CAMAGÜEY.- “En eso está la valentía, en tener miedo y aguantarlo”, leí una vez. Por los caprichos trenzados de la vida conozco a Miguel Ángel y tecleo de un tirón la frase en las cuartillas que he de dedicarle. Porque Miguel Ángel Pantoja Martínez ha sido un hombre de miedos contenidos. Y hoy, más que nunca, puede confesarlo.

Ni en diciembre de 2015 cuando nació Karla; ni once meses después cuando llegó a Alexania, Brasil, tuvo tanto miedo como ahora. Debe resultar aterrador enfrentarse solo al “monstruo” que puede ser una niña de cuatro años.

Un día, como cualquier otro, despide a su esposa con un beso; y al siguiente resulta tan genuino el escalofrío ante el roce como el amor que le tiene. Un día, aunque está preparado, la despide con la calma de siempre, y luego ya todo se vuelve tormenta.

Ella es enfermera, y siete de los casos que atendió resultaron positivos. Ellos viven con su pequeña Karla y los abuelos de Karla. Suman tres los motivos para temer bajo un mismo techo, según las estadísticas, según sus pálpitos. Y él, tan médico, prescribe su propio pánico.

En la hoja de ruta de ese matrimonio aparece una verdad clarísima a los ojos de Dayana: “Miguel Ángel siempre parte a cumplir con el deber. Al darle la espalda a la puerta de casa él no teme por muy gris que se pinte afuera el tiempo”. Las “leyes” de la vida.

Pero del lado de acá del cerrojo también se puede luchar y cumplir, y redactar otras “leyes”. En dos períodos de 28 días (14 de trabajo y 14 de aislamiento) Miguel Ángel se ha hecho un “diestro” cuidando de su hija a tiempo completo. Mamá desafía el equilibrio de las normas que aprendieron; pero papá asegura que está bien, que él la apoya en esa irreverencia que ya va para su tercera vuelta. Nada ni nadie debe dictar cómo se construye un universo entre (para) dos.

“Lo más complicado fue hablar con Karla la primera vez. Su mamá salió a trabajar y no regresó como de costumbre. Fue difícil, pero tenemos una niña muy madura. Entendió. Todos los días le decía por teléfono que se cuidara mucho; y su aplauso de las nueve se volvió un ritual”, cuenta Miguel Ángel a la espera de la tercera partida de Dayana.

Pronto debe entrar el grupo de Dayana Rivera García a su tercera vuelta en el “Militar”. Tal vez por rotación Karla logre pasar el domingo al menos con mamá. Ojalá, para que la ausencia se mantenga a la mitad, porque a papá, en la primera de sus dos fechas de junio, le toca guardia en su policlínico, el Tula Aguilera.

El 29 próximo, también a media vuelta se sentirá en casa la nostalgia. Él llegará a sus 32 y completará otro mes-año de aprendizajes, de miedos, de incapacidades, de amor; esta vez sin Dayana para extrañarla más en ese momento del día que es “todo el día”.

Desde marzo seguramente a Karla se le ha acelerado el padecimiento de los “¿por qué...?”. Una evaluación rápida pudiera demostrar que lo suyo es más crónico que el “caso” de cualquier otro niño de su edad.

“¿Por qué no llega?; ¿por qué está lejos?; ¿por qué no puedo visitarla?”, alcanzo a imaginar cuando recibo esta respuesta: “Todos los días debía explicarle que su mami cuidaba a otros niños enfermitos; que donde estaba no nos permitían entrar; que faltaban menos días… Ella preguntaba tanto; y la manera que encontré para que no pensara en su ausencia fue jugando mucho con ella”.

Daba lo mismo el juego que fuera. No había (habrá) horas específicas para un juego. Puede ser “al quema’o con la pelota grande en el jardín, a las escondidas, a dibujar, o las muñecas”; todo depende del antojo impredecible de una pequeña que echa en falta al ser que no se había ausentado ni un solo día en sus casi cinco añitos.

“Sobre todo se complicaban las mañanas. En ese momento Karla depende más de Dayana. Y yo nunca la había aseado”, confiesa el papá la “destreza” de niñero que más le costó.

Ni siquiera ponerse al día con su cariño tras los dos años de distancia resultó tan difícil. “Cuando regresé de Brasil ya tenía tres; era prácticamente un desconocido. Pero ahora no deja de buscarme; nos entendemos muy bien”, dice orgulloso de esa conexión que han logrado, mas no de su poca habilidad con el peine para poner orden en los cabellos de Karla.

Sin embargo, los retos se han vuelto más dóciles; ambos se han cogido el ritmo; la vida ha pasado, a fuerza de costumbre y de amor. Para un padre Ángel, y médico, no hay desajuste que no se pueda componer. De ello contará Karla cuando deba escribir, en primera persona, sus vivencias de un bicho malo que puso a prueba la resistencia de mamá y papá, y la suya propia.

Ya puedo imaginarlo. “En eso está la valentía, en tener miedo y aguantarlo”. Así comenzarán sus memorias.