CAMAGÜEY- Esther Sofía Quintero Labrada cala hondo por su franqueza, por su fe evidente, por la fuerza con que valora a las personas y a su obra. Con 95 años recién cumplidos sigue derribando muros con Cristo y Cuba como estandartes, “todavía hay mucho que hacer por el lugar de la mujer dentro de la Iglesia. Estoy en el club de los 120 años, así que queda tiempo por delante”, confianza entre risas esta cubana y cristiana, de ternura fácil y de palabra exacta.

“Nací en Los Guayos, cerca de Holguín, pertenece a Omaja que era el pueblito donde estaban el juzgado, la farmacia, la escuela, el paradero principal de la vía de trenes: era puro campo donde vivían pocas familias, todas humildes.

“Mi niñez y juventud las recuerdo con mucho cariño. Todavía hoy siento en mi memoria la fragancia de mi aldea natal, las sensaciones de las raíces. Mis padres, Miguel Ángel Quintero y Cándida Labrada, él obrero agrícola y ella ama de casa, nos educaron en valores para la vida y para el hogar.

“Se puede decir que fui privilegiada en cuanto a la educación, pues como era un pueblito muy humilde, los maestros vivían en mi casa porque no tenían condiciones para estar en la comunidad, además de que recibían un salario muy bajo. Entonces, podía aprovechar y estudiar con ellos en casa fuera del horario académico.

“Tuve abuelos mambises y otros parientes que hicieron de correos de Antonio Maceo, imagínate el ambiente patriótico que siempre nos rodeó, escuchando esas historias crecimos y eso nos hizo entender el significado verdadero del patriotismo. Además, mi padre leía mucho, y por las noches todos nos sentábamos alrededor de un aparato de carburo para escucharlo, así supe de Don Quijote, por ejemplo, mucho antes de ir a la escuela.

“Papá era carretero en la zafra y en tiempo muerto hacía injertos, especialmente de cítricos, conversaba de todo, era muy adelantado, si hubiera nacido en esta época quién sabe hasta dónde hubiera podido llegar con todas las oportunidades a su alcance”.

“La Iglesia tiene dos objetivos fundamentales, uno es la proclamación del Evangelio y el otro su servicio diaconal. En esa segunda línea siempre ha trabajado la Revolución”

Usted es reverenda de la Iglesia de Dios Ortodoxa. ¿Cómo ha sido el trayecto hasta hoy?

— Mis primeros estudios sucedieron en Los Guayos, luego hice una preparatoria para la escuela normal pero no alcancé beca y me fui para el Instituto Bíblico, en Santa Clara, con el objetivo de prepararme como pastora de la Iglesia Pentecostal. Allí creo que ocurrió mi conversión definitiva al ecumenismo. El ecumenismo es maravilloso, aprendes a respetar al otro con sus diferencias, y comprendes que aún, cuando en algunos aspectos no piensen como tú, también sirven al Señor y sus vidas son testimonios increíbles.

“Sin embargo, desde pequeña había vivido en ese espíritu. Soy la tercera generación de pentecostales y en mi pueblo no había iglesia sino un centro espiritista y sus dueños prestaban el local para el culto de los domingos. Después, hace 50 años, mi abuela donó un pedazo de terreno y allí se levantó el templo que todavía está en pie. En ese respeto y entendimiento crecí. De pequeña me vinculé mucho con la comunidad, trabajaba con los niños y tengo muy gratos recuerdos.

“Cuando me gradué en diciembre de 1955 tuve el honor de predicar por las mujeres, el tema principal de graduación fue mensajeros de esperanza. De mis estudios tuve la experiencia de en sus inicios, haber impartido clases de español para los estudiantes que tenían dificultades. Además, para que veas como son las cosas, el claustro era de misioneros norteamericanos, y mis raíces cubanas no se sacudieron ni un poquito.

“En 1956, me voy como misionera para Puerto Padre, estuve con otra compañera, pero se enfermó y me quedé sola. En este pueblito de pescadores la congregación era muy pequeña, pero se hacía un trabajo muy bonito, la humildad de la gente era palpable y su sinceridad y cariño también. El servicio era fundamental, nos movía el ayudar a los necesitados.

“En 1957 la iglesia en Camagüey pidió al presbiterio una misionera para que sirviera como asistente de pastor y me escogieron a mí. En Horca No.364 comenzó mi trabajo con un pastor mexicano.

“Aquí viví el 1ro. de enero de 1959, un hito en nuestra historia y en la iglesia. Todos los misioneros extranjeros partieron, y sentimos escuchadas nuestras oraciones de que terminaran las torturas y las persecuciones de la dictadura. Dentro de la iglesia teníamos miembros del 26 de Julio, cuando triunfa la Revolución, una alegría tremenda, comienza un amanecer de esperanza para todos.

“Si la revolución traía para el pueblo el rescate de la dignidad humana, del respeto y del amor al prójimo, principios todos evangélicos ése era también nuestro lugar”

“Las contradicciones iniciaron luego de la declaración del carácter socialista, entonces muchos pastores cubanos también abandonaron el país, incluido con él que yo trabajaba. Como el gobierno de la Iglesia Pentecostal es congregacional se reunieron y decidieron que asumiera como pastora, y aunque hubo alguna resistencia por mi juventud, es en ese momento, 1961, que comienza mi pastorado”.

Usted empieza esa experiencia en un país que vivía una transformación social.

— Dios está en todo lugar, no importa el tipo de política ni de economía. La Iglesia tiene dos objetivos fundamentales: uno es la proclamación del Evangelio y el otro su servicio diaconal. En esa segunda línea siempre ha trabajado la Revolución, entonces no podía existir una discrepancia, y con el estudio de la Biblia lo fuimos confirmando y renovamos con nuestro actuar muchas conciencias.

“Nunca vi diferencias entre el proceso revolucionario y la fe evangélica, y eso resultó un escándalo para muchos -confiesa mientras una media sonrisa se le asoma al rostro. No entendían que había miembros de la congregación que eran cederistas, federadas… y menos esperaban que una pastora plantara un camión en la puerta de la iglesia y saliera junto a su comunidad a cortar caña a la zafra del pueblo. ¡Eso fue tremendo!

 “La fe te lleva a buscar la forma de ser siempre útil en cualquier situación, hubo quien pensó que el trabajo secular limitaba mi fe, ¡todo lo contrario!, se ha vuelto más fuerte en la medida que tengo más contacto con el pueblo. Y este es el pueblo más hermoso del mundo, y el mejor lugar para vivir el cristianismo”

“En la limpia del Escambray estuvieron muchos milicianos que eran parte de la congregación y que estuvieron presentes en la defensa de la patria. Cuando la Crisis de Octubre, en los preparativos para lo peor participé en la evacuación de enfermos en el hospital provincial, estuve sacando enfermos hasta que se acabó la gasolina, otros miembros de la iglesia ayudaron en lo que podían también. Éramos parte de la población y aunque para muchos resultaba raro, solo fue un acto de fe en base al Evangelio y lo decía públicamente y no me escondía de nadie, yo quería vivir como era sin esconder lo que pensaba.

“Cuando me pedían cuentas solo decía que si antes había batistianos en el templo por qué le iba a cerrar las puertas ahora a los revolucionarios, a los milicianos… además, desde la Biblia no había ningún basamento teológico que nos dijera que nosotros no podíamos estar al lado del pueblo, que no nos regocijáramos por los cambios que se vivían; si la Revolución traía para el pueblo el rescate de la dignidad humana, del respeto y del amor al prójimo, principios todos evangélicos ése era también nuestro lugar.

Una vez le escuché decir que un pastor no necesita un púlpito para servir. Usted es un ejemplo vivo de esa máxima.

— El púlpito está en la calle, al lado de la gente. No se vive la fe dentro de los muros de la iglesia sino afuera. Así he vivido.

“Nunca he abandonado mi fe, ni mis convicciones como cristiana y protestante, antes y ahora tenía mi base bíblica para demostrar que era no solo posible sino lo correcto la inserción de la congregación en la vida del país. No se puede vivir una fe aislada de lo cotidiano, la fe es obra y ésa se hace al lado de las personas.

“La fe tiene que ser práctica, en beneficio del ser humano, ésa es su mejor manifestación. Entonces, cómo iba a estar en contra de todo lo que se estaba experimentando por primera vez: los esfuerzos por darle salud al pueblo, educación… hoy me encuentro con médicos, maestros, ingenieros, profesionales que son fruto de esos cambios…no podía estar apartada de eso, tenía que ser parte de esa realidad, era mi forma de expresar la fe. Cristo comió con los más humildes, los enseñó, vivió a su lado… ésa es la fe real.

“Nunca he abandonado mi fe, ni mis convicciones como cristiana como protestante, antes y ahora tenía mi base bíblica para demostrar que era no solo posible sino lo correcto la inserción de la congregación en la vida del país. No se puede vivir una fe aislada de lo cotidiano, la fe es obra y ésa se hace al lado del pueblo”

“En medio de esos conflictos para la Iglesia éramos comunistas y para algunos revolucionarios éramos sospechosos, pero en medio de esa lucha yo siempre supe discernir que una cosa es la actuación de los hombres y otra era la esencia de la Revolución.

“Nunca he olvidado lo que una vez dijo Fidel, un pensamiento teológico suyo y que se ha convertido en mi mantra, ‘traicionar al pobre es traicionar a Cristo’, y él nunca traicionó a Cristo, por eso no puedo dejar de identificarme con la Revolución como cubana y como cristiana.

“Inclusive en ese momento, los líderes que no estuvieron de acuerdo conmigo fueron respetuosos, y siempre he tenido el cariño de mis hermanos y de los pastores. La vida les enseñó a todos que mi posición era correcta”.

¿Qué sucedió después en su vida?

— Trabajé con el Consejo de Iglesias de Cuba a través de la organización ecuménica Acción Social Evangélica Latinoamericana, también ocupé allí varias funciones, fui vicepresidenta, directora del área de mujeres, secretaria de acta.

“Además, estuve 20 años, hasta que me jubilé, en la biblioteca provincial Julio Antonio Mella, en el departamento extensión bibliotecaria. Tengo recuerdos maravillosos de la biblioteca móvil, una guagua llena de libros con la que íbamos a los municipios y recorríamos las escuelas rurales. Ahora me encuentro con profesionales que me recuerdan de aquellos años.

“Después de la jubilación no me retiré del Consejo. En los años ’90 fomentamos las Jornadas de Girón, a través del Centro de Estudios, que dirigía nacionalmente Sergio Arce, un teólogo maravilloso, eran espacios de trabajo en la producción, en el campo, en una vaquería, y después de aportar al país estudiábamos la Biblia, buscábamos en esos tiempos difíciles los asideros necesarios para profundizar nuestro conocimiento y nuestras convicciones, nos ayudamos mutuamente a crecer en lo espiritual. Esto también fortaleció el movimiento ecuménico, que aquí en Camagüey ya era muy fuerte desde los años ‘60.

“Había quien le tenía miedo al ecumenismo, pero las personas evolucionan, y no es con fuerza sino con el ejemplo que se logra convencer. Así muchos se dieron cuenta de lo bueno que es vivir la fe en el respeto a la diversidad y lo que fortalece ser una comunidad unida en Cristo, sin importar la religión.

“Las jornadas sirvieron para fortalecernos como creyentes. No solo analizábamos asuntos teológicos, sino que buscábamos en la Biblia la respuesta a lo que vivíamos. Era un diálogo donde nos ayudamos mutuamente a aclarar muchas dudas, o a analizar las cosas que nos habían enseñado hasta ese momento.

“Por ejemplo, nunca antes nos habíamos planteado qué era el apolitismo, y sus efectos. Saldamos en esos espacios nuestras interrogantes, eso fue creando un ecumenismo muy bueno porque establecimos puntos que nos ayudaran a unirnos un trabajo más efectivo, y eso nos acercó como comunidad.

“Eso nos fortaleció para el futuro, para enfrentar situaciones complejas como el Período Especial. En esa época en la Iglesia Episcopal nos motivó la búsqueda de la esperanza, de acompañar al pueblo y se volvió cotidiano un texto del apóstol San Pablo que señala: ‘se ha aprendido a vivir con lo que tengo’”.

También tuvo una vida activa dentro del Poder Popular.

— El tiempo es un regalo de Dios, siempre está a mi disposición y nunca termina, pero eso no quiere decir que lo desaproveche, por eso hay que estar activa, sirviendo. Cuando vinieron de la Federación para saber si yo aceptaba la nominación para delegada a la Asamblea Provincial del Poder Popular solo dije, si ustedes creen que allí voy a ser útil, cuenten conmigo.

“Durante 15 años tuve el honor de pertenecer a la comisión de Salud y Educación, allí aprendí muchísimo, conocí personas valiosas. Me sentí en familia, fui muy querida, escuchada y respetada. Allí dejé mi aporte, desde el trabajo comprometido, por mejoras para la población. Fue una experiencia donde me sentí mejor como mujer y como cristiana. Me emociona que, como resultado de esa entrega, me hayan distinguido con el Escudo de la Ciudad y con la condición de Hija Adoptiva”.

La historia de Esther está en las paredes de su sala. De un lado sus amores, familia y amigos, de otro los reconocimientos recibidos en su obra dentro de la Iglesia y en su labor secular; en otro muro las fotos de los varios encuentros con Fidel y Raúl, y justo a la entrada, un cuadro que describe su fe: “un río de agua viva”.La historia de Esther está en las paredes de su sala. De un lado sus amores, familia y amigos, de otro los reconocimientos recibidos en su obra dentro de la Iglesia y en su labor secular; en otro muro las fotos de los varios encuentros con Fidel y Raúl, y justo a la entrada, un cuadro que describe su fe: “un río de agua viva”.

En 1990 usted participa en un encuentro histórico que tuvo el Comandante en Jefe con más de 70 líderes religiosos. Su participación también estuvo signada por el hecho de representar la voz de las mujeres religiosas. ¿Cómo recuerda a la luz de más de 30 años ese hecho?

—Para la realización de ese evento resultaron fundamentales el reverendo Raúl Suárez que era el presidente del Consejo, también Arce y el reverendo Pablo Odén Marichal, un maestro inolvidable que en la fe y en Fidel encontró el camino de su vida y su servicio de cubano.

“Tremendo aquello. Nos llamaron con urgencia de que estuviéramos en La Habana, allí supimos que nos íbamos a reunir con Fidel. Verlo llegar fue impresionante, su estatura imponía, su uniforme verde; sin embargo, también había dulzura en él, en sus maneras, en su capacidad para el diálogo y para reconocer la unidad en medio de las diferencias.

“Fue un encuentro fundamental para el futuro. Allí quedó claro que, así como había quienes libremente no apoyaban la Revolución, había cristianos que correspondían al llamado de servicio al pueblo, la esencia de la Iglesia.

“A mí me tocó hablar en nombre de las mujeres y puedo asegurarte que fue un intercambio franco, se hablaron de las dudas, del Evangelio, de las discriminaciones que sufrían algunos pastores o sus familias. Fidel no tapó el sol con un dedo y reconoció los errores que se habían cometido, también la Iglesia cometió faltas, y todo se dijo así, sin pelos en la lengua.

“Desde entonces se abrió una nueva etapa en la relación Iglesia-Estado y cada vez es más transparente el diálogo. Una vez más, pudimos ver que los problemas que se sucedían no partían de las esencias de la Revolución sino de malinterpretaciones del pensamiento revolucionario.

“Ahora vivimos uno de los momentos más lindos que ha tenido tanto la iglesia cubana como el movimiento ecuménico. La relación Iglesia-Estado se ha fortalecido, nuestras actividades religiosas se realizan sin ningún impedimento, todo dentro de las leyes y de la legalidad, de lo establecido, pero siempre con plena libertad”.

Cuba y Cristo son las dos constantes de su vida. Llevar ese mensaje al mundo tampoco resultó fácil en los inicios de la Revolución.

— Así mismo. Recuerdo una noche en Canadá cuando explicábamos todo lo que hacíamos en Cuba como pastores y un joven muy sorprendido me preguntó que desde cuándo éramos cristianos; tenían la idea de que aquí era imposible creer. En Ecuador, Argentina, Costa Rica me pasó igual, se preguntaban si de verdad estaban viendo a una cristiana que fuera cubana.

“En cada caso entablábamos una conversación muy animada porque sí, teníamos, igual que hoy, problemas y habíamos cometido errores, pero es tan grande todo lo hermoso que tenemos y el país en que vivimos. En los primeros años teníamos que explicar mucho lo que era la Revolución, ya ese espacio está ganado, y como comunidad religiosa, unidos en el Consejo de Iglesias de Cuba somos muy respetados”.

A los 95 años la sonrisa de Esther sigue siendo musical y dulce, sus abrazos son fuertes, como los de una madre, y la puerta de su casa siempre está abierta para hablar de fe y de Cuba que para ella se traduce en servir. “La fe te lleva a buscar la forma de ser siempre útil en cualquier situación, hubo quien pensó que el trabajo secular limitaba mi fe, ¡todo lo contrario!, se ha vuelto más robusta en la medida que tengo más contacto con el pueblo. Y este es el pueblo más hermoso del mundo, y el mejor lugar para vivir el cristianismo.