“La enfermería es un arte progresivo, en el cual permanecer inactivo es haber fracasado”. Florence Nightingale.
Fotos: Cortesía de la entrevistadaCAMAGÜEY.- Para Liudmila Mora del Pino, Enfermería fue siempre primera opción, quizás, incluso, la única. Lo sabía porque nos une la confianza y la familiaridad, pero lo confirma en sus primeras palabras para Adelante Digital:
“En el preuniversitario solicité la Licenciatura en Enfermería, pero no me llegó. Me decidí por la opción de técnico medio, ese año habían otorgado 150 plazas en la provincia. Me gradué en el 1996, como especialista en unidad quirúrgica en el 2001, y como Licenciada en el 2010. Actualmente me desempeño como supervisora en el hospital pediátrico Dr. Eduardo Agramonte Piña, donde trabajo desde el año 1996”.
— Estuviste en Bolivia, por poco tiempo. Cuéntanos.
— Cumplí misión en Bolivia por seis meses. Se vio interrumpida por el golpe de estado contra Evo Morales, que obligó a la brigada médica cubana a salir de forma intempestuosa de allí. Mi estadía en ese país fue desde el mes de mayo hasta noviembre del año 2019. Me encontraba allí como parte del programa de cirugía oftalmológica Operación Milagro.
“Resultó muy duro partir. Nuestros pacientes lloraron al saber que nos marchábamos y preguntaban que quién le mirarían sus ojos, quiénes atenderían a los que no tenían dinero para pagar una consulta. Hoy aún me escriben compañeras bolivianas, contando cuánto extrañan a los cubanos. Muy triste.
“Previo al regreso, hubo estricta vigilancia por parte de la policía boliviana. No podíamos salir de la casa, dependíamos de compañeros de allá que nos compraron lo necesario para venir. Después de un largo viaje de 8 horas en avión, llegamos a la Patria, y nos recibieron los ministros de Salud y de Relaciones Exteriores, entre otros miembros del Comité Central del Partido Comunista de Cuba.
— Y ahora, la COVID-19 impuso una nueva misión…
—Me correspondió la vigilancia de los casos de pediatría con sospechas de COVID-19. Brindamos cuidados de enfermería, administración de medicamentos, medición de signos vitales cada 6 horas y, fundamentalmente, observamos la aparición de signos y síntomas de complicaciones respiratorias.
“Comencé el 14 de marzo hasta el 7 de abril. Todos esos días llevé pijama, sobrebata, botas, gorro, nasobuco, guantes y gafas protectoras. Resultó una buena experiencia a pesar de enfrentar un virus tan peligroso y mortal. Conocí nuevos colegas con los que compartí muchas horas y noches dentro de la sala A del hospital Amalia Simoni.
“Sobre todo, me permitió brindar mis conocimientos y compañía en el bienestar y recuperación de los niños y familiares que permanecieron a nuestro cuidado. Durante mi trabajo en el hospital Amalia Simoni entablé relación con algunos de nuestros pacientes pero entre todas tuve una familia de un niño y una niña —hijos de un cubano residente en el extranjero confirmado— que resultaron positivos en días distintos; su mamá se quedó en nuestra sala, sola, prácticamente sin consuelo, pues su sobrino adolescente cardiópata también dio positivo y no podía estar con ellos. Me fue díficil consolarla pero puse mi empeño, mi paciencia, mi amor… y lo conseguí.
“Imaginen lo complicado cuando me tocó terminar. Al anunciar mi último turno de trabajo me pidieron que continuara allí, que no regresara a mi hospital porque me extrañarían mucho… a la vez que triste es una situación muy satisfactoria en nuestra profesión. Ese afecto nos hace mucho bien, constituye la mejor manera de saber si lo hicimos bien.
“Por ahora no regreso al ‘Amalia’. Me requieren por mi puesto de supervisora en el Pediátrico, tengo ese compromiso y allí también me sé útil”.
— ¿Qué no debe faltar a un enfermero o enfermera?
—Lo que no debe faltar es el amor. Lo primordial es amar a su profesión, al paciente y a la familia. Tenemos que dedicarnos, en cuerpo y alma. Hay que saber sacrificar intereses personales en bien de los pacientes.