CAMAGÜEY.- Christopher Mina Díaz volvió para regalar dos noches de música sana. Lleva casi la mitad de su vida como director de orquesta (13 de sus 28 años de edad), y la Sinfónica de Camagüey lo ha respetado desde el primer ensayo.
“Encontré una orquesta joven que se sigue apoyando en la base sólida de los maestros como Silva, Dalila, Fifo, Roger... y la energía de los jóvenes. La orquesta está respondiendo de maravillas”, dijo a Adelante.
El director de la Orquesta Filarmónica de Loja, Ecuador, logró al fin concretar el programa pensado para el día 18, pero pospuesto para el 23, cuando ninguna lluvia mojó la noche de Beethoven (Obertura de Egmont) y Brahms (Sinfonía No.4 y Danza Húngara No. 5 ).
“A Camagüey le guardo un cariño especial. Fue la primera orquesta que dirigí cuando vine a Cuba en el 2015. Me invitó el maestro Enrique Pérez Mesa. Aquí he recibido mucho afecto”.
Además de la nuestra, este joven que proviene de la ciudad considerada la capital musical de Ecuador, ha dirigido las homólogas de Santa Clara y Holguín. Para el 2020 reserva la batuta a las de Matanzas y Santiago de Cuba.
“Muchos de mis maestros son cubanos. Ecuador se ha beneficiado de maestros cubanos para mejorar los programas, y obtener un mayor crecimiento artístico. El nivel de educación en Cuba es alto. Los jóvenes tocan bien, tienen disciplina de estudio, son hábiles y musicales”.
Su vuelta una y otra vez en la conversación hacia las personas de más corta edad, se relaciona con una de sus preocupaciones mayores y de los proyectos de formación.
“La música de concierto se ha tomado como el tabú de que es música aburrida para gente vieja. Es un error. Personas de entre once y quince años tocan a Chaikovski y Beethoven de manera magistral”.
Entonces ejemplifica con el sistema de orquestas infantiles y juveniles que en Venezuela ha beneficiado a más de un millón, y con la voluntad para el acercamiento de los ciudadanos al arte en Ecuador.
“Comencé a dirigir a los 15 años. Era el concertino de la orquesta del conservatorio. El director no estaba y mis compañeros me hicieron subir al podio. Cuando llegó, me dijo que siguiera ensayando, se paró detrás a orientarme. Eso fue un lunes y el viernes estaba dirigiendo mi primer concierto”.
Realmente no fue tan casual como lo explica. Solo cuestión de tiempo, porque cuando apreciaba de niño los conciertos, no paraba de mover los brazos, y según la madre, de bebé se miraba las manos al escuchar auténticas melodías.
“Es música que va al espíritu. Habla con una voz que nos permite cambiar, crear armonía. Una vez que el ser humano logra esa armonía interna, sin dudas transmite una armonía humana y mejora su entorno”.
La candidez de Christopher Mina Díaz ha sido uno de los complementos de su competencia profesional, confirmada por integrantes de larga data en la cincuentenaria orquesta camagüeyana.
“El director de orquesta es un filtro, un punto medio entre el compositor, el público y la orquesta. Es una situación mágica y energética. Si veo a la orquesta disfrutando, inmediatamente sé que el público también. Uno siente en el cuerpo que la gente está mirando y disfrutando. Ser director es muy lindo”.
Pero esta respuesta no ha sido un intento de alarde, porque ante todo, este director invitado insiste en los valores del colectivo que tiene delante.
“Siempre es importante que la comunidad valore el trabajo de un músico. Requiere de mucho tiempo de estudio. Obviamente nos preparamos para que todo el público disfrute, tenga una velada maravillosa”.
Sin lugar a dudas lo fue anoche en la sede de la orquesta, y ha de serlo hoy en el Teatro Avellaneda, porque Christopher y nuestra Sinfónica proponen el Concierto para piano en re mayor, de Haydn, con la pianista Ana Tey Agüero; el Concertino para clarinete y orquesta, de Weber, con Roberto Valdés; y la Sinfonía No.5, de Chaikovski.
“Yo le puedo garantizar a la gente que después de un concierto de música clásica su vida nunca va a volver a ser igual. Es cuestión de sentarse, cerrar los ojos, escuchar y dejar que los sentimientos afloren”.