CAMAGÜEY.- Caminar por el centro histórico de Camagüey —Patrimonio de la Humanidad— ya no es solo un viaje al pasado. Hoy es también un mapa vivo de emprendimientos que florecen entre costuras, esencias, cerámicas y sabores reinventados. Lo que comenzó como un proyecto financiado por la Unión Europea y el Instituto Camões —ejecutado por Care, Oikos y la Oficina del Historiador de la Ciudad de Camagüey (OHCC) en plena pandemia— terminó echando raíces en el tejido más resistente del territorio: su gente.

La idea era ambiciosa: transformar cinco industrias culturales dispersas en un circuito creativo con anclaje territorial, conectando literatura, gastronomía, música, artesanía y audiovisuales en cinco plazas icónicas del centro. Una propuesta inédita en Cuba, desarrollada en medio de restricciones sanitarias, crisis económica y una ciudad que no dejaba de latir.

Este sábado la feria mensual Arte Plaza llenó de vida la calle Maceo. Adelante acudió para tomar el pulso vivo de las industrias creativas en esta urbe patrimonial. Y porque abril celebra el Día Mundial del Emprendimiento, la feria volverá el próximo sábado como otra oportunidad para descubrir que emprender también es una manera de habitar mejor la ciudad.

Estas son algunas de esas historias. Mujeres que han convertido su vocación, su hogar o su salud en obras que se ofrecen al público no como mercancías frías, sino como fragmentos de una identidad que se construye con las manos.

Fotos: Leandro Pérez Pérez/ Adelante Fotos: Leandro Pérez Pérez/ Adelante

MARIBEL Y LAS HORMIGAS LOCAS

Cada mes, salvo en enero y septiembre, la calle Maceo en Camagüey se convierte en una fiesta de colores y creatividad gracias a Arte Plaza, una feria que Maribel Vidal Cervantes organiza casi sin proponérselo. Como presidenta de la Asociación Cubana de Artesanos Artistas (ACAA), asumió el reto cuando faltaban manos en la OHCC. Al inicio eran 15 emprendimientos. Hoy coordina 25, enlaza instituciones culturales, y mantiene unida una comunidad que apuesta por la economía desde la creación.

“Aquí gana todo el mundo”, repite. Porque más que feria, Arte Plaza es red, escuela informal y espacio de encuentro. En ese ecosistema vibra también Hormigas Locas, el grupo que lidera: seis mujeres que hacen de todo —bisutería, bordado, piel, papel maché— y sueñan con una academia textil.

Desde La Casona impulsa tertulias que celebran a mujeres anónimas. También señala la falta de respaldo legal a creadoras como Marlene Zayas, atrapada entre regulaciones que le impiden vender sus obras.

Y aun con tanto a cuestas, Maribel sigue soñando. Espera la señal vislumbrada en el nuevo diseño de rutas turísticas, organiza peñas, talleres y encuentros. Porque, como enfatiza, “aquí nadie brilla solo”. Bajo el sol de Camagüey, unas hormigas —locas, sí, pero sabias— trabajan por una ciudad más justa y creativa.

ZAGUÁN 207: UNA CASA QUE CAMINA SOLA

Lilian Mendieta Sosa transformó su casa colonial en la calle Martí. Allí abrió Zaguán 207, una cafetería discreta que hoy sostiene a su familia, rescata un patrimonio arquitectónico y genera empleo para jóvenes y adultos mayores.

Geógrafa de formación y madre de tres, Lilian dejó su puesto en la OHCC para emprender. Uno de sus hijos, autista, fue el motor de su decisión. “Mi niño va a trabajar conmigo. Ya no me desvela tanto el futuro”, insiste. Pidió un préstamo solidario, acondicionó el zaguán y comenzó a servir café y algo más: dignidad.

El patio, que durante la pandemia se volvió su terapia, floreció con ella. Hoy crecen allí maracuyás, guayabas y un proyecto de vida. Es parte de la ruta cultural “Por los patios de mi ciudad”, donde comparte su historia junto a especialistas en patrimonio.

En Zaguán 207 se sirven oportunidades. Lilian quiere seguir creciendo, aprovechar los espacios ociosos de su casa, diversificar servicios. Pero no duda: “Gracias al proyecto, yo ya camino sola”.

NANCY Y LAS MANOS QUE COSEN FUTURO

Nancy Borrel Pérez cose, enseña, acompaña, transforma. Contadora de profesión, encontró tras la jubilación una nueva pasión: la costura como herramienta de empoderamiento. Desde hace 12 años es parte del proyecto Manos Aureus, donde la aguja une más que telas.

Comenzó yendo “de vez en cuando”, pero su vocación pedagógica la atrapó. Hoy imparte clases de Corte y Costura para convocatorias de la Federación de Mujeres Cubanas, y ha conectado a decenas de personas con el proyecto.

“Quieren aprender, quieren mejorar su vida”, afirma. Y Nancy las guía, con paciencia, paso a paso.

Gracias a Arte Plaza y al apoyo institucional, recibieron nuevas máquinas. Ahora confeccionan con más calidad, y venden sus piezas en la feria. Mostrar y vender lo hecho con sus manos ha sido un giro vital para muchas mujeres.

Pero Nancy no se detiene ahí. Participa en Somos más, un programa que lleva talleres a escuelas especiales, para enseñar a niñas y niños con discapacidad a hacer muñecas, peloticas y zanahorias de tela. Todo con materiales reciclados, todo con amor.

“Este proyecto me ha dado mucha vida”, enfatiza. Y en su voz se entiende que, para ella, coser es también una forma de cuidar. De construir futuro, hilo a hilo.

DE LA CERÁMICA A LOS BOMBONES

Después de casi tres décadas moldeando barro, un accidente obligó a Annia Rosa Pérez Olivera a reinventarse. Así nació La Casita de Mary, un emprendimiento familiar donde los bombones, helados y cakes reemplazaron a la arcilla como lenguaje de expresión.

La idea fue de su sobrina, graduada en Alimentos. Annia, aún convaleciente, apostó por un espacio distinto: sin alcohol, con música infantil, decorado como sus piezas de cerámica. “Solo cambié la materia prima”, dice. En Avellaneda 62 B, cada miembro de la familia cumple un rol: Annia hace los bombones, su sobrina los helados, la madre hornea, el padre trae el almuerzo y la tía vende.

El local está en una calle muy transitada por vehículos, pero de pocos caminantes. Por eso, Arte Plaza les dio visibilidad. “La Feria nos saca a la luz. Después, la gente viene a buscarnos.” Cree en ese modelo: sin impuestos, abierto a la creación y la economía local.

La rutina ahora es más intensa. Ya no espera el secado de una pieza: lo que hace en la noche puede venderlo al día siguiente. Pero no ha dejado atrás el arte. Lo ha vuelto comestible, efímero. “El barro me daba paz; esto, intensidad. Pero sigue siendo artesanía.”

Annia aprendió a doblarse sin romperse. Como el bambú, encuentra belleza en la flexibilidad.

AYABBA: COSMÉTICA DESDE LA HERIDA

Cuando una complicación médica obligó a Anisleykis Francisco Domínguez a dejar su vida como profesora de Matemáticas, el cuerpo le pidió calma… y ella respondió creando. Así nació el bazar Ayabba, una línea de cosmética natural que combina ciencia, tradición y una historia personal de sanación.

Todo comenzó con una herida que no cerraba. Los medicamentos fallaban, hasta que un remedio antiguo —azúcar, como en tiempos de guerra— funcionó.

A partir de ahí, Anisleykis empezó a investigar, incluso desde una cama de hospital. Distribuyó productos, tomó el primer curso de cosmética natural en Cuba, y se alió con las marcas registradas De’Brujas, D’Eco y Amándome. Luego creó la suya: Ayabba, reina en yoruba, no como símbolo religioso, sino de empoderamiento.

Desde su casa produce tratamientos capilares y aceites de forma artesanal y rigurosa. “No improviso. Quería calidad, productos certificados”, confirma. Su clientela ha crecido: ya no piden solo romero o coco, sino soluciones específicas. Y ella responde con estudio y honestidad.

El proceso es lento: oleatos que maceran durante meses en oscuridad, extracciones cuidadas, producción limitada. “Cinco litros dan para 33 frascos”, cuenta. Pero en cada uno hay saber, respeto por el cuerpo y amor propio.

Su canal principal es la tienda en el edificio 26 Plantas y las Ferias del circuito de Industrias Creativas. Allí, en la calle Maceo, Ayabba brilla entre la multitud. “Me da visibilidad, llega a personas nuevas”, resalta.

De una pausa forzada nació una marca. De una herida, una reina. Ayabba no es solo cosmética: es un acto de cuidado profundo, para el cuerpo y el alma.

Las historias de Maribel, Lilian, Nancy, Annia, Anisleykis y tantas otras no caben en un solo modelo de negocio. Son prácticas culturales en movimiento, formas de resistir y de cuidar. No como una estructura rígida, sino como una red afectiva, creativa y persistente.

No todos los mapas están completos. Aún faltan piezas: el catálogo turístico, los sellos de calidad. Pero algo más profundo ha ocurrido. A un año del cierre del financiamiento externo, el circuito sigue vivo, expandiéndose desde la autogestión, la colaboración y la certeza de que la cultura también puede ser motor económico y social. Y justo en el corazón de una ciudad antigua como Camagüey, mujeres ensayan futuros posibles.