El ruido del motor de un tractor que se acelera indiscriminadamente rompe con frecuencia la quietud de la madrugada, cada vez que toca recoger la basura en la barriada donde vivo, a expensas de provocar el llanto de la vecinita más pequeña del edificio y el insomnio e irritabilidad de más de uno.

Ese parloteo de los trabajadores de Servicios Comunales mientras amontonan los desechos, se une al ladrido de los perros sobresaltados por la inesperada presencia de extraños y al pregón de algún que otro panadero, lo cual hace que los amaneceres no resulten todo lo apacibles que debieran.

Pocos tienen en cuenta que el exceso de sonido, considerado contaminación auditiva o acústica, si no es controlado adecuadamente, puede llegar a dañar no solo al ambiente, sino también a las mismas personas que lo producen.

Considerado el riesgo de salud más ignorado, el ruido es asimilado generalmente como una indisciplina cotidiana y son contados los que exigen que se cumplan las normas  cubanas establecidas para  zonas urbanas sobre los límites de decibeles permitidos.

Estudios médicos corroboran que, como parte de la contaminación ambiental, este fenómeno afecta seriamente a la capacidad auditiva, provoca el envejecimiento prematuro del oído, sordera y daños irreversibles, a la par de  otros trastornos en el organismo.

Entre sus efectos se encuentran los daños al sistema nervioso, al órgano de la visión y a los aparatos cardiovascular, digestivo, respiratorio y reproductor, a la vez que puede originar vértigo, hipertensión y alteración de la frecuencia cardiaca.

Aunque reza un viejo proverbio que “silencio es salud”, no se trata tampoco de hacer mutis y negarle color y sabor  a las actividades recreativas y a espacios de fiestas que contribuyen al disfrute y la recreación de los  jóvenes, fundamentalmente.

Sin embargo, no es ocioso que los encargados de controlar el audio tengan en cuenta  que el oído humano sólo puede soportar ciertos niveles máximos de ruido,  y el rango que  se acumula en la mayoría de las  ciudades supera ese nivel.

Hay que tener en cuenta que a las melodías estridentes se unen otras  fuentes de contaminación acústica en la sociedad actual como las provenientes de los vehículos de motor, las industrias, los ferrocarriles, locales públicos y talleres, entre otros.

La situación de abuso de los sonidos  no es exclusiva de los cubanos ni de ninguna ciudad en particular, al margen de que muchos nos tilden de bulliciosos y desprejuiciados, mezcla de idiosincrasia, falta de educación y costumbre.

La Organización Mundial de la Salud (OMS) señaló que Buenos Aires, desde 2003, se convirtió en la urbe más ruidosa de América Latina, y la ubicó en el cuarto lugar del ranking mundial, detrás de Tokio, Nagasaki y Nueva York. En tanto,  España es considerado el país más ruidoso de Europa, según el propio organismo.

Sin conformarnos por el hecho de no aparecer en la lista de los más bullangueros del orbe, podemos hacer mucho a favor de la paz, la tranquilidad y el goce espiritual de los ciudadanos.

Robert Koch, científico alemán galardonado en 1905 con el Premio Nobel de Fisiología y Medicina , sentenció en una ocasión:

“Algún día el hombre tendrá que combatir el ruido de forma implacable como ha combatido el cólera o la peste”.

Ojalá los humanos tengan la sensatez necesaria para adoptar las medidas  que eviten la llegada de ese momento. Todavía estamos a tiempo.