CAMAGÜEY.- Para la mayoría de los analistas, el presidente norteamericano Donald Trump no dijo nada nuevo en su primer discurso ante el Congreso, en el que expuso su programa para las próximas etapas de su gobierno, pues consideran que prácticamente se limitó a reproducir los objetivos propuestos durante su campaña electoral y lo dicho en sus días iniciales como mandatario.

Como hilo conductor tomó la seguridad de los Estados Unidos para justificar la lucha contra los inmigrantes, relacionándolos con el terrorismo, la violencia y la delincuencia, y para exacerbar el nacionalismo chovinista de los estadounidenses les prometió recobrar el liderazgo mundial de la nación, perdido por los anteriores gobiernos.

Como golpe emotivo de su discurso y en el afán de criminalizar a los 11 millones de indocumentados existentes en el país, invitó a la tribuna a familiares de personas que, según sus palabras, habían sido asesinadas por inmigrantes ilegales, montando, junto con otros ejemplos de militares muertos en defensa del pueblo norteamericano, un verdadero show emocional al mejor estilo hollywoodense.

Los retos son grandes, pero nuestro país es mucho más grande, —expresó— midiendo el efecto de sus palabras ante el auditorio y arrancando prolongados aplausos de la bancada republicana, como ocurre tradicionalmente en este tipo de discurso, mientras en el estrado demócrata solo se observaban rostros serios y cuando no hoscos.

Reiteró sus deseos de colaboración con la Unión Europea y su apoyo a la OTAN, pero reclamó que sus aliados cumplan sus obligaciones financieras con los gastos militares en que incurre Estados Unidos para materializar dicho apoyo.

Dijo respetar el derecho de todas las naciones y demandó respeto para los derechos de su país, para anunciar, no obstante, el próximo inicio del “gran” muro de más de 3 000 kilómetros en la frontera con México para evitar el flujo de inmigrantes, que como reconoció en otra parte de su discurso, son el resultado de la pobreza y el subdesarrollo que azotan a esos países, cuando no de los conflictos militares y las guerras (imperialistas) desatadas en varias partes del mundo.

Únanse a mí —dijo con marcado egocentrismo— hablándole a los congresistas de ambos partidos y juntos podremos construir un futuro más luminoso para el pueblo estadounidense, para luego afirmar “mi trabajo no es representar el mundo, mi trabajo es representar a nuestra América”.

Sin embargo, volvió a ratificar la defunción que ya había declarado anteriormente del Medicare, seguro de salud instalado por el presidente Barack Obama y que beneficia a alrededor de 22 millones de norteamericanos, al tiempo que como reafirmación del carácter neoliberal de su gobierno anunció la desregulación de los mercados, medida que beneficia a las grandes corporaciones, que podrán actuar abiertamente, y que profundizará la brecha entre los más ricos y los más pobres, que según estadísticas estos últimos superan la cifra de 47 millones.

A pesar de que constituyen una agresión al medioambiente, adelantó que los oleoductos de petróleo que cruzarán ríos y reservaciones sagradas de los indios en el norte del territorio se llevarán adelante, lo cual demuestra su disposición a no respetar los acuerdos de París que convocan a evitar las contaminaciones ambientales.

A pesar de que esgrimió en más de una ocasión sus intenciones pacifistas, aseguró contradictoriamente que aumentará el presupuesto militar en unos 54 000 millones de dólares (un 10 %) mientras rebaja en un 30 lo destinado al Departamento de Estado, que se supone sea el encargado de llevar adelante las tareas de la diplomacia.

En un discurso lleno de generalidades, en el cual evitó hacer referencia directa a asuntos candentes de la actualidad internacional y las tensiones políticas y sociales internas, y el cual se califica de menos confrontativo, no faltaron las alusiones a las relaciones con Rusia, que espera mejorar, la promesa de derrotar al Estado Islámico y el propósito de restringir el ingreso de los islamistas a los Estados Unidos.

Tampoco se dio por enterado que, según las encuestas más recientes, el 49 % de los ciudadanos norteamericanos desaprueba lo realizado hasta ahora en su gestión presidencial mientras el 39 lo aprueba.