MÉXICO.- Me disponía a dormir. Eran las 11:55 p.m. del 25 de noviembre. El alerta del WhatsApp me anunció que entraba un mensaje. Una entrañable amiga mexicana me preguntaba si era cierto que Fidel había muerto. No lo creo, no sé, le dije, indagaré... Lo habían matado muchas veces desde hacía años. Decían, incluso, que la noticia se ocultaba por temor a una sublevación y que las fotos que se difundían eran de un doble suyo. Investigué. Era cierto. Los medios que trasmitían a esa hora divulgaban la noticia. CNN cambió su agenda y realizó una programación especial.

Cuba y Fidel acapararon el éter mediático.

El acontecimiento provocó recuentos, análisis y vaticinios. Destapó pasiones. Académicos y analistas escrutaron el proceso político cubano, casi siempre con falta de objetividad. Intelectualoides y politiquillos se sintieron obligados a escribir de Cuba, generalmente mal. En estos días escuché mentiras sobre mi patria, tergiversaciones históricas, comentarios malsanos sobre el líder de la Revolución. ¡Qué lamentable!

También se hizo sentir la emigración en Miami. Cubanos que no fueron perjudicados en sus riquezas por las medidas adoptadas en la década del sesenta ni “perseguidos” por sus ideas políticas, cubanos que nacieron con la Revolución, como yo, que vivieron sus mejores momentos y se educaron en sus aulas, celebraron, blasfemaron y desearon el apocalipsis para el país que los vio nacer y donde reside parte de su familia. ¡Qué ignominia¡

¿De dónde sale tal odio? Seguramente del mismo lugar que genera el amor y el agradecimiento que me han manifestado amigos de diferentes partes del mundo.

Fidel Castro ha muerto. Creo que vislumbró su partida, con sencillez: “Y cuando llegue el día del último viaje, y esté al partir la nave que nunca ha de tornar, me encontraréis a bordo ligero de equipaje, casi desnudo, como los hijos de la mar”. Antonio Machado.

¿Fidel Castro ha muerto? “Los símbolos son inmortales, deambulan, renacen, centellean: ¡Ah, no penséis que su voz es un suspiro! Que tiene manos de sombra, y que es su mirada lenta gota lunar temblando de frío sobre una rosa. Su voz abre la piedra, y sus manos parten el hierro. Sus ojos llegan ardiendo a los bosques nocturnos; los negros bosques. Tocadle: Veréis que os quema. Dadle la mano: Veréis su mano abierta en que cabe Cuba como un encendido tomeguín de alas seguras en la tormenta. Miradlo: Veréis que su luz os ciega. Pero seguidlo en la noche: ¡Oh, por qué claros caminos su luz en la noche os lleva!”. Nicolás Guillén

* Profesor camagüeyano que labora en la Universidad de Puebla