Foto: Leandro Pérez Pérez/Adelante/ArchivoFoto: Leandro Pérez Pérez/Adelante/ArchivoLa historia de la humanidad  ha estado plagada de personas atrevidas y extravagantes, de individuos que sobresalieron entre sus contemporáneos por aspectos para nada vinculados a capacidades intelectuales, hazañas políticas, aportes científicos o cualquier otra contribución al mundo de los mortales, y sí por su estrafalaria apariencia.

Imagino ahora a la decapitada María Antonieta, que, al convertirse en reina de Francia en el siglo XVIII, dejó boquiabiertos a muchos con su vestimenta estilo Rococó y con unos peinados que perfectamente pudieran haber servido de nido a las aves de más alto vuelo.

Fueron esos mismos asombrados los que luego la llevarían a la guillotina, acusándola de opulencia y ostentación. 

Más de una vez Lady Gaga ha ¿lucido? vestidos confeccionados con carne cruda. Este lo usó en una actuación en Tokio. Foto: Terry RichardsonMás de una vez Lady Gaga ha ¿lucido? vestidos confeccionados con carne cruda. Este lo usó en una actuación en Tokio. Foto: Terry RichardsonAl pensar en los famosos de la actual centuria y sus manías estéticas, recuerdo la rimbombancia mediática cuando la cantante norteamericana Lady Gaga fue a un partido de béisbol en ropa interior, o la vez que, como sacada de una película de ciencia ficción, salió con un vestido hecho de carne cruda, y otro día con uno confeccionado de cabellos humanos.

Sin comentarios.  Lucir “a la moda”, imponer estilos, llamar la atención con las coberturas artificiales del cuerpo, ha sido el propósito que ha marcado la vida de muchos individuos, que han buscado impresionar más con lo de afuera que con lo de adentro.

En este siglo XXI, en el que parece que todo está permitido, las vestimentas “salidas de lo común” siguen y Cuba -aun cuando los casos de extravagancia sin límites no abundan aquí, por varios factores-, no es un punto aislado en un mundo donde la forma de lucir es influida por lo que se ve tras una pantalla y lo que alguien difunde con solo dar un click.

No creo que sean guillotinadas como la opulenta reina francesa, pero sí desafiantemente observadas las chicas que, con un cachetero puesto, pasan frente a un hombre “felizmente casado” o comprometido que pone cara de manso cuando su pareja, sin tapujos, mira al mismo tiempo hacia él y la muchacha para dilucidar “quien miró a quién primero”.

¿Qué pensamientos motivará a la mujer (no excluyo edades) que ha hecho de la saya de su uniforme laboral una minifalda, y anda tan apretada que casi hay que llevarla a una consulta de atención de las vías respiratorias?, deben ser las mismas ideas que inspira la joven que, con intención, dado el desenfrenado escote de su blusa, exhibe el busto como si fuera un pastel.

Disculpas si parezco anticuada o muy recatada, no pretendo juzgar a nadie por sus atuendos, pero no entiendo la insistencia de algunos en ir a fiestas de 15 o bodas, también a un teatro o un cine con un jeans (los conocidos ripiaos), con otra pieza de mezclilla hecha flecos o cualquier creación textil improvisada de estos tiempos, convulsos como sus modas.

“Eso se usa”, “a quien no le guste es un cheo”, “esta es una nueva era”, alegan aquellos seducidos por tales tendencias  -y no solo mujeres-, que ven normal lucirlas hasta para ir a un hospital o cualquier otro sitio donde es inadecuado llevarlas.

¡Afortunados quienes recibieron de la madre natura el don de la belleza corporal!, cierto que cada época marca sus estilos en el vestir, pero los que nunca pasarán de moda serán el buen gusto y la mesura que, ligados al respeto por nosotros mismos y por los demás, deben guiar la elección de lo que nos ponemos encima, y para cada ocasión.

De personas sobresalientes en su vestimenta ha sido testigo la historia: ¿hiperobservadas en su tiempo?, ¿controvertidas?, claro que sí lo fueron, ¿recordadas por sucesivas generaciones?, no creo que todas.

Tengo la impresión de que los más evocados y seguidos en pensamiento y acción han sido aquellos que, desde cualquier rinconcito del orbe, incluso con sencillas ropas, zapatos rotos y hasta descalzos, vistieron con las mejores ideas y sentimientos su cerebro y su corazón.

No se trata de estar harapientos, sino de andar dignos, con el alma y no la carne (por muy apetitosa que luzca), al descubierto.