Ahora que el Parlamento echa su definitoria mirada de pueblo a documentos que establecen la arquitectura de país que deseamos y la ingeniería cotidiana que nos permitirá levantarlo y sostenerlo, es bueno recordar que en su formulación oral y escrita han sido decisivos los acentos y trazos personales de millones de nosotros.

Conceptualizar el modelo de desarrollo socialista, alumbrar los ejes y sectores estratégicos que sustentarán el Plan económico y social hasta el 2030, y reformular, sobre líneas más precisas, unos lineamientos socioeconómicos que llevan años como comidilla de bien, desde los barrios a las presidencias, son encargos que llegan a la Asamblea Nacional luego de que abajo —que en realidad es arriba— los ciudadanos comunes hiciéramos nuestra parte.

  Los cubanos sentamos las bases del Plan de desarrollo económico y social. Foto: Calixto N. Llanes Los cubanos sentamos las bases del Plan de desarrollo económico y social. Foto: Calixto N. LlanesEs el camino del ágora. No en la vieja Grecia, sino en la nueva Cuba. El sendero del diálogo abierto, múltiple, y la escucha atenta. El espacio donde, a la vez, se habla de mercado y amor. El único trillo posible en una nación que, rumbo a un horizonte nada llano, tiene que reinventarse de continuo porque el contexto mundial nunca se lo pone fácil.

En la andadura, aquí estamos, tras celebrar más de 47 400 reuniones y compartir decenas de miles de propuestas sobre el modelo y las vías para darle altura. ¿Les «suena»? Seguramente, porque discutir el destino colectivo se ha convertido en sello nacional.

¡Menuda «bronca» verbal!: en el debate previo y durante el 7mo. Congreso; luego en las bases populares, organizaciones de masa, colectivos obreros, estudiantiles, comités de base de la UJC y núcleos del Partido; de allí a los plenos que han medido la evolución del proceso, ahora al Parlamento y siempre a la gente, la gente que refresca con su criterio el contenido y el aval de toda iniciativa bienhechora.

De tal suerte, más de un millón y medio de cubanos —y no solo militantes de Juventud y Partido, y no solo trabajadores estatales, y no solo trabajadores…— participamos en la consulta para proponer maneras de quitarle, al país del azúcar, cualquier «sal» de encima. Cuba vale mucho para mancharla con el silencio o la indiferencia.

De Guantánamo a Pinar hemos visto que los mecanismos de labor política del Partido y los de participación democrática del Poder Popular se han complementado en función de renovar un proyecto de país que incluye el sueño de los viejos próceres, pero atañe incluso a los cubanos que aún no han nacido.

Si de tejidos se habla, hay que referir en la raíz de las opiniones esa relación entre economía y política que hoy se torna visiblemente decisiva para que, entre presiones externas y locales e inaplazables objetivos productivos, el socialismo cubano no pierda esas coordenadas sociales que han multiplicado N veces, por sobre su tamaño físico, el tamaño moral de este puñado de islas.

En el espíritu de estos documentos nos va el país. Su discusión no ha sido mero ejercicio retórico en un tiempo en que no hay tiempo para ello. La concepción de un socialismo no solo hecho en casa, sino hecho ahora, y la activación real de herramientas económicas propias para hacerlo viable se erigen como principales garantías de que la «fruta» cubana seguirá firme en su rama y no caerá en codiciosa mano ajena y de que el capital foráneo será aquí solo «inversión», sin llegar al capítulo de la intervención extranjera que aún sigue mordiendo pueblos.

Tales entendimientos son esenciales ahora que —con una anuencia nuestra basada en el pragmatismo, en la apertura natural hacia otros pueblos y en la seguridad en nuestros principios— el nada cándido vecino del Norte se ha acercado unas cuantas cuadras y ofrece, según por donde se pruebe, una manzana medio nutriente o a medio envenenar.

Los cubanos sentamos las bases del Plan de desarrollo económico y social hasta el 2030 afincando una larga voluntad de nación —que se expresó a lo largo de siglos en sangre, sudor y neuronas— con los más nuevos pilares de la academia.

Aun sin fusiles, este que ahora define la Asamblea Nacional es un combate crucial; de ahí la intensa movilización de criterios realizada desde el principio. A su modo, cada cubano ha podido ser miliciano o mambí de la palabra. El recurso no es nuevo: hablando de otra confrontación igual de decisiva, Martí escribía en carta de 1885: «Un pueblo, antes de ser llamado a guerra, tiene que saber tras de qué va, y adónde va, y qué le ha de venir después». Es por eso que, miles de años después de Platón, cualquiera de nosotros puede decir que el ágora es cosa nuestra.