CAMAGÜEY. - Maida y Roger se conocieron lejos de Camagüey. Ella, una joven estudiante de medicina en Santiago de Cuba; él, uno de los seis internos elegidos para aprender allá y enseñar aquí, cuando la provincia soñaba con su propia universidad médica. A la ciencia de curar a otros le deben mucho, por lo menos más de 40 años.
Fue en el entonces Instituto Superior de Ciencias Médicas de la ciudad donde la pareja se consolidó. Él no dudó en traerla de Santiago, ella apostó por el amor. Juntos vieron nacer y crecer poco a poco una casa de altos estudios que este junio celebra sus cuatro décadas de fundada.
“Al principio dábamos las clases de conjunto con la Universidad de Camagüey. Como la institución todavía se construía, no contábamos con aulas o laboratorios fijos. Muchas veces nos tocó poner sábanas en las paredes de los albergues para hacer las proyecciones o trasladar estudiantes al hospital Amalia Simoni cuando tocaban las prácticas de Anatomía”, explicó el Dr. Roger Ramírez Zayas.
Ya en 1978 se termina el primer edificio en la sede actual del centro de formación médica y los estudios se trasladaron allí. “Fueron tiempos difíciles y de mucho sacrificio, pero formábamos parte de un acontecimiento crucial en el territorio. Dos años después habíamos creado la tan anhelada Universidad de Ciencias Médicas (UCM)”, expresó el también profesor de Bioquímica Clínica.
A Maida Durán Matos nunca le importó haber nacido en otra tierra para ofrecer por esta el mejor período de su vida. Comenzó la carrera aquí en tercer año y en 1981 se graduó. En aquel momento iniciaba el destacamento Carlos J. Finlay y ante la falta de maestros y su experiencia acumulada como alumna ayudante de Anatomía, cambió las recetas y los diagnósticos por registros docentes, tizas y borradores.
“Lo pensé mucho. Apartarte, de cierto modo, de tu vocación para dedicarte a educar no es algo que puedas decidir a la ligera. Sin embargo, las lecciones del claustro de profesores de esta universidad, basadas en la dignidad, el amor a lo que se hace y la responsabilidad, resultaron el empujón que necesitaba. Hoy no puedo separarme de las aulas”, dijo Maida.
Y es precisamente ese claustro que desde 1980 ubica en lugares reconocidos dentro y fuera del país a la medicina camagüeyana, una de las fortalezas de la UCM según el Dr. Roger: “El rigor que han aportado durante cuatro décadas, los conocimientos compartidos, los reconocimientos, constituyen muestra de ello”.
Pero Maida no deja fuera a los estudiantes. “Cada época ha tenido sus grandes tareas: la zafra del ´70, el censo de población, la epidemia del dengue, los ciclones y ahora la COVID-19. Nuestros muchachos nunca han dicho que no. Ante cada reto, responden con disciplina”.
La historia de la Universidad de Ciencias Médicas Carlos J. Finlay es también la de este matrimonio. Sería difícil hablar de cada uno por separado, ellos ni lo pensarían. Los laboratorios de pregrado no serían lo mismo si Maida no entrara a diario a explicar las estructuras de los seres vivos, ni serían lo mismo los pasillos de la escuela sin los comentarios sobre la “rectitud” implacable del profe Roger. Ellos tampoco serían los mismos sin estos 40 años de Medicina y amor.