CAMAGÜEY.- Desde el mes de julio, cuando Matanzas se convirtió en el epicentro de la COVID-19, llegaron a ese territorio varios grupos de especialistas que prestaban servicios fuera del país. Como expresó poco tiempo después el ministro de Salud Pública José Ángel Portal Miranda, “los médicos de la brigada Henry Reeve son del mundo, pero ante todo, de Cuba”. Bajo esa premisa el camagüeyano Yunier Peláez Ramírez, especialista de primer grado en Medicina General Integral fue uno de los primeros en dar su consentimiento para volver de Venezuela.

Ya había estado en la Zona Roja en México cuando el inicio del virus y vio tanto allí que la idea de que su gente pasara por algo similar le apretó el pecho.

Prestaba servicios en un consultorio popular de Barrio Adentro en los cerros de Caracas cuando lo llamaron del Ministerio para colaborar con el manejo de la pandemia en Cuba. “El sí fue automático, eso ni se piensa porque curar a los nuestros es siempre prioridad. La salida se planificó lo más rápido que se pudo. Al principio éramos 200 colaboradores, nos dividieron en dos grupos de 100, uno para Ciego de Ávila y el otro, incluido yo, para Matanzas”.

Cuenta que la situación en la Atenas se complicaba por día, los matanceros estaban muy nerviosos al ver el aumento de casos y las filas de pacientes positivos para atenderse eran interminables. “Yo trabajaba en un cuerpo de guardia de respiratorio en el policlínico de Santa Marta y llegué a atender a más de 110 personas en una jornada. El agotamiento y el cansancio se notaban por encima de la ropa pero las ansias de ayudar eran mayores”.

A su mamá Blanca le contó por teléfono lo difícil de quedarse por momentos sin camas en el hospital y enfrentar la rotura de la fábrica de oxígeno pues se vieron afectados servicios indispensables. “En todo el mes que laboró allá estuvimos juntos desde la distancia. Sufrimos con él y celebramos también cuando Durán informaba la mejoría de Matanzas. Sabíamos que la separación y sus noches sin dormir daban resultados”, asegura ella.

Todavía Yunier no ha podido abrazar a sus padres ni a sus dos hermanos ni a su pequeño Samuel. Del occidente viajó a oriente y hoy lucha por bajar la curva de contagios en Holguín. Su nueva casa pasó a ser el Hospital Clínico Quirúrgico Lucía Íñiguez de aquella ciudad donde se encarga de los casos de alto riesgo.

“Del hogar se extraña todo. Te pones chiquitico si te cuentan que tu hijo pregunta constantemente por ti y al explicarle por qué estoy lejos dice: ‘yo quiero ser como mi papá y salvar niños’.

“Y te vuelves chiquitico igual cuando se te muere algún paciente porque acudió tarde a tratarse o al ver llorar una anciana de 80 años contagiada que acaba de perder a su hijo víctima de la COVID-19 porque sabía que ella tampoco ganaría la batalla. Así pasó y su otra hija, quien siempre la acompañó, se quedó sin su madre. Es duro, muy duro, pero aquí seguimos”.