CAMAGÜEY.- Cuando Delio abraza la palma con la cuerda ya no existe nada más a su alrededor, todo y todos desaparecen en su mente; él sabe que en ese abrazo fiel se le va la vida. Le bastan cuatro minutos para trepar hasta el penacho de “la real” (que suele tener unos 25 metros de altura pero que puede llegar hasta 40), dar con el machetín o cuchillo los golpes broncos que separan uno, dos, tres y pueden ser hasta ocho racimos de palmiches y dejarlos deslizarse veta abajo hasta el suelo.
Jura que cuando era “nuevo” le llevaba menos tiempo. Y es difícil imaginarlo más ágil de lo que es hoy a sus 53 años, que en una mañana desmocha entre 50 y 60 de estos ejemplares.
Su constitución física todavía conserva rasgos atléticos, sus manos de tanto aferrarse dejan ver nudillos desproporcionados y callosidades que le fungen como coraza. La vida dura del campo y del oficio que eligió temprano le dan una apariencia mas la desmienten luego sus habilidades felinas.
Delio heredó el oficio de desmochador de palmas reales de su padre.
“Mi padre era desmochador y aprendí mirándolo. Tenía entre 12 y 13 años cuando agarré la trepadera y me fui escondido. A mi mamá casi le dio una cosa cuando me vio a lo lejos y contaba que mi viejo le dijo ‘déjalo, que sabe lo que hace’. Él siempre me insistía en la importancia de la calidad de la soga y de la trepadera, en eso estaba mi seguridad. Desde entonces- hace más de 30 años- no he dejado de subir.
“Cuando afinco los pies en el estribo pongo mi mente en la palma, somos ella y yo -junto a las trepaderas, el cordel, la vaina y el cuchillo-. No me gusta que me hablen. Allá arriba a veces me demoro para ver el paisaje, todo se ve muy bonito. Me gusta ver a lo lejos los palmares. No tengo miedo, ni a las alturas, ni a las ranas, ni chipojos, que son los únicos bichos que hay en lo alto”.
Este guajiro de Najasa asegura que entre las7 y las 10 de la mañana es el mejor horario para su faena porque luego- hasta las 2:00 p.m. resbalan y es peligroso.
Delio disfruta estar cerca de las nubes. Foto: Leandro Pérez Pérez/ Adelante
A Delio Morales Montejo el estado le paga el racimo de palmiche a 6.25 pesos en moneda nacional, un precio que atendiendo a los riesgos que entraña luce injusto, pero que, no obstante, le hizo ganar solo en el mes de mayo 17 000 pesos. Su familia lo apoya, aun después del accidente que sufrió hace algunos años y le fracturó los dos tobillos. La esposa solo se opone a que participe en las competencias pues teme que el apuro o la presión lo despeñen.
Dice quejumbroso que el hijo no muestra interés por seguir sus pasos, y Delio para que su oficio perviva comparte las mañas con los jóvenes soldados que integran la brigada de desmochadores del Ejército Juvenil del Trabajo. Junto a ellos participó en la segunda competencia de desmochadores que se realizó recientemente en la finca Manolo, de la cooperativa de créditos y servicios Manuel Piti Fajardo del municipio Camagüey, donde obtuvo el primer lugar y se “desquitó” del tercer escaño del 2020.
Esta iniciativa, apoyada por las principales autoridades de la provincia, impulsa rescatar ese oficio casi perdido.
El desmochador de palmas, mixtura de deporte extremo y de destrezas campesinas, resurge ante la urgencia de encontrar alimentos para la cría de cerdos criollos.
“Yo voy a hacerlo mientras pueda. Creo que van a tener que ‘amarrarme’ a la pata de la cama para lograr que me retire. En eso también me parezco a mi padre”, asegura este guajiro, quien se empeña en seguir trabajando cerca de las nubes.
INSTANTES DEL SEGUNDO ENCUENTRO DE DESMOCHADORES EN CAMAGÜEY