Ocho años atrás, Fidel Castro pronunciaba su histórico alegato “La historia me absolverá” al sumir su autodefensa por el enjuiciamiento por el asalto a la fortaleza del Moncada, en Santiago de Cuba, el 26 de Julio de 1953.

Definía entonces lo que consideraba las principales líneas de acción que emprendería la Revolución triunfante para dar solución a los males más acuciantes de la época: el de la tierra, la necesaria industrialización del país, el alto índice de desempleo, la vivienda, la educación y la salud.

En una de las conmemoraciones de la fecha del referido juicio Fidel apuntó que de no haberse ese documento con cuidado, “si hubiera sido un programa más radical, desde luego que el movimiento revolucionario de lucha contra Batista no habría adquirido la amplitud que adquirió y que hizo posible la victoria”

Primero la Ley de reforma Agraria, a decir de los estudiosos, la más radical y revolucionaria por cuanto ella representó el primer gran cambio de la propiedad privada a propiedad social del principal medio de trabajo del país, en este caso la tierra; luego se produjeron la campaña de alfabetización que acabó con este terrible flagelo que hace de los hombres seres ignorantes, para abrirles los ojos al conocimiento, que es igual a decir, traspasar el umbral hacia el crecimiento humano...

Poco a poco fueron creciendo industrias, y aparecieron empleos para los desocupados, cada cubano recibió asistencia médica gratuita cuando la necesitó, primero se rebajaron los alquileres de las casas y luego fueron confiscadas las numerosas propiedades que dieron techo definitivo y seguro a sus habitantes...

Sin dudas, y así lo he escrito más de una vez, era este el primer triunfo de las ideas que podía exhibir la joven Revolución. Los preceptos del Moncada se hacían realidad.

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