Tan antigua como el propio inicio del régimen patriarcal, lo cierto es que la infidelidad ha dejado su cuño en diversas épocas y, en ese sentido, cuando se refiere a la desarrollada por la mujer no faltan los tabúes, pues hace que se ponga en entredicho el modelo hegemónico masculino.

Es así que incluso en la sociedad cubana, donde muchos de estos mitos se han superado con la emancipación de las féminas, como creadoras y capaces de formar su propia vida, se oyen expresiones comunes de “pobrecitas” o “bobas”, cuando la víctima es “ella”.

En tanto, para “él” se escuchan recriminaciones y señalamientos con el dedo, además de sustantivos peyorativos.

Mientras que cuando el victimario es el hombre, pueden aparecer términos como “bárbaro”, “el tipo”, y para la mujer cambian las denominaciones y pareciera que llevara el cartel de “prostituta” pegado en la frente, un estigma difícil de quitar, pues que “pega tarros” se convierte, entonces, en parte del currículum femenino.

En el mundo, el adulterio de las mujeres sigue siendo un tema difícil de discutir e, incluso, es objeto de inconcebibles sanciones en ciertos Estados, ya que si se mira la historia, pasada o presente, ésta es causa de lapidación en algunos países y condenada por las religiones, pues ha sido sinónimo de vergüenza por parte de las instituciones sociales (la familia, las iglesias…).

Sin embargo, algunas cifras consultadas avalan que las relaciones extramatrimoniales resultan frecuentes y que se visualiza una tendencia al alza de la infidelidad femenina y pareciera que la monogamia constituye un mito o un acuerdo implícito de “ojos que no ven, corazón que no siente”.

Los porcentajes mundiales son más esclarecedores al respecto, pues hablan de que se amplía hacia terrenos no tan evidentes como juegos de seducción, besos y soñar con acostarse con otro, y muchas admiten sentirse tentadas.

Un estudio realizado por el Instituto Francés de Opinión Pública refiere que cuanto más autónomas e independientes son las mujeres, más se permiten la posibilidad de ser infieles, aunque los miedos siguen muy presentes y no tan distintos a los de otras épocas: preocupación por las consecuencias que pueda tener para la familia o que la relación acabe siendo descubierta por el compañero.

Las motivaciones psicológicas al buscar la infidelidad son múltiples y las explicaciones variadas, desde los que piensan que no pueden evitarlo hasta los que no saben por qué lo hacen.

El abanico de posibilidades es amplísimo, integrado por los celos, la búsqueda de relaciones sexuales satisfactorias, completas y sistemáticas, la necesidad de buscar atención, cariño y protección, la mala comunicación…

Según se afirma, las mujeres se sienten más vinculadas sentimentalmente en sus aventuras y esto influye en que den el paso decisivo de una relación extraconyugal; mientras que los hombres son más propensos a cometer infidelidad con el mero objetivo de satisfacer su deseo sexual con una persona nueva.

No obstante, personas de uno y otro sexo reconocen que al descubrir los “cuernos” se sienten traicionados, pues representa una ruptura del compromiso de lealtad sentimental y sexual contraído con la pareja, aunque algunos plantean que la infidelidad le da un nuevo sabor, un toque especial a la relación estable, que la conserva y mantiene fresca, pero solo mientras sea en secreto.

Múltiples matices presenta el tema, que se relaciona, a su vez, con la forma personal de concebir el mundo, situaciones sociales, necesidades, conflictos... y, además, el amor, que siempre es un misterio.

De acuerdo con las tendencias actuales se deben dejar atrás las opiniones machistas, de hombres y mujeres, porque cada quien tiene el derecho de marcar su propio rumbo, de decidir cómo vivir, porque NO importa quién haya sido infiel, al final, como aseveró una amiga, los “tarros” duelen de igual forma.