CAMAGÜEY.- Cuando Pablo Soto Endemaño habla de Camilo lo hace con una mezcla de orgullo y de tristeza. Tuvo la buena suerte de estar cerca de él un tiempo y de percibir que la gente que lo conocía lo quisiera entrañablemente, y los que no lo conocían, lo querían enseguida por su atracción personal tremenda.

“Pero el mérito de Camilo no era tener solo buen carácter, también era su proyección y la profundidad con que afrontaba los problemas serios de la Revolución, de ello me daba cuenta y todos nos la dábamos.

“Todos sabían que Camilo en aquellos momentos era uno de los grandes hombres de esta Revolución; aunque tuviera ese carácter jaranero, era una persona que hacía gala de un cariño tremendo por sus amigos de verdad”.

Soto, oriundo de Placetas, en la región central del país, donde combatió a la dictadura de Batista como parte de la fuerza insurrecta del Directorio Revolucionario 13 de Marzo, dirigida por el Comandante Faure Chomón, destacamento que luego se subordinaría al mando del Che, recuerda muchas anécdotas que hablan de la grandeza del Señor de la Vanguardia.

“Jorge Oscar Salazar de la Rosa, el Capitán Ciquitrilla, era como si fuera hermano de Camilo, no solamente porque andaba con él para arriba y para abajo, era su ayudante, aunque tenía varios, sino porque era como hijo de los padres de Camilo y entraba a la casa de ellos con una facilidad tremenda, porque muchas veces lo acompañé.

“El primer trabajo que me ofreció Camilo fue de segundo jefe del Escuadrón 56, donde Ciquitrilla, mi hermano, era su jefe; desde chiquito Ciquitrilla tenía una habilidad tremenda para manejar, un chofer tremendo, pero una vez se volcó con el yipi y se hizo leña, se golpeó y contusionó. Yo corrí rápidamente al Hospital Militar que quedaba cerca de la jefatura del Escuadrón.

“Cuando llegué, luego acudió Camilo, y preguntó: ‘¡Mi hermano, qué te pasó!’. Yo venía echando leche para acá cuando me enteré de lo tuyo —quiso decir con naturalidad que venía rápido—, muestra del cariño que sentía por su compañero y amigo. Es indescriptible la escena en el cuarto del hospital militar”.

Soto formó parte del primer grupo que vino para Camagüey por orden de Camilo, cuando la sedición de Huber Matos. Hace apenas una semana cumplió sesenta años de estar viviendo en esta urbe.

Cuenta que salió del escuadrón 56 para trabajar en la oficina de Camilo. Lo nombró jefe de un departamento que tenía la obligación de buscarles trabajo a todos los guardias viejos. “Lo único que encontrábamos era trabajo de pico y pala con aquel que fue subsecretario de Obras Públicas y se fue del país”. Además, según Soto, era una burocracia tremenda que habían armado, donde estaban incluso oficiales de San Ambrosio cobrando salario por ese departamento, más su salario.

“Le informé a Camilo que esa organización no servía y me dijo: ‘acaba con ella’. Y acabé con ella. Seguí trabajando en su oficina como un oficial más para resolver problemas que no eran importantes, pero tenía contacto con él en ocasiones. Había otro oficial, Salazar, quien siempre iba a verlo a él y a mí, porque era mi amigo desde muchacho, él, Joaquina, Victoria, todos sus hermanos pasaron por mi casa.

“El 20 de octubre por la noche hubo una reunión grande en el Estado Mayor. Nosotros, Salazar y yo, estábamos afuera y Camilo salió y nos dijo: ‘Váyanse, esto demora’. Salimos y regresamos tarde. Yo dormía en el local de la pagaduría de la división de infantería. Salazar al poco rato viene y dice: ¡Pablito!, ¡Pablito!, sal rápido con un arma larga, ¡dime tú!, me monté, fuimos para el Estado Mayor y la jodedera de salir para Camagüey.

“Te voy a decir: recuerdo perfectamente que Camilo se montó en uno de los camiones con nosotros para ir al aeropuerto de Ciudad Libertad. Vinimos en dos aviones DC-3 que parecía una carreta volando, yo no he volado mucho, nunca he salido de Cuba. Llegamos aquí con la tarea que teníamos, que era tomar el aeropuerto.

“Había un grupo grandísimo de militares, no sabíamos lo que estaban haciendo. Después vino Camilo y más tarde Fidel. Camilo salió para Camagüey y no quiso que ni Ciquitrilla ni yo montáramos en el yipi. ‘No quédense ahí’.

“Nos quedamos hasta que trajeron preso a Huber Matos y ayudamos a montarlo en el avión para La Habana. Después Camilo vino para la oficina del traidor y empezó a repartir los cargos, aquello estaba malo con aquello de comunistas. No está buena la situación y casi de entrarnos a tiros.

“Huber Matos le hizo un mal tremendo a una serie de compañeros oficiales. Muchos de ellos después recapacitaron. Camilo nos mandó a poner detrás de él en el buró y nos mandó para Morón el 22. El 21 por la noche me recuerdo que Salazar y yo dormimos en la cama de Huber Matos. Regresamos y al otro día nos mandó entonces para Ciego de Ávila.

“El día 25, estando en Ciego de Ávila, Camilo me envió un regalo, una pistola, con Manolo Cabezas, yo tengo ese papel guardado.

“Por este relato te podrás imaginar qué clase de hombre era Camilo, qué clase de dirigente perdió la Revolución. Fidel perdió hombres muy buenos, como Frank País, José Antonio Echeverría…”.

Prácticamente, estas palabras las terminó Soto con un nudo en la garganta por la emoción.