CAMAGÜEY.- En el flanco derecho del “Cándido Gónzalez”, mientras héroes y villanos lanzan, batean, corren y atrapan, percibo a un actor diferente. Alberto tiene los pasos cansados y la mirada triste y ha dedicado su vida por completo a la pelota. Su vista es profunda; sabe a dónde mirar, pues durante 39 años ha ejercido con orgullo su profesión. A su edad no logra recoger el bate con facilidad, pero todos le respetan el esfuerzo.
Una veintena de años atrás el ritmo era otro. Los peloteros se ilusionaban con pegar un jonrón y que él los esperara en el home con sus gestos únicos. Alberto se arqueaba hacia atrás y los recibía con un fuerte choque de manos. Era todo energía en un lapso en el que sus Vegueros, de Pinar del Río, cosecharon nueve títulos nacionales.
Al otro lado del terreno Ismael da pasos cortos y continuos y repite sin parar consejos a los bateadores. Sus ojos tienen el desenfreno de quien quiere captar todo lo que sucede en la inmensa pradera verde en forma de diamante. No puede disimular los nervios de novato. Sacrificó su puesto de delegado del equipo, dejó la comodidad de las oficinas por el polvo de arcilla y el sol de las tardes cubanas. Ahora se le ve pleno hasta cuando discute con los afi cionados ingratos.
Ni Alberto ni Ismael tienen número o nombre en la chamarreta; son, de alguna manera, invisibles. El nombre dentro de la nómina no les hace justicia, pues recoger el madero es solo un pequeño paso de sus actuaciones.
La jornada del cargabates comienza primero que la de todos, al llegar los jugadores al estadio, él ya tiene acomodada la utilería para el entrenamiento. Luego repite ese trabajo antes del partido y se encarga de ordenar y recoger todo cuando la suerte está echada y el público abandona las gradas.
Pero el cargabates es más que un obrero, como un espía roba las señas con disimulo para alertar al general de su tropa. Su voz llega de primera a los oídos del bateador cuando falla un swing y algunos además asumen la misión de desestabilizar a los rivales con críticas y jaranas.
En el béisbol, como en la mayoría de las actividades de la vida, se necesita abnegación, valor y picardía para prever el futuro. Este juego de sorpresas, sabes cómo empieza, pero no cómo acaba y en ese mundillo los hombres como Alberto e Ismael dan más de lo que todos creemos.
Los cargabates están en peligro de extinción porque en muchos países los dueños del juego los han sustituido por batboys, chicos que recogen los maderos a una velocidad que los hacen imperceptibles. Los nuevos tecnócratas de la pelota creen que la actuación de ellos no tiene influencia directa en el resultado del juego y olvidan toda la sabiduría que inyectan a los más jóvenes. La práctica hace al maestro y al pelotero.