JIMAGUAYÚ, CAMAGÜEY.- Había una vez una joven graduada de Enfermería que se enamoró de la veterinaria… Así podría comenzar la historia de Niobis Vázquez Rigal, una de esas mujeres que a las vueltas de la vida asigna los mejores significados y contra todo pronóstico recoge frutos.

“Dejé mi profesión, pero no quería quedarme de ama de casa, no era mi vocación. Entonces me sugirieron que fuera a trabajar al politécnico Pino Tres y comencé llevando el autoservicio con los estudiantes. Allí me enamoré de la Veterinaria.

“Primero hice el técnico medio (con ese nivel y una categorización podía dar clases de algunas asignaturas prácticas) y al año de graduarme empecé la Universidad. Ya estoy en quinto año terminando la carrera de Medicina Veterinaria”.

¿Cómo llega a la Empresa Agropecuaria Jimaguayú?

—Decidí pasar a la producción y ver lo que estaba aprendiendo directo en la práctica y me vinculé entonces a la Empresa en la UEB El Rincón. Empecé como técnica y cuando terminé tercer año la dirección decidió dejarme como médico principal.

“Aunque seguía con las clases prácticas en Pino Tres la Empresa me absorbió mucho tiempo porque son varias unidades, muy distantes y con problemas con el transporte. Por eso decidí quedarme a tiempo completo”.

¿Cuánto le aporta este día a día?

—El curso para trabajadores es buenísimo, sobre todo porque los profesores se esfuerzan por transmitirte todas sus experiencias, quizás porque saben que no es lo mismo pasarlo en la Universidad en el curso regular que estando empleados. Resulta difícil ser mamá, trabajar, estudiar, enfrentar los problemas cotidianos. La práctica me ha ayudado muchísimo porque puedo ver las cosas que te dicen en la teoría y en los libros.

“En ocasiones he dicho ‘no puedo, no puedo, me rindo’, y cuando las cosas se me hacen más fáciles porque estoy en la práctica les digo ‘ah sí, profe, lo he visto, tengo este caso, ya me pasó…’, eso ayuda y veo la ventaja que tengo”.

¿Entonces no ejerce solo de veterinaria?

— En El Rincón se hace de todo. El veterinario en un momento tiene que sembrar caña, ordeñar, hacer trabajo de oficina, gestionar el alimento de los animales. Asumimos un trabajo muy amplio que tiene que ver con casi todo en la ganadería.

A veces se piensa que solo están por si un animal se enferma.

—Para nada. Se relaciona con la siembra de los alimentos, con la boprotección, la bioseguridad, la investigación, si hay algún foco de una enfermedad tiene que notificarlo. En la producción de la leche tiene que velar porque la cantidad que se saque no afecte a los terneros; porque muchas veces se exige por el cumplimiento de los planes y se olvida que las crías tienen que tomar esa misma leche ¡y para eso estoy yo allí! Para indicar cuál se debe bajar del ordeño porque no está ganando el peso. Y cuando hay problemas con el combustible defendemos el tiro de agua.

“Tengo que ver con casi todo. Soy miembro del consejo de dirección de la UEB y cuando se discute cualquier situación estoy allí. Somos un colectivo y me siento muy contenta. Mari (Marilyn Jiménez Valero, directora de la UEB El Rincón) es una mujer increíble, un tren, y trabajar con ella, una maravilla.

Te ayuda, te apoya, representa siempre un oído receptivo”.

Coméntenos de sus vivencias, logros y decepciones en este sector.

—Bueno… en la práctica nunca lo había visto, y un buen día me toca desparasitar unos añojos. Esos animales para mí, en aquel momento, eran demasiado grandes, porque tenía terror a que me dieran un golpe.

“Me llené de valor y le entré de frente pero no tenía el manejo correcto, y debía ponerme de costado, entonces me dio una patada. En ese momento no me sentí nada, pero por la tarde se me empezó a poner feo y estuve como dos días sin poder trabajar. Así aprendí cómo se le entra al animal, cuándo se estresa… y otras cosas que una aprende sobre el manejo y la comunicación con los animales.

“A veces golpea la falta de medicamentos, y más cuando se pierde un animal. Una vez no había para desparasitar y Mari me recordó un trabajo que habíamos hecho en Pino Tres con las matas del Nim, hice una olla de cocimiento e iba con una ‘balita’ por las unidades desparasitando, ¡y se logró! No fue como desparasitar con el medicamento convencional pero nos demostramos que con la medicina verde, que muchas veces la rechazamos, sí se resuelve, y eso me dio satisfacción”.

¿Tiene nuevas proyecciones para cuando se gradúe?

—Quiero mantenerme aquí, me encanta el municipio, le tengo mucho amor, quiero ser parte de toda esta revolución que hay con la ganadería, de poder recuperarla. Estoy viviendo aquí hace dos años, traje a los míos para acá porque soy de Camagüey y allá tengo mi casa. Mi familia me dijo que estaba loca, pero no han dejado de apoyarme.

“Ahora se me complica un poquito la cosa porque estoy sola con la niña que ya empieza la secundaria y la escuela queda lejos. Me regreso con ella, y seré yo quien tenga que viajar, como hacía antes”.

¿Qué otra magia encontró aquí?

—Son intereses diversos los del campo y la ciudad. Las personas aquí te ayudan. Cuando te ven que estás entregada al trabajo y a la par junto con ellos, que te sientas a su lado, que te interesa saber de lo que hacen, que lo apoyas, que le das ideas para que se humanice un poquito su labor, que si está a tu alcance (porque sabemos que la situación se torna difícil) le consigues a ese campesino un par de botas, un pantalón viejo, una camisa de campo…

“Ellos te le agradecen y te ayudan transmitiéndote sus experiencias: ‘mire doctora cuando usted siente el ternero que brama es porque se quedó sin ordeñar’… y una va aprendiendo… y el amor y el cariño que te toman… y donde quiera que te ven te dicen ‘doctora’. Y cuando me dicen así yo me hincho (y sonríe) porque sientes el respeto y la consideración, y me hace sentir bien eso, me complementa”.