CAMAGÜEY.- Hatuey despide hoy a una de sus hijas más queridas. Trinidad Cruz Crespo (Trinita), reconocida artesana y promotora cultural, falleció este 30 de octubre de 2025, a los 100 años de edad, en Hatuey, Sibanicú. Su vida fue un entramado de creación, enseñanza y amor por la belleza útil, que convirtió a su pueblo en Cuna de la Artesanía camagüeyana.
La noticia fue confirmada por el pintor Isnel Plana, especialista de la Dirección Municipal de Cultura en Sibanicú, quien destacó que deja “un legado con su obra artesanal que sobrepasó los espacios locales y nacionales. Artesana popular galardonada con el Premio Manos que otorga la ACAA a nivel nacional, institución de la que fue fundadora al igual que del Fondo Cubano de Bienes Culturales. Nuestras más sentidas condolencias para sus familiares y amigos”.
Nacida el 12 de julio de 1925, Trinita heredó de su madre, Matilde Crespo, el talento para la costura y el arte manual. Desde joven confeccionaba muñecas de trapo, bordaba, tejía, pintaba y trabajaba con materiales
naturales como yute, caracoles, semillas, raíces y güiras. Impulsó en los años 70 un movimiento artesanal que transformó a Hatuey en un referente cultural provincial y nacional.
De su empeño, y con el apoyo de la Federación de Mujeres Cubanas y los Comités de Defensa de la Revolución, surgió en 1971 un local para los artesanos del poblado, espacio que luego acogería al Sectorial Municipal de
Cultura. Aquel taller colectivo fue germen de un movimiento que en 1990 mereció el reconocimiento oficial de Hatuey como “Cuna de la Artesanía”, título sustentado en la investigación del promotor cultural Genry Torres
Santana, *Hatuey, Cuna de la Artesanía. Historia de una tradición* (2015).
Miembro fundadora de la Asociación Cubana de Artesanos Artistas (ACAA) y del Fondo Cubano de Bienes Culturales (FCBC), Trinita recibió numerosos reconocimientos: el Premio Nacional “Manos” de la ACAA, el Gran Premio de la FMC (1971), distinciones en ferias nacionales de arte popular y la Medalla 25 años del MAA, entre otros.
Su obra trascendió fronteras. Varias de sus piezas fueron exhibidas en Nicaragua, la URSS, Bulgaria, Dinamarca, México, Finlandia y Suecia, mostrando al mundo la riqueza artesanal de Cuba. Publicaciones y revistas nacionales también reflejaron su quehacer.
Más allá de los galardones, Trinita fue maestra y guía. En su casa-taller, entre flores y maderas, formó generaciones de creadoras convencidas de que la artesanía podía transformar la vida cotidiana. “Lo que te mata es el disgusto”, decía con su humor firme, mientras bordaba y sembraba plantas como quien siembra esperanzas.
Su vitalidad y espíritu emprendedor marcaron a toda una comunidad. “Mi vida siempre ha sido una primavera”, confesó una vez. Y así fue: un siglo de flores, tejidos y luz.