquí? Me dejo llevar, me concentro y voy buscando. Las imágenes van apareciendo. Eso es un ejercicio de conciencia, del subconsciente y de la visión”.

 La obra de Lasseria se sostiene en un entramado de símbolos que el cubano reconoce sin necesidad de explicaciones. La Virgen, en sus múltiples advocaciones, se convierte en metáfora de fe, de promesa cumplida, de refugio espiritual en un presente marcado por la escasez y la incertidumbre. El artista lo resume con una claridad que trasciende el credo: “No solo de pan vive el hombre, aunque ya está haciendo falta el pan”.

 Lo esotérico aparece como un hilo subterráneo: la promesa hecha en el Santuario del Cobre, la petición íntima que se transforma en hecho tangible cuando recibe el local que hoy es su galería en la esquina de Ignacio Agramonte y Lope Recio. Ese espacio, fruto de la fe y del trabajo, no es solo un taller: es también punto de encuentro. Allí pinta rodeado de la interrupción cotidiana del público, de la convivencia con quienes se acercan a mirar, a conversar, a participar de ese proceso creador que no se esconde.

 En esa doble condición —el artista devoto y el artista público— Lasseria representa una espiritualidad que no se limita a lo religioso. Sus cuadros, con sus halos, peces y rostros que se multiplican, no buscan solo adornar un espacio; proponen un acto de reflexión, un recordatorio de que la cultura y la fe siguen siendo columnas invisibles que sostienen a la comunidad cubana.

 La sinceridad es su brújula. “Yo no pinto por determinado estilo o técnica, eso no me interesa. Lo que me interesa es que en lo que yo haga, yo me sienta bien y que sea sincero. Uno debe hacer lo que uno siente hacer, no lo que está de moda”. Esa convicción lo salva del estancamiento, lo obliga a la búsqueda. “Cuando ves a un artista establecido en lo mismo, dices: ya se estancó. Hay gente que se acomoda, no lo critico, pero yo no me puedo acomodar”.

Quienes se acercan a su obra encuentran más que destreza técnica o virtuosismo formal. En las palabras al catálogo, el escritor y bloguero Robert MacGinees recuerda un diálogo con Lasseria en el que este definió el arte como “una expresión visual de la vocación más elevada de la vida para todos: una oportunidad de difundir paz y alegría a través del arte”. Para MacGinees, sus pinturas tejen con belleza una corriente de espiritualidad que refleja la trayectoria de un pueblo eternamente esperanzado en un futuro mejor. Esa iconografía, en la que conviven lo religioso, lo humano y lo mítico, coloca a Lasseria en un lugar donde la pintura se convierte también en acto de fe y de comunidad.

 Por eso, el presente le trae sorpresas. Lasseria se convierte en el primer artista cubano en integrar la Asociación de Arte de Harrisburg, Pensilvania, y la Asociación de Arte del Área de Hershey, lo que abre un nuevo capítulo de intercambio cultural. “No esperé tanto, es una sorpresa. Envié una obra y a partir de ahí surgió la propuesta. Lo importante es participar”.

 En su galería, rodeado de lienzos que parecen respirar por sí mismos, se aferra a esa mezcla de fe, disciplina y deseo de comunicar. María no es un cierre: es un puente hacia otra etapa, un gesto que confirma que, a los casi 75 años, el artista sigue naciendo cada septiembre.