CAMAGÜEY.- Después del “irresponsable” ataque con misiles de los Estados Unidos a Siria, a todo el mundo le ha dado por recordar las objeciones de Donald Trump, allá por el 2013, a las intenciones del entonces presidente Barack Obama de lanzar una agresión militar contra la nación árabe para derrocar al mandatario Bashar al Assad, por sus supuestos desmanes contra la población.

Ahora, en franca contradicción con lo que pensaba antes, los 59 cohetes Tomahawk lanzados contra la base aérea Shayrat, en la provincia siria de Homs, por buques de la Armada estadounidense desde el mar Mediterráneo, fueron justificados por Trump, por el no aún comprobado uso de armas químicas contra la población de ese país, por el Gobierno de Al Assad, en la localidad de Jan Shijún donde murieron alrededor de 80 personas, 11 de ellas niños.

Tal pretexto, negado tanto por Damasco como por Rusia e Irán, hace también recordar a muchos la guerra declarada por George W. Bush contra Irak en el 2008 argumentando la posesión por esta nación árabe de armas de destrucción masiva, hecho que unos meses después se comprobó que eran informaciones falsas de sus agencias de inteligencia, y ya sabemos el enorme costo que ha tenido que pagar el pueblo iraquí en miles de vidas, desplazados y recursos materiales destruidos, por esa mentira del Gobierno norteamericano.

Que el Gobierno sirio no posee armas químicas lo saben tanto Estados Unidos como la comunidad internacional y sobre todo los países occidentales como Francia, Inglaterra, Alemania y otros que apoyaron la agresión a la base aérea de Shayrat, ya que hace alrededor de tres años la Organización para la Prohibición de las Armas Químicas (OPAQ) certificó el total desmantelamiento y destrucción del arsenal que el país poseía de esos productos letales.

Lo que sí es factible es que por la misma vía que las organizaciones terroristas, apoyadas por la coalición occidental liderada por los Estados Unidos, reciben armas y todo tipo de avituallamiento, estas estén en posesión del llamado gas sarín y que al ser bombardeado por la fuerza aérea siria sus arsenales se haya producido el escape del mortal gas, versión que ha sido aceptada por Damasco como posible.

No obstante el lamentable hecho donde perecieron civiles inocentes, es evidente que el cambio de dirección en cuanto a pronunciamientos anteriores de Trump acerca de que evitaría involucrar al país en conflictos militares internacionales, obedece a las presiones del complejo militar norteamericano y muy en particular, a los innegables avances del ejército sirio, apoyado por Rusia e Irán que viene asestando golpes demoledores a las organizaciones terroristas que operan en su territorio.

Si Trump recomendó en aquella ocasión a Obama que consultara al Congreso antes de tomar alguna decisión con respecto a una agresión militar a Siria, ahora al autorizar el bombardeo al enclave de la nación árabe, parece olvidó hacer lo mismo, pues el órgano legislativo, único autorizado a declarar la guerra a alguien, en esta ocasión fue ignorado, como también fue ignorada la Organización de las Naciones Unidas, que en voz de su Secretario General, después del hecho, se limitó llamar a la “cordura” para evitar una escalada en el conflicto, sin condenar la agresión violadora del derecho internacional y de la Carta de la ONU.

Por su parte, un comunicado conjunto de Rusia e Irán ante la acción militar del Gobierno norteamericano contra Damasco, confirmaba que de “ahora en adelante responderemos con fuerza contra cualquier agresor o cualquier violación de líneas rojas de quien sea y los Estados Unidos conoce nuestra capacidad de respuesta” .

No le bastó a los halcones de la Casa Blanca y el Pentágono “calentar” aún más la explosiva tensión en el Medio Oriente con su bombardeo a territorio sirio y ahora, respondiendo a una recomendación del Consejo Nacional de Seguridad enviaron una agrupación naval a la península coreana, encabezada por el portaaviones nuclear Carl Vinson, para enfrentar una supuesta amenaza atómica de la República Democrática de Corea del Norte, que provocará una fuerte reacción de Pyongyang y entorpecerá la reactivación del diálogo entre las dos naciones coreanas y elevará el “calentamiento” en la región, todo lo cual podría colocar al mundo al borde una posible conflagración universal que nadie desea por sus terribles consecuencias para la humanidad y la supervivencia humana.